¡Educar con amor duro!
Opinión

¡Educar con amor duro!

Por:
julio 28, 2014
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A los padres de familia nadie les enseñó a ser papás, ni existen programas con créditos educativos donde se haga pedagogía para este sagrado oficio; si esta noble misión se cumpliera con suma responsabilidad, seguramente buena parte de los males de nuestras sociedades estarían resueltos: buenos hijos conforman buenas familias y mejores sociedades; las familias sanas, aseguran sociedades sanas.

Poner límites en la educación de los hijos es un buen principio, pero en muchos de nuestros hogares a falta de autoridad gobiernan los hijos.

Los padres han venido perdiendo conciencia del concepto de autoridad, porque comenzamos a flexibilizar demasiado los contenidos educativos; quienes pertenecemos a una generación feliz que guardó respeto a la palmada oportuna y bien dada de los padres, hoy por demasiada complacencia le tenemos terror a corregir y llamar al orden a los hijos indisciplinados o mal criados.

Hay ausencia de límites y los padres modernos no los exigen; ¿quién dijo que la familia es un estado democrático donde todo se somete a plebiscitos y encuestas?

Comenzamos a ceder terreno cuando preguntamos a los pequeños, ¿qué quieres comer? Qué hijo nos va a responder: espinacas, sopa de lentejas o habichuelas mami…, no hay ninguna posibilidad de que el niño desee comer garbanzos o sopa de verduras por su propia voluntad; preferirá comida chatarra.

A los hijos no se les puede complacer siempre, ni preguntarles invariablemente que desean; a mi hija no debo preguntarle si quiere ir a ver a su abuelita; ella con la misma cara de “tote” con la que se levanta tendrá que ir a ver a la abuela, porque de lo contrario perderá todo tipo de contacto con su ¡historia!

La misión de los papás no es entretener a sus hijos. Su misión, como primera célula de la sociedad, es ¡formarlos y educarlos!

Hay hogares que se transforman en agencias de viajes; ¿a dónde nos van a llevar este fin de semana? Recomiendo responder: ¡a ningún lado!; almorzaremos juntos, jugaremos; vamos a permanecer en el hogar. No olvidemos que hogar viene de hoguera, y el calor de esta hoguera la genera el calor de amor de padres e hijos, no el capricho o las complacencias excéntricas.

Es fundamental entender que ser madre o ser padre no implica que debamos caerle bien en todo a nuestros hijos; yo no puedo ser grato como papá, porque si no, no los educo. Los padres deben educar con amor duro y eso implica un poquito de frío, un poquito de hambre y sed, mucho de ¡no!, mucho de sacrificio y eso sí: mucho cariño, diálogo, más autoridad y muchísimo amor; de amor duro nadie se muere y una palmadita bien dada cuando se presente una rabieta, no genera traumas físicos ni sicológicos, como dicen algunos psicólogos.

Los padres modernos hemos convertido en apotegmas frases como: “yo quiero que mis hijos tengan lo que yo no tuve”; “yo no quiero que mis hijos pasen por las que yo pasé”; eso es bueno: ¡pero que cueste! No olvidemos que lo que más nos cuesta, finalmente será lo que más valor adquiere en nuestras vidas.

Nos hemos concentrado mucho en los derechos de los niños, pero no hacemos énfasis en sus deberes. Además de honrar a padre y madre, el deber de un hijo es ser amable, saludar, obedecer, ser bien educado, colaborar, ayudar a poner la mesa, sacar las basuras, visitar a los abuelitos, sacar buenas notas en el colegio.

Está de moda instalar al lado de nuestros hijos un staff de profesionales para poder pasar la primaria: ¡absurdo! ponemos un fonoaudiólogo para que le termine de enseñar a hablar y un sicólogo para que le suba la autoestima que le bajó el sicopedagogo; pero claro, en la semana debe asistir a deportes, clases de piano porque queremos que sea genio como Beethoven y que aprenda inglés, francés, alemán... —hay que ocuparlos para que no molesten tanto—.

Objetivamente en la educación de nuestros hijos tenemos enorme responsabilidad ante la falta de exigencia de sus deberes. Las escuelas, colegios o universidades, por más costosas que sean, nunca suplirán a la más original y noble de las escuelas: la familia, allí donde bajo el pénsum de los valores y la lógica del amor, se les enseña a conquistar el más bello de los grados: ser los mejores hijos e hijas.

Lo que los niños necesitan es un buen hogar donde la madre lo abrace y le de besos, que le rasque la cabeza y un papá que le cuente un cuento, alguien que le juegue a la pelota, que le escuche, que lo mande con autoridad y ejemplo: eso es gratis.

Para algunos adolescentes modernos, todo lo que signifique sacrificio es tedioso; por eso para ayudar a formar a nuestros hijos, es mejor educarlos con ¡amor duro!

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