Diatriba contra el olvido
Opinión

Diatriba contra el olvido

Por:
agosto 04, 2013
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“Vivir consiste en construir futuros recuerdos.”

Ernesto Sábato

 

La palabra “olvido” está de moda. Pero nadie se pone de acuerdo. ¿Olvidar o no olvidar? Parece ser la cuestión. Se nos pide olvidar, pero recordar. Por ejemplo, ruegan a las víctimas “perdón y olvido”, pero difunden el informe de Memoria Histórica para que recuerden que uno de la lista de los miles de muertos en los últimos 54 años puede ser su padre, hermano o su hijo. Como si se necesitaran gordos tratados para que supiéramos la atrocidad de esta guerra, de todas las guerras.

En las relaciones amorosas sucede algo parecido. Cuando el amor que sentíamos por alguien ya no existe, nos engañamos queriendo olvidar. Como si devolver los regalos, empacar nuestras pertenencias, romper papeles, esconder fotos, hiciera que todos los recuerdos desaparecieran. Usamos la palabra olvido como una metáfora para convencernos de en adelante no recordaremos las desdichas ni los gozos. No es así. Se acabó el amor, pero el recuerdo permanece. Si no, cantaríamos Te olvidé, ¿te olvidé?

Recordar errores para no repetirlos. Frase desprestigiada, porque ¿de verdad aprendemos? La humanidad se sigue matando. Seguimos aceptando y cometiendo injusticias. Nos seguimos casando y divorciando una y otra vez, repitiendo viejos patrones de comportamiento… El “aprendizaje de los errores” es una ilusión. Y más si los errores fueron de otros. Nadie aprende con la experiencia de los demás —otra frase de bolsillo, pero cierta—. Para aprender de los errores lo que necesitamos es desaprender lo que nos llevó a cometerlos, y cambiar. Buscar tranquilidad y salud mental es la tarea por hacer, aprendiendo a desprenderse para disfrutar el presente. Aceptar la realidad. Crecer. Mirar hacia delante. No recrear malos recuerdos, amargarse y guardar resentimientos. Tampoco recordar solo lo bueno pensando que el pasado fue mejor. Los recuerdos, todos, nos hacen conscientes de nuestras posibilidades y de nuestra fragilidad. Por fortuna.

El olvido es un acto involuntario. Los recuerdos nunca van a desaparecer con solo desearlo. Quedan en la mente. Algunos se van al fondo del subconsciente, otros los bloqueamos por traumáticos, otros se pierden por vejez, otros se van alejando en el tiempo hasta dejar de producir la emoción del comienzo, dolorosa o amable. Pero no se esfuman del todo, y en el momento menos pensado nos asaltan: una canción, un disparo, un olor, una imagen.

Nadie tiene la suerte de olvidar voluntariamente hechos que marcaron sus vidas, mucho menos los dolorosos. A no ser que tengamos una enfermedad neurológica —o nos hayamos pasado de tragos—, saber que hemos olvidado algo, o querer olvidarlo, es saber que tenemos conocimiento de ese algo. Lo que pasa es que escogemos la palabra olvido para no aceptar que sucedió. También usamos el olvido como pretexto para ignorar a alguien. “Se me olvidó” es, en la mayoría de los casos, sinónimo de “no me importas”. El mejor ejemplo de este caso está en el comienzo de la primera parte de Don Quijote: "En algún lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme...".

Así que yo me declaro en contra del olvido. No quiero comprobar que lo que alguna vez creímos haber vivido va cayendo en el vacío, en el abismo insondable de la nada. Si la historia y nuestras vidas son lo que cada uno recuerda de ellas, a dónde van a parar la historia, a dónde nuestras vidas, si lo estamos olvidando todo? Ya no tendremos mundo, ya nos habríamos perdido a nosotros mismos. Yo quiero conservar mis recuerdos. Saber recordar todo lo bueno para alegrarme y lo malo para corregirlo. Poder agradecer ambos, como Violeta Parra en su poema: “Gracias a la vida que me ha dado tanto / me ha dado la risa y me ha dado el llanto. / Así yo distingo dicha de quebranto, / los dos materiales que forman mi canto.”

¿Por qué olvidar todo eso de lo cual estamos hechos? Lo que somos ahora, como personas y como sociedad, somos producto de lo vivido, bueno o malo. ¿Por qué olvidar nuestros afectos ya idos, esos que marcaron nuestras vidas? ¿Por qué pedirle a una madre cuyo hijo murió en un falso positivo o asesinado por la guerrilla o la delincuencia común que olvide, si cada vez que ella recuerde el momento en que nació y todas las alegrías que le dio ella recordará también cómo murió? ¿Por qué olvidar los trabajos por los que hemos pasado, si ellos nos trajeron hasta acá? ¿Por qué olvidar los desvelos que nos produjeron nuestros hijos cuando eran bebés, si con ellos aprendimos a ser padres? Mirar atrás no nos convierte en sal.

Si le va a servir para no volver a enamorarse del hombre equivocado, ¿por qué pedirle a una novia dejada plantada en la iglesia que olvide al imbécil que nunca llegó?

 

 

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