Depresión: una enfermedad de genes, alimentación y costumbres

Depresión: una enfermedad de genes, alimentación y costumbres

Factores ambientales, sicológicos, del entorno, aprendidos o programados influyen en lo que finalmente la sustancia vital para la salud mental: serotonina

Por: Alejandro D Velasquez U
enero 28, 2020
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Depresión: una enfermedad de genes, alimentación y costumbres
Foto: Pixabay.com

La depresión, como enfermedad mental está ligada a los genes y son estos los responsables de los eventos inflamatorios que dañan la respuesta cerebral normal del bien estar. Entrelazados a muchísimos factores; ambientales, neuroendocrinológicos, inmunológicos y  modulados por el almacenamiento del conocimiento, que es tan diverso y único para cada individuo.

Quien posea esta carga genética, estará susceptible de experimentar una depresión. Así las cosas, es oportuno comprender que hay genes que imprimen una depresión menor, como hay otros suicidas.

Los factores que activan estos genes con esta información son múltiples. Ambientales, sicológicos, del entorno, aprendidos o programados por ellos mismo, pero independiente del motivo, la respuesta final es la disminución de una sustancia vital para la salud mental, la serotonina.

Este neurotransmisor, es el encargado del manejo de las emociones, el apetito, el sueño, la memoria y la satisfacción que nos proporcionan el sexo, la comida, los compañeros, la música y el amor entre otras.

En términos simples, la serotonina, determina nuestra capacidad de recuperarnos, de adaptarnos y de ser felices.

Al disminuir su cantidad en el cerebro, se pierden las funciones de regulación del estado de ánimo.

Hay suficiente evidencia médica, que nos demuestra, que en situaciones estresantes (desde un aumento de peso o una enfermedad periodontal, un exceso de trabajo o un secuestro); el cuerpo libera grandes cantidades de cortisol (una hormona de origen suprarrenal que se aumenta, al mínimo cambio detectado por el cuerpo); esta nos proporciona azúcar y asegura que tengamos suficiente sodio en la sangre, para equiparnos de energía mientras dura la tormenta; si la situación no se resuelve rápidamente, hay una enorme posibilidad, que  este aumento de cortisol active los genes de la depresión; perpetuando a su vez, más cortisol y desencadenando elementos inflamatorios, que afectaran directamente al cerebro, en la regulación de la serotonina y de su equilibrio y producción.

Es la vía de la inflamación cerebral la que injuria el tejido cerebral, con la consecuente disminución de volumen cerebral, daño de otras funciones, perpetuando la perdida de la regulación de serotonina y alejándola del efecto, estímulo placentero, más serotonina, memoria y aprendizaje. Reflejado en los síntomas tempranos de la depresión: cambios de temperamentos, desconcentración, alteración del sueño, miedo, crisis de pánico, alteración del apetito, fibromialgia y recurrencia de pensamientos con un final catastrófico y aterrador. Al disminuir, cada vez más la serotonina, los síntomas mayores de la depresión se instalan, haciéndose más evidentes (melancolía, desinterés, ideas suicidas), si el daño continua, el recurso “rescatador y de supervivencia” normal del cerebro se pierde o se hace ausente, dejando solo las partes que chatean un panorama más oscuro.

La participación de un estado inflamatorio cerebral y de un cortisol elevado, aclaró porque la depresión es más frecuente en los pacientes obesos (55%). Participando en ambos sentidos, al estar obeso me deprimo y al estar deprimido más me engordo.

La obesidad es un estado permanente de ahorro de energía, caracterizado por aumento de la insulina y del cortisol, con la consecuente protección del uso de la grasa. Este cortisol continuamente elevado entrega azúcar de forma constante, azúcar  que se convierte en grasa y que la insulina evita que sea usada. Cuando estamos por encima de nuestro peso, perdemos la capacidad de gastar nuestra propia grasa y pasamos a un estado permanente de ahorro de energía e inflación de todos los órganos,  el cerebro no es la excepción.

Otras enfermedades, altamente inflamatorias apuntan a esta teoría. Están asociadas a la depresión, por el mismo mecanismo de inflamación cerebral, exceso de cortisol, alteración del metabolismo energético cerebral y  disminución de serotonina, el EPOC ( Enfermedad Pulmonar Obstructiva crónica), la diabetes, la artritis reumatoidea juvenil, la enfermedad celiaca y la esclerosis múltiple.

El aumento de un  20 por ciento de la incidencia de la depresión, se cree ha ocurrido, por el fenómeno de la “occidentalización”, es decir, cambios en los hábitos alimenticios, disminución del ejercicio, cigarrillo y alcohol, sin mencionar, el efecto de la presión social en temas como, seré calificado por mi apariencia de ser “el más feliz, el más bello y el más rico”.

No es un misterio que al agregar cargas altas de azúcar, harinas refinadas y alimentos procesados a nuestra dieta nos hemos enfermado mucho más.

El modelo que mejor expone esta tragedia moderna, es el de Groenlandia. De pasar a ser una etnia adaptada, por miles de años, a la cacería y a los alimentos del mar, los inuit recibieron de occidente, el sedentarismo, el alcohol, el cigarrillo,  las harinas empacadas, el exceso de azúcar y una interrupción con sus tradiciones ancestrales y como consecuencia un aumento inusitado de la obesidad, diabetes tipo 2, depresión y cáncer.

Poseen, tristemente, el mayor número de suicidios del mundo, entre gente joven, (10 a 24 años, a una rata de 80 casos por cada 100.000 habitantes por año).

Este efecto nocivo dela occidentalización no es nuevo, fue visto por los españoles al cambiar el mundo azteca en 1500.Los nativos originales de Centro América, al observar muertes masivas por la viruela, matanzas, cambio de dieta, de cultura  y verse esclavos se suicidaron masivamente.

Al traer esclavos del Africa, sometidos al mismo maltrato inhumano, no hubo suicidio entre ellos, a pesar de haber sufrido la misma experiencia, estos últimos sobrevivieron. No hay duda que grupo poseía la carga genética de la depresión.

La carga de tristeza de los asiáticos , que ahora vivían en Centro América , fue compensada, por la mezcla y el sonido de los tambores africanos.

El segundo país con mayor depresión en el mundo es Corea del Sur, 30 suicidios por depresión por cada 100.000 habitantes, principalmente en la población de mayor edad.

Aquí juegan tres factores importantes, la falta de vitamina D en los ancianos, los niveles de pobreza al no ser productivos, con la carga emocional y estresante de verse fuera de la sociedad, sumado a grandes cargas de alcohol y una carga absurda de estrés por las exigencias de un mundo altamente competitivo.

No solo los ancianos se “automedican” tragos de alcohol para animarse,  todos lo hacemos; “El del arranque”, “hoy me los pego por el desamor, por la depre”, etc.; sin saber que el alcohol es un depresivo por el simple efecto de disminuir la serotonina hasta 48 hora s después de la última ingesta. ”Solo sonríe y se anima cuando esta 3-15”.

Independiente de las cargas genéticas, de los recuerdos traumáticos de la infancia, de la perdida de seres querido; todos los seres humanos estamos en la capacidad de resolver nuestros problemas y vivir felices.

Cueste lo que cueste, estamos en la obligación de darnos una vida sana, productiva, amorosa y feliz.

El primer paso, es detectar el contenido del chateo interno, tanto de nosotros mismos como de las personas que dependen, de algún modo de nosotros.

Los padres, los profesores, parientes cercanos, deben observar el lenguaje de los niños y adolescentes. Debemos estar atentos y escucharlos. Frases como,” que pereza”, “no quiero salir”, “estoy triste”, “tengo una opresión en el pecho”, “nadie me quiere”, etc.; no deben ser tomadas al azar.

La ansiedad, las crisis de pánico, la fibromialgia,  como manifestación de una depresión, en la población pediátrica, son tan reales como la tuberculosis o la leucemia y requiere atención médica inmediata.

 

Alejandro Velasquez U

Endocrinólogo pediatra

 

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