Desdicha y lamento: dos males que padecemos los colombianos

Desdicha y lamento: dos males que padecemos los colombianos

"Estos sentimientos nos mantienen lejos de la movilización, nuestra deuda más grande como sociedad"

Por: Juan Pablo Trujillo Urrea
enero 18, 2016
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Desdicha y lamento: dos males que padecemos los colombianos

La afición de los colombianos por el lamento no tiene límites. La mayoría de veces esa conducta ha estado sazonada por una aversión patológica al esfuerzo y ha desembocado en un terror al movimiento. Repetidamente los que habitamos este país hemos sufrido incontables atropellos cuya autoría reside en nosotros mismos. Sin embargo, encontramos una falsa tranquilidad al ubicar un culpable, como si nuestros pecados pudieran redimirse con el señalamiento. Pocas veces nos hemos movilizado ante la injusticia, y cuando lo hemos hecho, el movimiento ha sido apenas ligero, levantando escasamente la superficie de nuestras miserias.

Hemos estado entonces, lejos de la movilización, de la ciudadanía, de la apropiación de nuestro territorio, nos hemos conformado con mirar la realidad que nos atraviesa y nos desangra desde el balcón, desde la gradería, y allí, con mucha exaltación, lanzamos nuestra acción más meritoria: el lamento. Y es que, aunque sea legítimo, este sentimiento nos ha llevado al refugio de la autocompasión, de la lástima de nosotros mismos, impidiendo que la movilización tenga lugar.

Somos adictos a la desdicha, nos encanta tener motivos para la lamentación, incluso muchas veces nos sentimos más cómodos con las situaciones angustiantes que con las gratificantes. Hemos instalado un muro infranqueable con nuestras miserias, y esperamos paralizados que la próxima tragedia nos embista para poder expresar la mala suerte que tenemos.

El lamento es nocivo por su despersonalización, porque no hay responsabilidad, porque siempre somos víctimas. Lava la culpa, como el católico que se confiesa luego de una semana de malas acciones. La queja nos regala una tranquilidad fabricada con nuestra incapacidad de hacernos cargo, de hacer frente a lo que nos molesta.

Por su parte, la movilización ha sido nuestra deuda más grande como sociedad. Nuestro movimiento siempre, en las contadas veces que ha aparecido, ha sido débil. Hemos preferido encontrar un culpable, que hacernos cargo, privilegiando el lamento sobre la acción. El asocio de las protestas con un sector político tiene mucho que ver en nuestra decisión de resignar la movilización, pero más tiene que ver nuestra falta de compromiso frente a lo que sucede con el país. Y es que, de qué sirve lamentarse, o llorar sobre la leche derramada, o Santa Lucía después de ojo sacado, y todo lo que nos dicen las sentencias populares. La verdad, de absolutamente nada.

Lo que sí sirve es hacer frente a lo que nos sucede, llevar nuestra rabia a caminar al frente del palacio municipal, y a nuestro lamento a manifestarse por fuera de las redes sociales. Lo que realmente es efectivo es preguntar por nuestra responsabilidad en lo sucedido, por nuestro nivel de autoría en nuestras desgracias como país.

Vendieron Isagén y sobre ese hecho es muy poco lo que podemos hacer, solo espero que la próxima vez que tengamos un suceso semejante- que en este país será muy pronto- haya más movilización y menos lamento.

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