Diana Uribe, una mujer que, contra viento y marea, nació para hacer historia

Diana Uribe, una mujer que, contra viento y marea, nació para hacer historia

Esta filósofa, catedrática e historiadora bogotana de ancestros paisas se ingenió la fórmula más directa y desparpajada para acercar a la gente al pasado

Por: Ricardo Rondón Chamorro
octubre 16, 2018
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Diana Uribe, una mujer que, contra viento y marea, nació para hacer historia
Foto: Archivo particular

Cuando se produjo la noticia, doña Mónica, mi vecina del quinto piso, fue la primera en golpearme en la puerta para dar su voz de alarma:

—¡Ay!, vecino, usted que es periodista, por qué no hace algo para que la profesora Diana (Uribe) se quede… Mire que al final del programa de hoy, se despidió. Dijo que Historia del Mundo iba hasta el 21 de octubre. ¿Qué pasó?

—¡Nada qué hacer—¡, le dije sorprendido ante semejante encargo. Es una determinación de los mandamases del Grupo Prisa, que son los dueños de Caracol Radio, un tal señor Reglero que es el nuevo presidente de la cadena.

—¡¿Y es que a ese señor no le gusta la historia?¡—, replicó doña Mónica, quien demostró ser una aguerrida defensora de la reconocida historiadora al sustentar que no se perdía emisión desde el primer programa, en la que fue su casa, Caracol, a lo largo de dieciocho años, ni sus conferencias y conversatorios en la Feria del Libro de Bogotá, en universidades y librerías, o donde reclamase su presencia. Corroboró su admiración al poseer todos sus libros.

Lo cierto es que doña Mónica estaba más exaltada que la misma Diana, que tomó con frescura la decisión, como otro ciclo cumplido en su profesión, al manifestar que seguirá trabajando común y corriente en su oficina, que es su Casa de la Historia, como catedrática y asesora editorial, y que la continuidad de sus programas cursarán ahora por el caudaloso río del espectro digital.

Diana Uribe Forero, filósofa e historiadora de la Universidad de Los Andes, hizo su primera incursión ante micrófonos en Radionet, en 1998, por iniciativa de Yamid Amat, quien la invitó a hacer parte de la mesa de trabajo como analista internacional, y luego se produjo su traslado a la Básica de Caracol, en el espacio dominical Historia del Mundo, de 11:00 a.m. a 12 m, que con su ameno y coloquial estilo de narrar los acontecimientos más trascendentales de la humanidad, ubicó su programa en el top de los de mayor audiencia.

Consecuencia de su arrolladora popularidad, su nombre fue adquiriendo ribetes de marca en las editoriales, con publicaciones que se convirtieron en éxitos de librería para sus miles de seguidores, y como material de consulta en instituciones educativas: Diana Uribe, 100 momentos que marcaron el mundo contemporáneo, Historia de las grandes independencias (en coautoría con Martín Moreno, Alberto Pérez López y Juan Guillermo Llano García), Historia de las civilizaciones (en coautoría con Carolina Luna, Martín Moreno, Ricardo Silva Romero, Juan Guillermo Llano García), La vuelta al mundo en 25 mitos, Contracultura, África: nuestra tercera raíz, Historia de los viajes, entre otros.

Para realizar una radiografía íntima de Diana Uribe Forero es recomendable primero traspasar el umbral de su morada: una enorme casa de estilo inglés ubicada en el sector de Teusaquillo, en Bogotá, que como su propietaria, resume historia.

De entrada te encuentras con afiches enmarcados de películas, la mayoría de Woody Allen, uno de sus directores preferidos (Manhattan salta a la vista), que ella tiene dispuestos en paredes, a manera de galería. Vas penetrando con sigilo y curiosidad los aposentos y te sorprendes con la cantidad de objetos artesanales y souvenirs que ocupan las estanterías: guerreros y máscaras africanas, tótems, íconos, papiros; fetiches de Kuala Lumpur, consagraciones e invocaciones indias, botellitas con mensajes del mar de Mármara, palitos chinos, marineros en resina de Amberes; tacitas de té de Kioto, perfumes en miniatura de los recónditos bazares de Ankara, Estambul y El Cairo, y todas esas cositerías que una peregrina del mundo como ella, haya podido adquirir a su paso.

¡Ah!, se me olvidaba: no me perdonaría si no reseño su admirable colección de gatos: mininos de todos los tamaños, elaborados en diversos materiales y texturas, con la mirada atenta ante el soberbio y maravilloso espectáculo del universo: desde una mosquita en volandas hasta el magnífico sortilegio de la Aurora boreal (le recomiendo Gatos, el poemario de Darío Jaramillo Agudelo).

Y sus libros, rigurosamente organizados y clasificados: libros de historia, filosofía, psicología, novela, ensayo, literatura universal; enormes atlas de pasta dura; incunables de anticuario; libros y más libros esparcidos como sus gatos por todos los rincones de la casa.

La envidiable biblioteca de la profesora Diana es el resultado de tres bibliotecas: la propia, la misma que agregó a la de su esposo, el librero e infatigable lector Ricardo Espinosa, con quien permaneció treinta años casada hasta el deceso del señor hace seis años, y la de sus hijos, Alejandro y Santiago, estudiantes de Literatura, sin descontar los libros que ella ha comprado o le han regalado en sus viajes, más las muestras que le envían de las editoriales: un promedio de 10.000 tomos.

Sí, la casa de Diana Uribe resume historia, y en ella la filósofa, catedrática e historiadora bogotana de ancestros paisas, la mujer que se ingenió la fórmula más directa y desparpajada de contar la historia de las civilizaciones, se siente como Minerva en su ágora.

Y discos: músicas del orbe, desde las onomatopeyas sobrecogedoras de milenarias tribus africanas, hasta lo mejor del rock de todos los tiempos: The Beatles y Bob Marley, sus grandes pilares. Encima del estereofónico se impone Narciso de noche, un óleo de David Manzur firmado con una dedicatoria.

Después de escudriñar a vuelo de pájaro su residencia, de respirarla en sus contornos, te sientas en la sala con ella, y al calor de una humeante taza de café, empiezas a escucharla, horas y horas, en un sermoneo inagotable, con ese tono y ese ritmo de procurador helénico, con esa memoria de Úsrula Iguarán o de palabrero de Comala, con esa precisión de datos, lugares y fechas de acontecimientos, batallas y entreguerras: una cronología espléndida labrada en el estudio permanente, la investigación, la lectura de cientos de libros. Y en los viajes.

Y uno se pregunta. ¿Qué puede significar para ella la palabra historia, cuando quien escribe estas líneas le enseñaron en sus desenfrenados años de bachillerato que historia no es más que una sucesión de sucesos sucedidos sucesivamente?

Antes que el entrevistador termine de formular la pregunta, Diana corta en seco el viaje con su espada de centurión espartano (así es ella: rápida, repentista, sorprendente):

“La historia es la vivencia de la especie humana, de esa cotidianidad que el hombre ha construido en el día a día a través de los tiempos: es el gran testimonio de los encuentros y las pasiones”.

¿Y un historiador?

“Una persona que se ciñe a la memoria de los acontecimientos para escribirlos o narrarlos con precisión y admiración”.

¿Cuál es la esencia en su pureza de la historia?

“Está en su oralidad. Los grandes pueblos de la humanidad se remiten a la voz, a la palabra hablada, o a su música, para contar su pasado, caso particular los pueblos Africanos. O Cuba”.

¿De qué herramientas o claves secretas se debe apropiar un historiador para ejercer su oficio?

“La curiosidad es el poderoso motor de la historia. Esto agregado a la exploración y la aventura. Y también la capacidad de receptividad, de análisis, de acumular todos los datos posibles, como un ejercicio permanente de registro notarial, y con una firmeza y rigor cronológicos”.

¿Cómo nace esa pasión suya por la historia?

“De mi abuelo, Tomás Uribe Márquez, destacado pensador e intelectual de los años 20, y de mi padre, un notable cultor de la historia, la filosofía y las letras”.

¿Y en qué momento se ideó esta fórmula amena, digámoslo, jocosa y dicharachera de narrar la historia?

“Se lo debo a un profesor de historia en mi bachillerato, que se llamaba Álvaro Miranda, quien nos enseñó a pensar, analizar y recrear el hecho como tal. Más tarde, en la cátedra, lo apliqué cuando observé que para algunos alumnos la clase de historia les resultaba tediosa, aburrida. Cuando lo puse en práctica, la realidad fue otra: historia, para ellos, era su asignatura preferida”.

¿Qué opina de ciertos historiadores que no toman en serio su estilo de narrar la historia?

“Cada quien tiene su forma de interpretar y difundir lo que sabe. Mi estilo me ha dado satisfactorios resultados a lo largo de veinte años. Son las audiencias las que me han retribuido con creces su complacencia”.

¿Cuáles cree que son los grandes enemigos de un historiador?

“La inexactitud, el desconocimiento y el olvido”.

¿Qué presagio podría hacer de la historia de Colombia en unos veinte años?

“La proyección que se tiene hacia el futuro es demasiado riesgosa y delicada para un historiador. Se manejan unos límites muy grandes. Atreverse a un dictamen ligero podría caer en las trampas efímeras de la adivinación. Y de eso no se trata la historia”.

¿Qué es eso que nunca debe perder un historiador?

“Su pasión y su inmensa capacidad de asombro”.

¿Y qué es lo que más la apasiona fuera de la historia?

“El rock. Toda la vida he sido roquera. He viajado en el carruaje del rock y a la velocidad de los acontecimientos. El rock es el gran cronista de la contracultura, el maravilloso proyecto de la utopía. Woodstock es la banda sonora del Siglo XX, un verdadero documento. Ha sido la única revolución que ha triunfado y se ha mantenido”.

¿Sigue creyendo en las utopías?

“No hay que olvidar que los mayores logros derivan de las épocas de crisis, de los dramas, de la tragedia. Ahí es donde afloran las utopías. Colombia es un terreno fecundo de la utopía”.

¿Cuál es el capítulo cultural que más le atrae de la historia de la humanidad?

“El Renacimiento, que es la fuente de la creatividad, de la sensibilidad y del amor por el arte”.

¿Y de la historia de las civilizaciones?

“Los Persas, Grecia y el asombroso florecimiento de los árabes, con Alejandro, El Jefe, a la cabeza”.

¿Cómo ve a Colombia como historiadora?

“Colombia no es el único país que tiene problemas. Los hay con peores dificultades en el planeta. Venezuela, por ejemplo, y el continente africano. No hay que ver sólo el país detrás del conflicto. Hay que admirar el otro país: el de la sensibilidad, el trabajo, la productividad, la creatividad, la cultura y la inteligencia. La Colombia de las universidades, de la juventud ingeniosa y palpitante, ansiosa de trascendentales cambios”.

Si tuviera el poder, ¿a qué personaje de la historia le gustaría revivir?

“A Gandhi: cada vez que lo estudio lo conozco más, lo profundizo, me enamoro de él. Fue el gestor de planteamientos éticos incomparables. Y, con Gandhi, Mandela, que es mi filosofía de vida”.

¿Qué es el libro para usted?

“Es la más útil y poderosa carta de navegación con la que pueda contar un ser humano”.

¿Qué opina del maridaje entre historia y literatura, como lo hecho por William Ospina con su saga de Ursúa, El país de la canela y El ojo de la serpiente?

“El mejor. Un trabajo admirable. En la literatura están los espíritus, las pasiones, las emociones que escritores como William Ospina o Enrique Serrano han utilizado como el gran decorado en ese dedicado ejercicio de narrar los acontecimientos. Me parece muy válido. Ojalá otros narradores sigan este modelo”.

Usted siempre anda comprometida con sus proyectos, uno tras otro, no da treguas. ¿Siempre ha sido así con su trabajo?

“La historia, como el tiempo, no se detiene. Por eso hay que ir en la marcha de los acontecimientos, en su ciclo inagotable, en el trabajo permanente. La vida es muy corta para todo lo que uno sueña y proyecta”.

 Para terminar, Diana: ¿por qué esa fascinación suya por los gatos?

“Por ese espíritu lúdico con el que comparten todos sus actos, por ese desenfado y esa voluntariedad que tienen hacia la vida”.

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