Días de hotel
Opinión

Días de hotel

¿Y si los lectores se negaran a creer en un hotel del cual jamás habían oído hablar ni visto? O si fuera una simple digresión para distraer el IVA a la yuca, el bollo limpio…

Por:
noviembre 08, 2018
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Ahora no recuerdo que célebre novelista europeo, alemán para más señas, usó este o parecido título para una de sus obras más famosas en aquel género.

Incluso, en el instante me asalta la duda de si en verdad alguien tan famoso como aquel escritor alemán o austriaco, haya podido utilizar este título para recrear su estancia en alguno de los recónditos lugares, bellos o feos, de tal continente.

Más aun, en verdad no logro identificar si alguna vez tuve la oportunidad de leer una novela de escritor europeo, austriaco o alemán, con ese título tan ligero pero sugestivo.

De todas maneras, cuanto trato es de imaginar la estancia de cualquier mortal innominado que se le ocurre discurrir su trascurrir en una de esas casas ambulantes, categorizadas por estrellas, que siempre se publicitan como “su hogar lejos de su hogar”.

O la de un mortal inmortal que llega a un hotel en Venecia, a la acuosa Venecia de góndolas y plazas, y se pierde en la espesura de un adolescente que lo cautiva y redime fugazmente de la fealdad reprochable de su vejez.

Bueno, el hecho es que ahora es más incierto, menos real el recuerdo de si en verdad leí algo que tuviera que ver con la estancia en un hotel, de alguien decidido a reprocharse la vejez en el solaz de un adolescente que, entre la bruma de un mar lejano decide perecer. Ahogarse de pena por su obscena relación con la vejez.

En fin, debió ser que alguna vez le oí contar a alguien las historias de los extraños habitantes que poblaban los hoteles de Camus en tiempos de pestes no oficiales, ni autorizadas por la burocracia, pero mortíferas hasta el arrasamiento.

Ahora, en el instante, este relato tiende a complicarse; a enredarse entre los hilos de una memoria que empieza a sucumbir en la frágil armazón de sucesos que no alcanzo a determinar con certeza si fueron sueños, pensamientos o alucinaciones.

Y todo, porque inicialmente tuve la certeza de que el escritor de aquellos días era alemán, austriaco quizá, pero resulta que ahora caigo en la cuenta que también había argelinos que rondaban, salían y entraban por las puertas falsas de la literatura, y eso vuelve complejo el asunto de determinar si esta historia es en verdad historia.

 

El IVA sentirá en el estómago y padecerá en su esmirriado presupuesto
una clase media a la cual le están construyendo la pista
para que aterrice de barriga en la pobreza.

 

O, una simple digresión para distraer el IVA a la yuca, el bollo limpio, los frijoles, la leche, el bocachico, el cuy, la papa y el cebollín, el corozo y el lulo, la cañandonga y el mango de hilaza.

O, como presumiera Aristocles de la verdad, mero reflejo de lo real que está oculto y nunca conoceremos pero que, como el IVA, sentirá en el estómago y padecerá en su esmirriado presupuesto una clase media a la cual le están construyendo la pista para que aterrice de barriga en la pobreza.

Por ahora, y no me aventuro en conjeturas o en las formas de las nubes, para formarme un juicio que dé en una salida segura del laberinto de humo de si es sueño lo que se escribe. O, lo que se imagina o sueña, fue antes escrito.

O todo es imaginación y sueño; sueño e imaginación que sucumben ineluctablemente en la fragilidad de la memoria. En el espasmo del olvido.

¿Y qué tal que no fuera alemán ni austriaco el tipo del cual ya empiezo a dudar de su nacionalidad y de su celebridad de escritor? ¿Y si no se hubiesen aparecido los argelinos de Camus? ¿Y si la peste no se hubiese sobrepuesto a la marcialidad oficial y a la burocracia pestilente? ¿Y si las ratas no lo hubiesen invadido todo y corroído la ciudad entera?

¿Y si los lectores de esta columna decidieran creer que fueron noches y no días? ¿Y si se negaran a creer en un hotel del cual jamás habían oído hablar ni visto? ¿Y en el escritor célebre del que jamás han leído palabra alguna ni tenido noticias?

Esta tarde me he puesto a jugar conmigo; a reírme de mí. Del aprendizaje torpe de un robot que arman mis nietos; de sus pasos grotescos de mecanismo de botones, pitos y lucecitas de colores. De la pista con falsos amortiguadores para aterrizar de barriga en la pobreza que el IVA le construye, a velocidad de crucero, a la sedicente clase media colombiana.

¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!

Poeta

@CristoGarciaTapia 

 

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