Me disculpo con los maniqueos
Opinión

Me disculpo con los maniqueos

En los programas radiales, a raíz de la renuncia de Uribe, los invitados se acusan de maniqueos, mientras los periodistas litigantes aprovechan la confusión para servir a sus pequeños intereses

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julio 31, 2018
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A raíz de la renuncia presentada por el senador Álvaro Uribe, se han amontonado los conceptos, opiniones doctas, sentencias anticipadas, descalificaciones de lado y lado, vertidas sin continencia por todo tipo de expertos en leyes y teóricos conspirativos que nuestra atribulada Nación produce sin descanso.

En los programas de variedades de las cadenas radiales, los invitados se acusan unos a otros de maniqueos, mientras los periodistas litigantes aprovechan la confusión para servir a sus casi siempre mezquinos y pequeños intereses politiqueros. Luego de una semana de escuchar los acalorados debates, se puede llegar a la conclusión que todos, menos la Corte, tienen ya un veredicto en este caso, del que solo se conocen tan escasos elementos, que en estricto honor a la verdad hay que decir que no son suficientes para llegar a una conclusión medianamente lógica.

Y acá es donde aparecen los mal llamados maniqueos. Manes fue un profeta persa del tercer siglo de nuestra era, muy interesado él en que la gente aceptara su idea de un mundo en donde no existen los matices, solo los extremos. O se era bueno o se era malo, sin puntos medios. Esta debatible doctrina aún subsiste en algunas sociedades, pero no es la que propiamente practican nuestros engendros políticos ni los comunicadores sociales a su servicio.

En uno de los programas de entretenimiento de las mañanas, que incluye alguna que otra sesión de noticias, se cuestionaban la ética y la legalidad de las filtraciones de información sobre procesos a los medios de comunicación. Mientras los defensores del senador Uribe se quejaban de esta actuación, tildándola como vil y siniestra, el más docto de todos los reporteros del programa salía con esta perla: “no es cierto que los magistrados de la corte estén filtrando este tipo de información. Lo que pasa es que los periodistas tienen algún amigo que funge como magistrado auxiliar, y si a este magistrado se le encarga proyectar tal o cual providencia, pues lo lógico es que se lo cuente a su amigo de la prensa”.

Tal cual. Para este periodista no es malo que un auxiliar de la justicia viole el principio de confidencialidad inherente a su cargo, siempre y cuando tal violación sea en beneficio de la cadena radial que le paga su salario. Esto no es maniqueísmo, esto es cinismo puro y duro, manifestado de manera desparpajada por los reporteros de la misma cadena radial que se dejó pillar cuadrando una entrevista con Roberto Prieto, para favorecerlos a él y al, ya casi, por fin, expresidente Santos.

En este momento nadie puede saber cuál será el desenlace del proceso contra el senador Uribe. Las especulaciones son saludables para mantener vivo el interés en la democracia. Lo que debemos entender los colombianos, todos, es que ni las leyes, ni los congresistas, ni el ejecutivo, ni las cortes, van a sacar a nuestra catatónica Nación del estado de ruina ética e institucional en que se halla sumergida. El futuro de nuestra sociedad y el de nuestros hijos es demasiado importante como para dejarlo en manos de unos burócratas que han demostrado hasta la saciedad su total incapacidad para solucionar los más simples problemas que nos aquejan, y que encontraron en unos medios de comunicación cómplices la manera más barata de mantener drogados a los colombianos, con el bazuco de la desinformación y el opio de las mentiras repetidas hasta la saciedad.

Es preciso entender que la cantidad de leyes existentes en nuestro país supera con creces a la de cualquier Nación parecida; y que la traducción más exacta de burocracia es la del gobierno de los escritorios. Acá debería llamarse burodictadura. Según los inventores de este engendro, todo se arregla con una fila, con un papel sellado, con un certificado, con una constancia, con un detallito para el funcionario encargado de firmar el permiso. Mientras tanto, los comunicadores avivan el embrutecimiento de sus oyentes echándole leña al fuego de las más bajas pasiones, tratando de justificar su falta de principios disfrazándola de derecho a la información. Y, ¡ay del que se atreva a cuestionarles su derecho a decir lo que les venga en gana sin ninguna responsabilidad y sin obligación de retractarse! Todas las furias del infierno se desatan contra quien ose criticar por deshonesto lo que en realidad es deshonesto, como por ejemplo obtener y publicar información reservada de un proceso judicial, con el peregrino argumento que no fue un magistrado principal sino uno auxiliar quien filtró la información. ¿Alguno de los galardonados con el premio de periodismo Simón Bolívar, o del CPB, nos podrá explicar cuál es la diferencia?

Por eso lo mejor es remitirse a los hechos. Y los hechos hablan de un proceso, otro, contra el senador Álvaro Uribe, quien debe ser vencido en un juicio imparcial, lo que no ha ocurrido hasta la fecha.

Lo demás, es amarillismo barato, vendido muy caro.

 

 

 

 

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