El amor en los tiempos del Chikungunya

El amor en los tiempos del Chikungunya

Mas allá de la peste transmitida por un mosquito

Por: LUIS F. OSPINO
febrero 02, 2015
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
El amor en los tiempos del Chikungunya

Cuando la mujer miró al hombre con quien había compartido buena parte de su vida amorosa, supo que seguía con la peste.

El hombre acostado en posición fetal temblaba de escalofríos.

-Pura cobardía, los hombres si son miedosos-. Exclamó entrando en la habitación y sintiendo el vaho del calor y el hedor del sufrimiento. Lo tocó y de verdad comprobó que ardía en fiebre.
-Me duele hasta la madre de los huesos-dijo titiritando. La mujer asintió callada. Ella hacia semana que había pasado por el mismo mal: dolor abdominal, diarrea perenne y profusa, apatía y decaimiento con unos fuertes dolores musculares como si le partieran los huesos en una interminable sesión de tortura.
-Tienes que levantarte, la cama enferma- dijo descorriendo las cortinas para que entrara un poco de luz. Cuando miró a su marido le pareció ver a la misma muerte posada en su cara. “No es para tanto muchacho”. Le dijo saliendo de la habitación y dirigiéndose hacia la cocina. Le comenzó a preparar una infusión de hojas de malva, ortiga, arándano y en otra olla cogollos de mango. La infusión se la daba con unas pastillas que le dieron en el dispensario público.
El hombre bebió la bebida sintiendo las brumas de la pesadez y notando con cada sorbo que aquellos síntomas eran igual a los que una vez sintió y leyó cuando la pasión lo embargaba por primera vez, y el desamor lo mantuvo casi por 5 días viviendo arrinconado en la boca del retrete.
-Aquí vas a pagar más de mil peas mal habidas – le dijo la mujer en tono de sentencia recogiendo la taza con una sonrisa.
El hombre más que sentir los dolores de la peste lo que más le dolía era el hecho de que se acercaban los carnavales y no podía ni oler un trago. La mujer irónica como si leyera su pensamiento le dijo: “Lo único bueno de ese chicozuñiga es que es una ley seca no decretada”.
-. . ., y ya pon de tu parte porque llevas más de dos semanas en las mismas-. Terminó diciendo.
La peste, transmitida por un mosquito al que no sabían cómo diablos fue que se vino desde África, había invadido a todos, descompuesto la normalidad de las cosas y el gran perjudicado, el amor, las sofocaciones nocturnas donde se olvidaban y se arreglaban todas las situaciones domésticas.
Como un pacto silencioso y sin darse cuenta se entretejió entre los habitantes la manera de espantar al mosquito: barrían todas las tardes las puertas de las casas y hacían pequeñas quemas con hojas. Se frotaban mentol, guindaban toldos, se bañaban con agua de plantas cocidas, les daban una pizca de sal a los niños y hasta sembraron citronela para ahuyentar la mala hora que zumbaba en sus oídos. Hasta que un día les llegó la mala noticia, como predicción de biblia, que el mosquito picaba de día y fue el acabose para la peste, donde cada uno se fue resignando a sentir y padecer con paciencia los males del momento, no se atrevían a ir a un dispensario público porque decían que salían peor de lo que habían entrado y lo mejor era padecerlo con la resignación de lo inevitable.
-No hay mejor cosa que quite una peste que el amor- le dijo la mujer acostada del lado derecho de su cama. Mirando en la penumbra a su hombre y él sintiendo esos ojos codiciosos donde no tenía necesidad de ver para saber que su mujer esa noche se había acostado despojada de ropa y de prejuicios.
Sonrió con el lado de la cara que no le dolía y sintió la efusividad de esas manos que evocaban pasión recorrerle el cuerpo.
La cama crujió y los vapores del amor se mezclaron con los de la peste. No se sabía cuál de los gemidos era más profundo, si los de gozo, o los del hombre, de pura dolencia de enfermo.
Cuando la receta hacía su efecto, se fue la luz electricidad.
-Nojoda sudar no te hace daño, por el contrario, matamos dos males de este maldito moridero-sentenció la mujer bajo los efectos del ahogo.

la cara del chiconguya

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