Democracia y abstencionismo: ¿qué pasa en Colombia?

Democracia y abstencionismo: ¿qué pasa en Colombia?

¿No será que la falta de participación en las urnas es culpa de la élite política tradicional en lugar de ser fruto de la apatía ciudadana?

Por: Juan David Barco Castellanos
junio 17, 2020
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Democracia y abstencionismo: ¿qué pasa en Colombia?
Foto: Leonel Cordero

La democracia, como régimen político, ha calado profundamente en las sociedades occidentales, aunque subsisten aun naciones con dictaduras y monarquías. Las luchas contra las desigualdades generaron que el pueblo se alzara contra la nobleza, como en 1778, cuando en la revolución francesa, el demos se tomó el poder y de facto instituyó que este se origine en el pueblo.

La decisión de las mayorías es la esencia pura de la democracia. El sufragio universal permite, a ciudadanos iguales, participar en la vida pública, señalando hacia donde debe girar el país, o eligiendo representantes para que lo hagan.

En un inicio las luchas democráticas giraron en torno a la igualdad. A estas luchas democráticas se le han sumado últimamente movimientos en contra de la segregación racial o de género, de la discriminación por estratos económicos o por causas religiosas, en donde los movimientos feministas, antirracistas y secularizadores luchan fervientemente por, lo que Paolo Flores sintetiza como: “un hombre, un voto”.

Las luchas democráticas continúan en constante evolución, para constituir una democracia para todos y no solo una democracia para “el pueblo de señores”.

Doménico Losurdo otorga esta categoría a las sociedades en las que, “autodenominándose” democráticas, gozan de privilegios solo una minoría, pero que se encuentra la gran mayoría olvidada y ultrajada por ese “pueblo de señores”.

Estados Unidos es ejemplo de esto, donde los negros e inmigrantes no gozan de igualdad democrática, o lo que ocurre con los campesinos en Colombia, a quienes les alejaron las oportunidades. Las ultimas luchas por la democracia han virado en torno a que la democracia sea material, homogénea y efectiva en todo el territorio.

En Colombia han sido variados los grupos legales e ilegales que han luchado por ampliar la democracia, pero el grupo ilegal del M-19 fue el que más logros obtuvo.

Su lucha por una nueva constitución política es prueba de esto, pues con la introducción, en la constitución de 1991, del Estado social de derecho, se amplió la participación política en el país, dejando en el pasado la visión exclusiva de ser un Estado representativo a uno de carácter mixto, en donde las decisiones del país no solo las toman los representantes, sino que el demos tiene participación directa.

En pro de convertirnos en una república democrática, participativa y pluralista, se implementaron mecanismos de participación ciudadana como la elección de representantes, el plebiscito, el referéndum, la consulta popular, los cabildos abiertos, la constitución de partidos y el revocamiento del mandato.

Aunque todos estos mecanismos intenten fomentar la participación del colombiano, se puede observar que el abstencionismo presente hoy en día es una herida al alma democrática de nuestra constitución.

Se estima que Colombia está en el penúltimo lugar en América Latina, con solamente un 47% de participación electoral. Parece que la apatía en la participación institucional de los colombianos es contradictoria frente a las numerosas luchas por el poder ejercer el derecho al sufragio universal.

Pero, el no uso del voto, no es sinónimo de “no participar”, sino que el pueblo no vota, como protesta a las pocas garantías que el Estado le da al demos. Para ver esto de mejor manera, haré un paralelismo con las condiciones que propone Paolo Flores para que se pueda desarrollar la democracia.

En el caso colombiano, las circunstancias no son las mejores para que la democracia prospere. Haciendo un análisis de las condiciones para que se haga el sufragio efectivo que propone Flores, se advierte que hemos fallado en cada una de las premisas:

La democracia requiere que, en los territorios, más aún en tiempos de elección, exista paz electoral, en donde cada individuo pueda votar libremente por el candidato que prefiera, sin influencia alguna de grupos armados que obliguen a votar a los ciudadanos por ciertos candidatos.

Con el conflicto interno en Colombia este factor básico ha sido sumamente violado, pues se evidencia que en las elecciones del 2001 hasta 2005 han sido ampliamente influenciadas por los grupos paramilitares y guerrilleros. Pues en territorios dominados por las guerrillas se encuentran una menor participación electoral, mientras que, en los territorios controlados por los paramilitares, la participación fue sumamente grande además de concentrada, en donde, los votos nulos y blancos obtuvieron porcentajes absurdamente bajos que dan a entender la influencia de estos grupos. En los sectores más vulnerables por el conflicto armado hemos caído en “una bala, miles de votos” ya que los grupos paramilitares y guerrilleros obligan de forma violenta a la elección de ciertos candidatos.

Si seguimos hablando de la libre competencia electoral, podemos ver que las influencias económicas ilegales nos han hecho entrar en “miles de dólares, miles de votos”. Pues en nuestro país la compra de votos es un mecanismo tradicional y ya sistemático para ganar las elecciones.

Sin movernos mucho en el tiempo, tenemos ejemplos como los escándalos de la supuesta compra de votos por María Fernanda Cabal en las anteriores elecciones del congreso; o la más sonada por estos días, por la supuesta compra de votos organizada por la ñeñepolítica, en donde se encuentran involucrados el Ñeñe Hernández, Vargas Lleras y el presidente Iván Duque. A lo que se le puede sumar la violación del tope de fondos dirigidos a hacer campaña política, en donde vuelve a quedar supuestamente manchado el presidente, por la presunta financiación a su campaña, bajo cuerda, por Roberto Gerlein.

Colombia también ha pecado en “un soborno, millones de votos” con los cientos de escándalos de corrupción que hemos tenido, como puede ser el del caso de Odebrecht. O también los casos de clientelismo, en donde lastimosamente ningún partido político se salva de hacer estas antidemocráticas prácticas.

Así como hemos caído en “un anuncio, miles de votos” al poner la publicidad de ciertos candidatos por encima de otros, o al poner a un candidato en el horario prime time y a los otros en los horarios con menor audiencia para influir en la toma de decisión del electorado. Esta práctica fue denunciada en las elecciones de presidencia del 2018 con los canales tradicionales de Colombia.

El abstencionismo en Colombia, entonces, no es fruto de que la ciudadanía sienta una profunda apatía en la participación política, es culpa de la élite política tradicional, que quiere gozar de forma exclusiva los derechos de la democracia.

Es la élite política tradicional, la que estigmatiza las protestas sociales, pues no le conviene que Colombia sea semejante entre sí. Es “el pueblo de señores” que, arropado espuriamente con las decisiones gubernamentales, hace que la sociedad civil pierda confianza en las instituciones del Estado, lo que impulsa a la ciudadanía a que la abstención, equivocadamente, sea su único mecanismo de protesta, utilizando algo así como: “sin garantías, ni un voto”

Mientras tanto, el diablo se ríe entre las sombras, pues sabe muy bien que ese círculo vicioso que impele al demos de abstenerse de sufragar le permitirá proseguir a sus aliados en el poder, pues aún cuentan con otra estrategia perversa.

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