Un cuerpecito que devuelve el mar. Un rostro repleto de granos de arena y sal que ya no se levanta más. Las palmas de la mano hacia arriba: ya no buscan ni esperan. No volverán a sentir el calor de sus padres. Tampoco tocarán una pelota, ni un libro, nada de alimento que poder llevarse a la boca. La fotografía de la vergüenza y del horror que sacudió al mundo entero tiene nombre e historia. Aylan Kurdi tenía tan solo tres años cuando su cuerpo sin vida apareció en una playa turca trayendo consigo la realidad y la pesadilla de dos millones de niños sirios y sus familias: la huida de la guerra y el intento desesperado de tener una vida llena de luz y futuro en cualquier otra parte del mundo.
Pero aunque lo pareciera, aunque muchos deseáramos que el niño Kurdi fuera una especie de pequeño cetáceo (sólo varado en la playa, descansando, esperando las manos de sus padres y hermanos para volver a despertar) él no tendría la oportunidad ya de volver a intentar dormir jamás. Y escribo "intentar dormir" porque ¿duermen acaso los hijos de la guerra? Los pequeños desplazados, los niños sirios, los que sólo conocen el miedo y la constante fuga. ¿Se acordarán de su cama y su almohada? ¿Tendrán imágenes de su madre contándoles un cuento antes de dormir? ¿Conocerán el calor del beso de papá en la frente que trae consigo el sueño?
Es precisamente eso lo que quiere contar el fotógrafo y periodista sueco Magnus Wennaan con su trabajo "Donde los niños duermen" ¿A dónde van los niños de la guerra que huyen de Siria cuando llega la noche? Porque aunque la imagen del pequeño en la playa turca congeló nuestra rutina y no dejó que volviéramos a nuestras cosas como si nada, el conflicto lleva más de cinco años y son más de dos millones de niños como pájaros sin rumbo y sin nido recorriendo el mundo en busca de un futuro mejor. Han dejado a sus familias, a sus amigos, a sus camas, si es que algunos las llegaron a conocer o a tener.
Porque estos niños cada noche duermen agarrando fuerte las maletas. Porque se va la luz y les toca improvisar sábanas y colchón en algún rincón de cualquier calle. Quizás aprietan las manos y sueñan, sueñan que nadie les podrá arrebatar ni la luz ni la vida, que algún día dejarán de oír las bombas y el miedo persiguiéndolos, que conjugarán los verbos dormir y arroparse, que conocerán pronto las palabras almohada, cuento y hogar.
Tomada de Gonzoo.