Doña Eloísa, la mujer que dignificó el trabajo de las empleadas domésticas

Doña Eloísa, la mujer que dignificó el trabajo de las empleadas domésticas

La mamá del ministro de Trabajo fue la primera que hizo público su oficio en la casa de familia en la que creció su hijo Lucho Garzón. 700 mil empleadas recuerdan sus derechos en su día

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julio 22, 2015
Doña Eloísa, la mujer que dignificó el trabajo de las empleadas domésticas

Una noche caminó tanto que la suela de los zapatos se le despegó. Miró al cielo esperando una respuesta y desde arriba le mandó un chaparrón. Sacó el monedero y miró: tenía apenas lo de la leche para Luis Eduardo, su único hijo, el bebé que la esperaba en un inquilinato del barrio 20 de Julio. Hacía esos largos recorridos, desde el sur en donde vivía hasta Chapinero en donde trabajaba como empleada en la casa de unos alemanes. No se iba en bus porque le daba pesar gastarse las únicas monedas que tenía y que le servían para alimentar a su hijo. Así que emprendía esas largas caminatas hasta que los pies se le reventaban.

Había nacido en Guatavita y sus abuelos maternos la criaron. No alcanzó a conocer a su padre porque se murió cuando ella estaba pequeña. Al verse sola, su madre decidió dejar a la niña con sus papás y ella irse a Bogotá y encontrar, ojalá, un trabajo que le permitiera subsistir. Durante largos periodos de tiempo Eloísa la dejaba de ver. En la finca de los abuelos había muchas distracciones para un niño. Estaban los terneros que había que sacarlos antes de irse para la escuela, el cultivo de hortalizas y uno pollos inquietos que nunca dejaban de quejarse.

A los 18 años, intuyendo que Guatavita no podía ser el mundo, abandonó sus estudios y a sus abuelos y fue en busca de su madre. Se encontraron en Puente Aranda para vivir en una piecita diminuta en donde compartían dolores y penas. Ella, en los 15 años que tenía sin verla, había vuelto a formar una familia. Eloisa, entre resignada y feliz, tenía que cuidar a los cinco hermanos con los que compartía un espacio diminuto. La reconfortaba el poder ganarse sus propios pesos, ayudando a lavar, plancha y almidonar la ropa que su mamá traía de otras familias. Un día se cansó de su madre, de sus hermanos, de ese mundo gris que parecía rodearla hasta el final de sus días, se fue de la casa decidida a ganarse la vida con sus propias manos, así fuera como empleada doméstica.

Lucho-hospital

La última aparición de doña Eloisa fue cuando su hijo se recuperaba de un preinfarto en el hospital.

En medio de la lluvia, Eloísa llegaba a la casa de los alemanes, la única familia de la cual no recibió reconvenciones, ni gritos, ni humillaciones, con los únicos que se pudo sentir plenamente orgullosa por su trabajo. Ellos la ayudaron con su hijo, le enseñaron a leer al niño, le dieron la primera ropa que tuvo. Le dijeron muchas veces que se quedara de interna,  que ganaría más que trabajando por días y además se ahorraría el hospedaje. Pero ella, siempre indomable, le parecía que esto sería la esclavitud.

Las cosas cambiarían para siempre cuando quedó embarazada. Luis Eduardo se llamaba el hombre taciturno y distante con el que tendría un breve romance. Cuando faltaban pocos meses para tener al bebé, el hombre la abandonó y Eloisa tuvo que volver a la casa de su mamá en donde, después de un parto de 17 horas, tuvo al futuro alcalde de Bogotá.

Abandonada y con la esperanza perdida, Eloísa seguía buscando una casa en donde se mantuviera a salvo su inquebrantable dignidad. Después de muchos intentos conseguiría esa estabilidad en el hogar de los alemanes.  Los niños de la familia ayudaban al pequeño Luis Eduardo con sus tareas, con su alimentación, con la ropa que se ponía. Fue gracias a ellos que, mientras Lucho terminaba con holgura el bachillerato y empezaba a trabajar como caddie en el Country, ella iniciaba sus labores como empleada en el Gun Club, arreglando oficinas, lavando tapetes y conociendo a eminentes personajes de la política nacional como Guillermo León Valencia o Laureano Gómez, de quienes diría solamente una frase: “Esos señores bebían mucho”. En el Gun Club uno de los socios se la llevó a trabajar como celadora y aseadora en un edificio. En esa ocupación pudo conseguirle a Lucho un trabajo como mensajero en Ecopetrol, un trabajo que sólo iba a durar tres meses pero que se extendió durante dos años. Después vendría para Lucho el sindicato en Barranca, la lucha, las muertes de sus compañeros, su carrera política, la alcaldía de Bogotá y el ministerio del trabajo. Todo su entereza y tenacidad la construyó en los años de infancia al lado de su mamá, con quien siempre ha vivido y sigue siendo su inspiración.

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