Efraín de Jesús López y un pueblo que gozaba

Efraín de Jesús López y un pueblo que gozaba

El próximo 24 de febrero este hombre podría apagar las 90 velitas de su pastel, pero, como bien dicen, “no se muere quien siempre se recuerda”

Por: Carmelo Antonio Rodríguez Payares
enero 31, 2023
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Efraín de Jesús López y un pueblo que gozaba
Familia López Cangrejo

Ahora, cuando un par de médicas produjeron el milagro de hacer henchir de orgullo el pecho de los bagreños, suceso que no ocurría desde cuando nuestros equipos de fútbol regresaban de canchas lejanas con sus trofeos ganados en franca lid, es la hora de preguntarnos por qué necesitábamos que alguien nos insultara para reflexionar sobre qué tanto es nuestro cariño por un pueblo al que las más de las veces lo han defendido personas extrañas y cuyos mejores capítulos han sido escritos por manos provenientes de otras latitudes, menos por las que allá nacieron. Lo que expresa Juan de Pedro habla más de lo que es Juan que lo que es Pedro. Punto.

Y este sábado, cuando nuestro corazón acongojado recibe la noticia de la muerte del maestro Adolfo Rafael Pacheco Anillo, es la hora de repetir aquella estrofa que dice así: “A mí pueblo no lo llego a cambiar ni por un imperio, yo vivo mejor llevando siempre vida tranquila, parece que Dios con el dedo oculto de su misterio, señalando viene por el camino de la partida, primero se fue la vieja pal cementerio, y ahora se va usted, solito pa Barranquilla .

Por eso no resulta extraño que a estas alturas del paseo, Efraín López, el hijo, cuente que adquirió el buen de gusto por la comida paisa, en especial las arepas, por la sencilla razón de que en su casa el consumo no bajaba de las treinta diarias, que se acompañaban con frijoles, pero que un mediodía vio que su padre tomó el plato de frijoles con chicharrón y se los echó sin consideración a la taza de mazamorra, que no era una taza cualquiera, era una taza de peltre de tamaño familiar y aquel revoltijo le produjo náuseas y solo años después le explicaron que aquello era una costumbre paisa. De allá venimos: una suma de costumbres que hacen de esa comunidad única en la geografía colombiana.

Fue cuando entablamos una conversación para saber cómo eran en su casa las celebraciones de fechas como los cumpleaños familiares, los especiales como el de la Madre o el Padre y me dice que en ninguna de ellas pasaba nada, salvo el de la madre que era cuando les daba algo de dinero para comprarle el regalo a la mamá, doña Carmen Rosa Cangrejo Niño. En las navidades, solo si lo encontrábamos de buen ánimo, aparecían los regalos y los traídos, pero no era extraño pasar lisos; sin aguinaldos ni nada. Era una época triste. Con el tiempo encontré la respuesta en la extrema pobreza en la que se crio mi padre. Por eso a veces quería ser como mis vecinos, los Chemas, los Fuentes, que salían a las calles a mostrar sus juguetes navideños en medio también de sus carencias y que la Navidad era algo así como el oasis en donde quedaban atrás los 364 días de pobreza. Fue una lección personal que llevo muy presente.

Mi padre era un gran aficionado del deporte del ciclismo, y por eso tengo muy claro el recuerdo de la vez cuando el gran Martín Emilio “Cochise” Rodríguez Gutiérrez estuvo en nuestra casa en El Bagre. Creo que lo llevaron don Adolfo Zapata, el popular Kent, el papá de quien todos en el pueblo le decíamos “huesito”, Juan Carlos, y mi padre. Sin duda que esa era su pasión deportiva, tanto que en las Vueltas a Colombia no era raro verlo cuando prendía un radio al que había que esperar que calentara los tubos para poder sintonizar la emisora. En aquel entonces mi mamá sintonizaba Radio Santafé y mi padre su transmisión de ciclismo, toda una pelea de perros como le decía mi madre a lo que allí se escuchaba. El narrador de la época era Julio Arrastía Bricca, un argentino que por sus “aciertos” se ganó el título de la biblia del deporte de las bielas, pero también le decían el Macanudo. Recuerdo que fue el primero en hacer en directo una entrevista en plena competencia a Cochise Rodríguez, desde el móvil y Cochise en su bicicleta o caballito de acero, como se adornaban aquellos grandes narradores de antes, porque los de ahora ni fu ni fa

No sé por qué razón me creí una historia que contaron en una de las etapas de aquellas de las grandes, cuando informaron que a Cochise le acababan de arrebatar la camiseta de líder, y yo en mi inocencia tomé la cosa de manera literal, y creí que los otros competidores le arrebataban la camiseta y lo dejaban sin nada, encueros, incluso. La verdad fue que viví muchos años con ese pensamiento, producto de la inocencia y el mundo mágico que vivimos cuando estamos en esa edad de la niñez. Me preguntas qué pensaba mi papá con respecto a la política. Te respondo: él se definía como un liberal, así a secas; pero era una persona muy reservada en sus posturas ideológicas. Él tenía sus pensamientos como todos los de su generación, pero no le llamaba mucho la atención de meterse en esas actividades, en lo único que siempre estuvo de acuerdo era que El Bagre fuera municipio.

Él decía que era merecido y sin querer queriendo aportó su granito de arena para que esta gesta emancipadora, llevada a cabo por su amigo Rodrigo Mira Builes, culminara con lo que todos sabemos y fue que saliéramos de la condición de corregimiento de Zaragoza a tener la posibilidad de manejar nuestra propia independencia. Acerca de las amistades de mi padre, lo que se dice amigos, puedo decirle que fueron pocos; más bien usemos la palabra conocidos, pero amistades, pocas más bien. Recuerdo a don Joaquín Yepes el del almacén York, quizá de los pocos negocios que conocemos quienes nacimos, nos criamos y crecimos allá. Menciono también al señor Jaime Yepes, el del remolcador Santa Leonor, una de las más grandes embarcaciones que surtía a la región de productos que hoy dicen de la canasta familiar, pero que también se llevaba lo que aquí se producía. Mire, hago un paréntesis para decirle que con lo mal que está el caudal del río Nechí, una lancha de aquellas no sería capaz de regresar a nuestro embarcadero, de modo que estas generaciones se quedaron sin conocer aquellas verdaderas maravillas de la navegación fluvial. Le menciono al señor José María Uparela, a Jairo Arango el esposo de doña Blanca; Arturo Correa y un sinnúmero de comerciantes que dinamizaron la economía de aquella naciente población.

Parece tener una fotografía en sus manos cuando señala: “qué bueno no olvidar nuestra historia, para no morir en el olvido; no debemos olvidar, por ejemplo, a los italianos que dejaron historia en esta región como los Barazutty, los Zulianis, los Pascutiny, los Tamay. El caso de don Humberto y doña Rina Barazutty que eran los dueños de la heladería La Venecia. Recuerdo que por allá por el año 1975 se fueron de excursión a Tierra Santa.

De El Bagre hicieron parte de aquel viaje el padre Flavio Calle Zapata en su calidad de párroco de la iglesia Nuestra Señora del Carmen, doña Chela Moore y su hija Nora Melo, don Paco Zuleta, doña Teresita, Rodrigo Mira, don Arturo Correa y mi papá, don Efraín López, quien para esa gran ocasión viajó con su hija mayor, Luisa Nicolasa López. Usted se imagina a semejante grupo de viaje por más de un mes en donde tuvieron la fortuna de recorrer diez países cuando hoy todavía, con las facilidades que dan las agencias de turismo, son escasos quienes se dan estas aventuras.

Pero lo bueno nunca nos puede acompañar para siempre. Sucedió el lunes 24 de julio de 1978 cuando pedí permiso para ausentarme del colegio militar José María Córdova, en donde estudiaba junto con mi hermano Félix, Rodrigo, el Gordo Mira, y otros paisanos, y el sargento Dorian me lo aprobó. Salí para la casa a pie, porque estaba cerca de donde vivíamos, un apartamento ubicado en la carrera Sucre con La Playa, en Medellín. Crucé el centro comercial Camino Real y cuando iba a ingresar a la casa vi la camioneta que iba por mi papá, cerca del semáforo antes de llegar a La Playa, corrí detrás pero no los pude alcanzar. Iban rumbo al aeropuerto Olaya Herrera para recoger a mi papá que regresaba de El Bagre en el primer vuelo, en algo que se había vuelto rutina.

Unas dos horas después timbró el teléfono de la casa y mi hermana contestó para contarle a mi mamá que había ocurrido un accidente cuando mi papá regresaba a la casa. Fue que en un semáforo en la avenida Guayabal, cerca del aeropuerto, unos tipos esperaban la camioneta y le salieron al paso para robarlos con tan mala suerte que los disparos dieron en el blanco a mi papá, quien fue capaz de tener las fuerzas suficientes para derrotar la pobreza que por años lo persiguió, pero no las suficientes para detener las balas que a los pocos minutos acabaron con su vida; con su vida y con la de nosotros, cuando él apenas empezaba a disfrutarla: tenía 55 años.

El viernes 24 de febrero de este 2023, Efraín de Jesús López podría apagar las 90 velitas de su pastel, pero ya lo dijeron antes que nosotros: “No se muere quien siempre se recuerda”.

Efraín de Jesús López, de vendedor de hielo a alcalde de El Bagre

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