"Educar, por el momento, es un ejercicio para seguir construyendo humanidad"

"Educar, por el momento, es un ejercicio para seguir construyendo humanidad"

Notas de viaje de un docente durante la pandemia

Por: Andrés Velásquez Limas
junio 30, 2020
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Foto: Pixabay

“¿Educar para qué?”. Aún recuerdo que fue esa una de las preguntas más cruciales planteadas por mis formadores durante mi etapa universitaria. Nos dirige hacia el objetivo de la educación (más allá de que se desarrolle en un espacio formal o informal) y en ese sentido atraviesa el corazón mismo del educador.

La vida despertó (¿o duerme?) con un compás de incertidumbre; un día el mundo despertó en pausa y ahí sigue, con movimientos paradójicos que se dan dentro de esa pausa. Nos vemos tentados, de vez en cuando, a imaginar que se trata de una experiencia común, hasta que una noticia, una publicación o un esfuerzo colectivo nos recuerda con un movimiento arrebatador que todos vivimos, sufrimos y relatamos esta experiencia desde lados parecidos, distintos o incluso opuestos. Menciono esto porque no todos los docentes estamos viviendo este pedazo de historia desde el mismo lugar. Va más allá de si somos docentes de colegio o universitarios, también de si trabajamos en el sector privado o público, porque, muchas veces, el modo de experimentar y percibir este camino varía incluso entre dos formadores que cohabitan el mismo espacio.

Formadores, justo ahora, somos quienes pintamos, con el alma en la mano, un retrato del mundo que deseamos sea complementado por los trazos y pinceladas de todos aquellos que hoy ocupan la función socio-espiritual más relevante de cualquier nación: el ser estudiante. Se trata, a su vez, de la labor más difícil y (si es realizada con sinceridad) transformadora. Desear aprender implica pisar el aire, confiando en que eventualmente el mundo encontrará un ritmo y la teoría se volverá práctica. Para nadie es secreto que anhelamos encontrarnos con otros, interactuar, compartir un diálogo mirando a los ojos, dar un abrazo, escuchar la risa del aula de clase sin la mediación artificial de un micrófono que capta y reproduce sonidos. Nosotros como formadores y ellos como estudiantes llegamos a un acuerdo silencioso de tener paciencia, para que eventualmente la simulación de interacción se acabe y la humanidad en toda plenitud regrese.

Soy docente de filosofía, lo que, dependiendo del lente con que se mire, es una labor muy privilegiada o muy compleja. La mayoría de estudiantes llegan a mis clases con la mente oscilando entre dos estados: por un lado, quieren no pensar, para que la incertidumbre y la rutina de la cuarentena sean más llevaderas entre ausencia y distracción; pero al mismo tiempo se encuentran llenos de preguntas. La idea siempre es hilar e integrar esos estados mentales paradójicos por medio del diálogo, entregándose a la habilidad de pensar y encontrar todas las posibilidades que hay para entender lo que nos está pasando a nivel personal y social.

Más o menos por el inicio de la pandemia, el filósofo esloveno Slavoj Zizek mencionó en su libro ¡Pandemia! El Covid-19 estremece al mundo que “no es el momento para buscar autenticidad espiritual”. Respetuosamente (y asumiendo el riesgo de posiblemente malinterpretar lo que quería decir), estoy en desacuerdo con esa afirmación, aunque en un principio creía estar de acuerdo. Muchos subestimamos cuánto tardaría en resolverse esta situación, pareció en algún momento que sería una eventualidad mencionada pasajeramente en libros de historia. A medida que se ha ido prolongando, la pandemia nos invita a seguir adentrándonos en nuestro ser y quehacer; en nuestro caso, el quehacer como docentes y formadores. Como docente de filosofía he podido responderme a la pregunta con la que abro este texto: educar, por el momento, es un ejercicio realizado para seguir construyendo humanidad.

En el caso de mis estudiantes, encuentro la capacidad de arriesgarse a preguntar(se) y hacer un alto consciente para evaluar realidades propias y ajenas que, posiblemente, el ritmo previo de la vida (acelerado en muchos sentidos) no les permitía. Pero, cada docente, desde su lugar de conocimiento y práctica, algo aporta para la reconstrucción cognitiva y emocional de la humanidad que con tanta urgencia necesitamos continuar llevando. Aquellos formadores dedicados a las artes en todas sus formas mantienen con vida el alma, no solo de sus estudiantes, sino de todos aquellos que en la cuarentena han encontrado un eco en música, cine, pintura, literatura o cualquier expresión sensible. Los formadores que se dedican a las ciencias exactas proveen de herramientas básicas o específicas que dan paso al ámbito funcional de un mundo que no puede quedarse quieto (aun cuando eso sea lo único que pueda hacer por ahora). Aquellos formadores que entregan su labor a las ciencias sociales permiten ilustrar, entender y construir soluciones a toda la historia y presente dolorosos que nos acontecen en las calles, los hogares, las fronteras, los sujetos políticos que han sido olvidados por la narrativa digital en la cual ahora existimos. Habrá, así mismo, muchas más figuras de formación a las que con palabras no puedo hacer justicia en este breve espacio.

Y en ese sentido, cada persona entregada a la docencia, así como toda persona que busca aprender durante este periodo histórico, provee un peldaño que permitirá cruzar al otro lado de la incertidumbre.

Estoy seguro que todos los demás docentes también llevan sus notas de viaje, bien sea que estén escritas o simplemente se almacenen en la repetición que pasa por el corazón y la cabeza. Algo nuevo tendremos que decir y hacer con respecto a la educación una vez esta experiencia finalice. De algún modo juntaremos todas las páginas y notas, con la esperanza de que esas narrativas personales puedan dar paso a una educación liberadora, de la que todos puedan participar en teoría y práctica, que no deje a nadie por fuera. Lastimosamente la pandemia ha ilustrado con claridad y a nivel global una serie de problemáticas propias de la educación. Algunas de esas problemáticas surgieron con la pandemia, pero la mayoría ya existían y solo encontraron vía libre para existir con atroz imponencia por medio de la contingencia sanitaria. Cargamos con la responsabilidad de ir respondiendo lo mejor que podamos a esas crisis, desde este momento, desde que inició la pandemia, desde lo que cada quien hace y sabe hacer.

Para todos los demás docentes, formadores y estudiantes, gracias por mantener respirando al pulmón de la realidad.

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