Del paro nacional y el derrumbamiento de estatuas

Del paro nacional y el derrumbamiento de estatuas

Esta es una forma de rebeldía hacía la versión de la historia de los vencedores, de las grandes gestas militares y de los blancos

Por: German Hislen Giraldo Castaño
junio 09, 2021
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Del paro nacional y el derrumbamiento de estatuas

“Zaratrusta llama a los buenos unas veces 'los últimos hombres' y otras 'el comienzo del final'; sobre todo, los considera como la especie más nociva de hombres, porque imponen su existencia tanto a costa de la verdad como a costa del futuro” (Ecce homo, Nietzsche).

El paro nacional que padece Colombia desde el 28 de abril —que tiene como causa fundamental la resistencia a las políticas de un modelo económico que ha privado a los habitantes de bienestar material y convertido al país en uno de los más desiguales del mundo, superado solo por Haití y Angola, según la Organización de las Naciones Unidas (ONU)— se ha materializado también en una reacción hacia una historia oficial, cuyos protagonistas son "grandes hombres", blancos, militares, conquistadores, etcétera; de los cuales, como dice el historiador Pierre Vilar, muchos intelectuales “fabricantes de pensamientos al servicio de la clase dominante” han realizado grandilocuentes y pomposos relatos, útiles para ser erigidos como figuras patriotas de la nación.

Con la pandemia generada por el coronavirus se generalizó la pobreza. Según el Departamento Nacional de Estadística (Dane), en Colombia hoy, un 42,5% de los habitantes sufre de pobreza moderada o extrema, y un 30,5% es vulnerable. Estos datos indican que el modelo económico hizo crisis, y en correlación con las múltiples acciones colectivas de los sectores populares que se han expresado en el paro, que ya cumple casi siete semanas, ha emergido una nueva forma de protesta: el derribo de estatuas. Acción que se constituye igualmente en una forma de rebeldía hacía esa versión de la historia de los vencedores, de las grandes gestas militares, de los blancos, pero que excluye a los vencidos.

Parafraseando a Marx, podemos decir que los protagonistas de estas acciones parecen advertir que han tenido que construir sus vidas no como a ellos les hubiera gustado, sino bajo circunstancias transmitidas del pasado a un presente sin oportunidades. Así lo advertía un líder de la comunidad indígena misak: “si se tumbó el Muro de Berlín para cuestionar la simbología que este tenía y la necesidad de construir una sociedad nueva en Alemania, por qué no tumbar símbolos que implican heridas profundas en nuestra sociedad como el colonialismo o formas de gobernar por la vía de la violencia y la exclusión.

En efecto, los hechos que destaca esta historia oficial y que se expresan a través de grandes monumentos, erigidos en homenaje a gestas y hazañas de las que ha devenido una impuesta identidad cultural, han conformado escenarios de violencia y demás episodios dolorosos que la memoria configura a través de recuerdos vividos e imaginados. Evocación percibida o aprendida que esgrimen los manifestantes para justificar el derribo de estatuas. Ejemplo de esto es lo siguiente: integrantes de la misma comunidad misak, originarios del sur del departamento del Cauca, explicaron que el derribo de la estatua de Gonzalo Jiménez de Quesada, ocurrida el 8 de mayo, se justificaba debido a que este había sido el "más grande masacrador, torturador, ladrón y violador de nuestras mujeres y nuestros hijos".

Razón similar esgrimía uno de los manifestantes que participó el 30 de mayo del derribo y posterior demolición de la estatua de Andrés López de Galarza, fundador de la ciudad de Ibagué, vandalizada desde antes con múltiples rayones y en las que se destacaban adjetivos como “genocida” y “asesino”: “¿quién fue el fulano ese?, ¿acaso un gran benefactor de la humanidad? Si así fue estamos siendo perdidos con nuestra historia. Pero si solamente fue un conquistador, es decir un acumulador de riquezas, a costa de lo que fuera, bien desaparecido. No debemos rendir culto a masacradores y ambiciosos, bastante tenemos con quiénes nos pretenden seguir gobernando”. “Es una reivindicación por los pueblos indígenas”, decía otro.

Una vez derribado el monumento, hecho en bronce y de tres metros de altura, fue golpeado con piedras y arrastrado sobre el pavimento. “Ahora deberían poner un monumento de nuestros antepasados”, gritaban otros manifestantes.

Tal como lo explica Lucas Ospina, profesor de la Universidad de los Andes, “cada derrumbamiento de una estatua se ha convertido en una clase de historia. Lo que no nos enseñan en el colegio ni en la universidad, ahora lo aprendemos a la brava: tumban la estatua de Belalcázar en Popayán y nos enteramos de que esa escultura fue puesta ahí como un pisapapel justo encima de un cerro con un valor ceremonial para las personas de origen indígena de la zona. Tumban la estatua de Álzate Avendaño en Manizales y nos enteramos de que era un político que quiso instalar franquicias del falangismo y nazismo en Colombia. Tumban la estatua de Misael Pastrana y nos enteramos de que este político llegó a la presidencia gracias al robo de las elecciones de 1970".

Episodios como estos resultan ser un cuestionamiento a esa historia oficial, y un requerimiento a los docentes para en sus clases reivindiquen la acción de los vencidos “como transformadores de la historia y hacedores de esperanza”. Una enseñanza de la historia que abandone la concepción de progreso y de una historia lineal; que supere el eurocentrismo; que rechace las discriminaciones de género, sexo, y clase; que redefina la función social de la historia, y lo más importante: que deje constancia de la contradicción entre promesas anunciadas y nunca cumplidas de empleo estable, descanso remunerado, salud, educación, cultura, pensión y vida digna para todos, según lo explica el fallecido historiador español Josep Fontana, y que concuerda  con las razones por las que protestan hoy los colombianos.

En suma, podríamos decir que el mundo actual en el que transcurre nuestro presente lo podemos cambiar. Razón suficiente, según Sidney Tarrow, “para convencer a los timoratos de que las indignidades de la vida cotidiana no están escritas en las estrellas, sino que pueden ser atribuidas a algún agente, y de que pueden cambiar su situación por medio de la acción colectiva”. Acciones que no podremos emprender sin desaprender saberes inculcados a la fuerza y sin equipar la conquista y la colonia con la violencia y la exclusión; al neoliberalismo con la ineficiencia, la desigualdad material y social; el crecimiento económico con la acumulación de riqueza para uno pocos; al progreso con la deshumanización; y al extractivismo minero con el deterioro ambiental y la ruina de los territorios donde este se practica. Solo así será posible desterrar la memoria oficial de las escuelas.

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