El cura español que en Quibdó le enseñó todo a Jairo Varela y a los músicos de Niche

El cura español que en Quibdó le enseñó todo a Jairo Varela y a los músicos de Niche

El padre Isaac convirtió a la Catedral de Quibdó en una escuela de formación en música clásica que el líder de Niche, fallecido hace diez años nunca olvidó

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abril 08, 2015
El cura español que en Quibdó le enseñó todo a Jairo Varela y a los músicos de Niche

Era apenas un joven sacerdote español cuando Isaac Rodríguez llegó a Quibdó en 1935. Su objetivo, apoyar las misiones de la comunidad claretiana debilitada por la partida de 62 sacerdotes que habían dejado el Chocó abatidos por las duras condiciones del Pacífico; ocho habían muerto y los demás habían tenido que regresar enfermos a España.

El padre Isaac había crecido, como buen hijo de campesinos, cuidando ovejas en las montañas nevadas del Cantábrico en España. Su carácter vertical y rigoroso, vigilante y observador nació de la adversidad y los largos recorridos de pastoreo en busca de agua para los animales, que lo hacen recordar como un hombre tan duro como una roca pero con un corazón tan sensible como el de un niño.

Con el padre Isaac llegó también la oportunidad de traer la música clásica a los niños y jóvenes chocoanos con talento pero sin formación. Traía la experiencia de los coros eclesiásticos después de haber tenido bajo su mando la dirección musical y el órgano de la iglesia de Pamplona en el que desplegaba su sabiduría de canto gregoriano.

Isaac inició su expedición a América, un año antes de que se desatara la Guerra Civil española. En su despedida, bañado en lágrimas cantó: “No volveré, madre, consuélate, porque si me embarqué fue por mi vocación. Ante el sagrario, arrodillado, por ti, oh madre, ruego al Señor. No volveré, no volveré, no volveré...”.

Y nunca regresó, ni siquiera cuando el Concilio Vaticano segundo le abrió la posibilidad a los misioneros de retornar a sus países de origen. Ni las cartas, ni los alegatos de su familia, ni las sugerencias de sus superiores lo hicieron romper con su palabra. El pasaporte sin estrenar, solo con el sello de entrada a Colombia, fue uno de los pocos papeles que dejó antes de morir.

(Arriba) El padre Isaac con sus estudiantes. (Abajo) Uno de sus discípulos ahora está frente a la banda de la iglesia

(Arriba) El padre Isaac con sus estudiantes. (Abajo) Uno de sus discípulos ahora está frente a la banda de la iglesia

Así describe Carlos Arturo Caicedo Licona, en su libro Isaac Rodríguez Martínez, servidor silencioso del pueblo afro chocoano, el día en que el padre Isaac pisó las tierras chocoanas. “El pueblo entero corrió sobre la carrera primera a detallar a los nuevos conquistadores de almas. Y los vio: el uno, Isaac, bajito, pero magro y de color blanco encarnado y de ojos grises como una bolita mara.

El otro, Basilio de Beobide, era todo lo contrario, un gladiador de casi dos metros, con pecho de bisonte que llegó con una gorra vasca en una mano y la santa Cruz en la otra. Ambos caminaban con paso firme de hombres resueltos rodeados de una aureola radiante con la cual Cristo rodea a sus buenos pastores; y ambos traían una sonrisa benévola con la cual devolvían los adioses cálidos de la feligresía; y ambos parecían como ceñidos por un nudo de amistad luciente que jamás pudo disolver el tiempo… “

En el Quibdó de entonces había abundancia. Se acostumbraba a hospedar al peregrino gratis y atenderle sirviéndole plátanos, agua de panela y queso. No había mendigos y robar lo ajeno era pecado capital. Las puertas de las casas dormían hasta el amanecer sostenidas apenas por una silla. Y los blancos más pudientes llegaban incluso a importar carros de Nueva York para lucirlos los domingos paseándose desde “la cabecera” hasta la iglesia en ocho ruidosas cuadras. Sus bailes eran a puerta cerrada. Los varones se movían al ritmo de jazz band y se cambiaban hasta dos veces de ropa en la noche para no sudar a su pareja. Los paseos eran ir a comer chulco, flores de leche o arroz con longaniza. Este fue el Chocó que encontró el padre Isaac.

Traía como tarea formar la misión de Lloró-Bagadó, en el medio Atrato donde permaneció doce años levantando capillas y acondicionando casas curales. Recorría el río de arriba abajo en una canoa y así se fue ganando el corazón de los chocoanos.

En 1948 cuando el odio entre liberales y conservadores se respiraba por todas partes el padre Isaac se mantuvo firme. Se radicó en Quibdó y además de su tarea religiosa, se dedicó a formar coros y enseñar música. Fundó una escuela parroquial para hacer germinar la semilla musical que los negros llevaban adentro, llegada con los ancestros esclavos desde el África. Una mezcla de ritmos que tomó distintas formas como el guagancó.

En ese entonces la música del Pacífico no había sido reconocida dentro de los ritmos colombianos porque no existían partituras ni letras de currulaos ni abozaos. La tambora chocoana se empezaban a fusionar con las flautas indígenas y con los sonidos europeos del clarinete, los platillos, el redoblante y el bombardino, dando como resultado la chirimía; un formato compuesto por instrumentos europeos pero interpretados con la fuerza y la energía que les transmite a los chocoanos, el río Atrato.

La Catedral de Quibdó se levanta imponente frente al malecón que golpea el Río Atrato

La Catedral de Quibdó se levanta imponente frente al malecón que golpea el Río Atrato

El padre Isaac supo identificar la materia prima, el talento natural y cualquier desafine lo castigaba a cocotazos, con jalones de orejas o su mirada castigadora con la severidad de sus ojos grises, que dolía mucho más que cualquier regaño.

El español había entrenado el oído de sus estudiantes con los clásicos de Mozart, Chopin y Beethoven y no veía con buenos ojos que se quisieran desviar por los ritmos populares, pero esa música negra que les corría por las venas terminó transformándose en cartillas musicales. Muchos empezaron a arreglar las canciones populares y a escribirlas en partituras siguiendo las enseñanzas del Rodríguez y copiando la forma de las que les llegaban de España con los clásicos que tocaban en la iglesia.

Así la música del Pacífico pasó de lo empírico a la lectoescritura musical que motivó a los músicos de Quibdó a reconocer y respetar sus ritmos pero sobretodo a asumirlos con seriedad. En un armonio viejo de fuelles, muchos aprendieron a teclear y poco a poco se lanzaron a componer piezas complejas. El padre Isaac, además de todo, se convirtió en un formador de profesores y gracias a él, nacieron las clases de música en los colegios del Pacífico que terminaron inspirando a jóvenes como los de Chocquibtown.

Rodríguez se paseaba por el malecón donde aún golpea el Río Atrato, con su sotana blanca, paraguas negro en una mano y la Biblia en la otra, presto a conversar a alrededor de una cerveza. Acompañó sin dubitación junto a los compañeros claretianos las protestas de los años 70 para pedir energía eléctrica, agua potable, carreteras y créditos para los campesinos, demandas incumplidas cuarenta años después.

Pero el verdadero lugar de encuentro era la catedral de Quibdó donde el Padre mandaba con la música. Enseñaba solfeo y composición con el mismo rigor con el que lo habían educado en España. Y de sus persistencia y sabia docencia nacieron maestros como Alexis Lozano creador de “Guayacán Orquesta”, Jairo Varela del “Grupo Niche”, Neivo Jesús Moreno director del grupo infantil “Batuta” y el polifacético Hansel Camacho.

Con su evangelización profética y liberadora le apostó al mundo negro que era y sigue siendo para muchos, la causa de los perdedores. El padre Isaac supo compartir las angustias, las privaciones y las esperanzas de los chocoanos hasta que partió el 24 de diciembre de 1989, a los 91 años.

Los chocoanos lo despidieron con los versos el poeta Jesús Gonzalo Salas:

 Orgullosos de saber

que su postrera morada

el quiso viniera a ser

su Chocó, tierra adorada.

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