En la Cartagena de los turistas, de cruceros, de ciudad amurallada con casas pintadas de los colores que también llevan las negras que venden frutas y cocadas la historia de La Madame y su séquito de mujeres buscando los dólares de los extranjeros sigue resonando.
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Aunque las mujeres que venden sus cuerpos ya no están rondando el popular sector conocido como la Torre del reloj, Cartagena sigue siendo para muchos una de las ciudades donde el turismo sexual está sobre la mesa. Años atrás era un negocio más abierto, que se ofrecía casi que a los cuatro vientos.
Liliana Campos Puello, quien se hizo conocer como La Madame, así lo supo y lo supo explotar. Durante muchos años Liliana Campos Puellos, fue una de las matronas de la prostitución en Cartagena. Ella era la que mandaba en Cartagena en la compra y venta de sexo con tarifa premium y clientes VIP.
Las fiestas La Madame organizaba tenía todos los ingredientes por los que le pagaban muy bien: mujeres, licores costosos, casas en lugares exclusivos, finísimos yates, y noches sin final. Bajo su mano, Cartagena se convertía, principalmente para los extranjeros, en una frenética fiesta con bellas mujeres dispuestas a todo; para ella era un trabajo, una fuente de empleo y una empresa de mujeres por alquiler.
El final de la estravagante vida y las exóticas fiestas
La fiesta se acabó en 2018. Las investigaciones de la justicia, en una operación que se llamó Vespa, la convirtieron en La Madame. Le siguieron los pasos a sus exóticos fiestones. Hombres altos y monos se hicieron pasar por extranjeros que buscaban mujeres. Le endilgaron tres delitos: trata de personas, concierto para delinquir y explotación sexual.
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Liliana Campos Puello fue condenada a ocho años. Estuvo en la cárcel La Picaleña, en Ibagué, la capital del Tolima. Su esposo, Gustavo Ruíz; su padre, Carlos Campo y dos sobrinos también cayeron en la Operación Vespa II. Las super fiestas en Cartagena se acabaron, el flujo de extranjeros disminuyó un poco. Fue el fin del lucrativo negocio de La Madame, a quien no le gusta el sobrenombre que le pusieron.
Pasó seis años en la cárcel. En mayo de 2023 quedó en libertad condicional por buena conducta después de haber purgado las 3/5 partes de la condena. Al salir de prisión le concedió entrevista a Julio Sanches Cristo, para W Radio y a la Nena Arrazola, para Los Informantes. No volvió a hablar en medios.
La Madame aseguró que en su negocio nunca hubo menores de edad. Según ella no hubo trata de personas ni mucho menos esclavitud sexual, como lo aseguraban los titulares de prensa. “Yo nunca encerré a nadie. Nunca obligué a nadie. Eran mujeres libres”, le respondió a la Nena Arrazola, con una serenidad construida que se le nota construyó a pulso.
La Madame fue más allá y entregó cifras: según lo dijo cada una de las mujeres que trabajaban para ella se ganaban entre 12 y 15 millones en una semana. En un mes se hacían el doble del salario del presidente de la República y reiteró que su trabajo no era explotar a las chicas sino darles una oportunidad.
Los inicios de La Madame
La historia de Liliana Campos, la niña que nació en el barrio humilde Blas de Lezo, arranca como inmigrante ilegal en Estados Unidos en los años 80. Cruzó selvas y desiertos para llegar lograr el famoso sueño americano.
Enredarse amorosamente con la persona con la que no debía y que la metió en negocios de drogas le valieron más de dos años de cárcel. Después de un segundo fracaso amoroso regresó a Colombia y se puso a vender perfumes, por aquella fue cuando poco a poco se vinculó en la prostitución, no desde las esquinas, sino desde una oficina como empresaria del sexo.
En el barrio Crespo, frente a la Fiscalía tenía una casa de dos pisos donde vivían las mujeres que trabajaban para ella. Allí entraban y salían las mujeres que se rotaba las fiestas en los lujosos yates, las acompañantes en bodas, y otras mega rumbas que contaban con chef privado, DJ, alquiler de sonido, autos y barcos, que terminaban con final feliz. Las cifras eran escandalosas. Un fin de semana podía costar más de 50 millones de pesos y sus clientes pagaban sin problema alguno.
Los dólares llegaban con clientes que llegaban desde Estados Unidos, Europa, Rusia, China y Arabia, principalmente. La Madame se volvió la mejor en el negocio. Ofrecía una vitrina de mujeres: morenas, rubias, naturales y operadas. Después de ver el catálogo comenzaba la oferta y la demanda. Era un mercado. Era un negocio.
Aunque le faltan algunos meses para terminar de pagar la condena, Liliana Campos camina por Cartagena con la frente en alto, aunque sabe que tiene encima un estigma con el que la señalan por donde va.
La Madame, quien ahora se quiere dedicar a los negocios de ropa, jura que al negocio que la puso en la cárcel no vuelve. Asegura, como buena conocedora de su ciudad que las prostitutas están ahí, un poco más escondidas, pero están ahí y ahora manejadas por otros proxenetas; porque la prostitución, el oficio más viejo del mundo, no tiene fin.
Cartagena sigue siendo la misma ciudad que siempre ha sido, en nada ha cambiado, solamente que ahora tiene una madame menos, pero muchas nuevas que están en la clandestinidad y que se cuidan más desde que atraparon a Liliana Campos Puello.
