Diálogo: ¿Con quién?, o ¿Entre quiénes?
Opinión

Diálogo: ¿Con quién?, o ¿Entre quiénes?

Toca resolver como salimos del paro, donde oposición, establecimiento, reformadores, estrato 1 al 6 coinciden en el diálogo, lo difícil es saber cómo y con quién

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mayo 12, 2021
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Sobran la cantidad de explicaciones en relación con la implosión que significa el paro, tanto las que mencionan las causas (desigualdad, pobreza, exclusión, incapacidad del gobierno, corrupción, decadencia de la dirigencia política, etc.), como las que enumeran como se deberían enfrentar (educación, empleo, reforma al régimen de salud, tributación progresiva, mayor inclusión, etc.).

Sobran porque todos las conocemos, y hoy lo que toca resolver es cómo salimos del paro y de la situacion a la que nos ha llevado. Todos los sectores, oficiales o de oposición, de quienes defienden el ‘establecimiento’ o de quienes luchan por reformarlo, desde el estrato 1 hasta el estrato 6, todos coinciden en proponer el diálogo para encontrar una salida. Pero la dificultad está en ‘como’ y ‘con quien’ se adelantaría.

Por el lado de las autoridades o del ‘establecimiento’ no existe ni la cohesión, ni la representatividad, ni la autoridad o liderazgo en cabeza de alguien para ejercer una interlocución válida con algo de credibilidad. El presidente mismo -quien debería cumplir esa función- no tiene las capacidades para ello puesto que la falta de formación, trayectoria, conocimientos y vínculos con la nación no se remplazan con el famoso ‘el que diga Uribe’. Indeseable es cuestionar a alguien por sus condiciones personales, pero en este caso lo que lo caracteriza no son sus ideas o sus propuestas sino justamente la falta de ellas. Y para peor de males, lo normal y natural es que -salvo casos muy excepcionales- rara vez recae en alguien superior a quien los nombra la escogencia de los subalternos.

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En el desorden pueden estar interesados la izquierda para presionar y mostrar la necesidad de cambios radicales, la derecha para justificar la defensa del orden mediante el uso de la ‘fuerza legítima’

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En el desorden pueden estar interesados tanto la izquierda para presionar y mostrar la necesidad de cambios radicales, como la derecha para justificar la defensa del orden mediante el uso de la ‘fuerza legítima’ por parte del Estado (con decretos de ‘conmoción interior’ o hasta golpe de Estado). Sea cierta o no la teoría de la ‘revolución molecular’ -según la cual existiría una conspiración que no tiene por objeto tomarse el poder sino entrabar el funcionamiento del sistema imperante para acabar con él mediante la generación permanente de desordenes y saboteos-, y lo sea  con o sin organización detrás, esto es lo que estamos viviendo, puesto que se presenta como la continuación de protestas y manifestaciones similares acumuladas como las de las mingas indígenas, el paro del 2019, las ‘negociaciones’ con el Mane, etc.

Y del lado del paro basta seguir la secuencia de su desarrollo para entender lo disperso de sus intereses y de sus vocerías. A la reivindicación primero del comité de centrales obreras y estudiantes contra la reforma tributaria se unió después Fecode reclamando compromisos incumplidos; ya en la calle las manifestaciones, aparecieron las peticiones de reformas al sistema de salud, de pensiones, y de otros grupos inconformes; la minga indígena se levantó después declarando un engaño los acuerdos no concretados; y el último envión viene de los transportadores con reclamos que el gobierno ni siquiera parece conocer.

Así estos actores principales conforman el caos que vivimos: de un lado el gobierno, del otro los manifestantes protestatarios, y como tercero los llamados ‘vándalos’. Entre los tres han estructurado una espiral perversa, que consiste en que a la justa y pacífica protesta se suman quienes tienen interés en crear el desorden, lo cual sirve a las autoridades para concentrarse en ‘la obligación de mantener el orden’ (y de paso disimular la falta de atención tanto al problema estructural que generó el paro como al coyuntural de lo que significa) y responder mediante la represión, lo que aumenta la dimensión y la radicalización de la protesta, da cabida a más posibilidades de vandalismo y en consecuencia más justificación para la intervención de ‘la legítima fuerza del Estado’, y así continúa la espiral.

Parece una sinsalida que podría terminar como en los casos o anteriores en que por agotamiento los manifestantes acepten un ‘acuerdo’ con las diferentes ‘ofertas’ del gobierno, a sabiendas que como siempre no se cumplirán. O que, por desesperación o por rabia, por la cantidad de quienes sienten que ya no tienen nada más que perder, el vandalismo se generalice, y terminemos en una especie de guerra civil de baja intensidad enfrentándolos a los que están en situación de ‘Si no trabajamos, no comemos’.

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