Del discurso al disparo: la violencia simbólica que disparó el gatillo
Opinión

Del discurso al disparo: la violencia simbólica que disparó el gatillo

Una palabra cargada de odio no mata, pero abre paso para que alguien actúe

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junio 08, 2025
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“¡Lo logró!”, exclamó con alivio María Claudia Tarazona, esposa del senador Miguel Uribe, tras confirmar que la compleja cirugía a la que fue sometido en la madrugada de hoy había finalizado con éxito. Hizo un llamado a la oración nacional y pidió acompañar la lucha por la vida de su esposo. Las próximas horas, advirtió Tarazona, serán determinantes. Uribe recibió tres disparos, dos en la cabeza y uno en la pierna.

Cuando la estigmatización política vulnera derechos fundamentales

Petro podrá decir que “condena la violencia”. Pero no basta con lamentos oportunistas. La palabra la convirtió en arma, la usa como herramienta de violencia, la carga de odio, la deforma hasta volverla resentida. Infunde agresividad al lenguaje y lo instrumentaliza para autovictimizarse, sin responderle a nadie a pesar de las diferentes, inhumanas y delicadas acusaciones que ponen en riesgo personas, colectivos, empresas y agremiaciones


 El odio no mata solo. Lo hace en compañía de la palabra. Lo hace después de muchos discursos, de muchas estigmatizaciones, de muchas veces repetir que el otro no es solo adversario, sino enemigo. Eso es lo que ha pasado en Colombia bajo el mandato de Gustavo Petro. Y hoy tenemos a un joven (39 años), senador y precandidato a la presidencia, Miguel Uribe, entre la vida y la muerte por atreverse a pensar diferente cuyo supuesto sicario capturado se llama Juan Sebastián Rodríguez Casallas con solo 14 años de edad.

Miguel Uribe en una UCI y Petro en X (Twitter), manifestando odio

Mientras el senador lucha por su vida tras un atentado, Gustavo Petro ataca su linaje:
“¿El nieto de un presidente que ordenó torturas hablando de ruptura institucional?”

No es solo insensibilidad. Es violencia simbólica sicopática, es decir no siente el dolor ajeno. Su lema, definitivamente es Colombia potencia mundial de la muerte. Tenemos un Presidente de Colombia que es un incendiario digital sin alma.

 El verbo como arma de persecución política

La retórica del presidente no ha sido accidental. Ha sido sistemática, personalizada y violenta. Ha comparado a sus opositores con parásitos, los ha llamado “pelagatos codiciosos”, “chusma”, “bastardos de Bolívar”. Ha acusado a la prensa de ser parte de una conspiración del "Mossad". Ha tachado a congresistas de "enemigos del pueblo" y ha gritado que “no pasarán”, mientras desde su cuenta oficial incendia cada día las redes sociales contra todo aquel que no se arrodille.

La misoginia política. Mujeres con voz, blanco de ataques y Miguel Pinto.

No es coincidencia que los miembros de la Comisión Séptima del Senado, que votaron en contra de su reforma laboral, hayan sido objeto de campañas de desprestigio. Angélica Lozano, senadora verde y aliada crítica, denunció haber sido hostigada con recursos públicos. María Jimena Duzán, Vicky Dávila, María Andrea Nieto, y otras mujeres periodistas han sido vilipendiadas en redes sociales tras ser estigmatizadas directamente por el presidente. A todas ellas se les ha atacado no solo por sus ideas, sino por ser mujeres con voz.

La senadora Nadia Blel fue acosada frente a su casa por simpatizantes del gobierno tras votar en contra de la reforma a la salud. Plantones hostiles, gritos e intimidación rodearon su espacio familiar. Ella misma denunció: “No es democracia cuando te rodean la casa por pensar distinto.”

Por su parte, el senador Miguel Ángel Pinto fue señalado por el propio presidente como “traidor al pueblo trabajador” y, de forma aún más grave, responsabilizado simbólicamente de la muerte de un militante: “a Alberto lo matan por Pinto”. Ambos casos revelan cómo desde el poder se ha convertido la disidencia política en blanco de escarnio público, estigmatización y riesgo físico.

Los señalamientos internacionales que Petro ignora

Lo han denunciado la FLIP, Reporteros Sin Fronteras, la SIP, la Defensoría del Pueblo, el Círculo de Periodistas de Bogotá, y hasta Human Rights Watch: el presidente Petro no gobierna, arenga. No protege: señala. No lidera: divide. Ha atacado al Congreso, al Consejo de Estado, a la Procuraduría, a la prensa, a la Registraduría, a los sindicatos independientes que no marchan con él, a las Cortes, a exministros, gobernadores y alcaldes en ejercicio.  Cada institución y persona que no se somete, es enemiga.

El veneno del lenguaje: constante psicológica del discurso estigmatizante de Petro

Los más de 30 calificativos estigmatizantes que Gustavo Petro ha usado contra opositores, periodistas, empresarios, instituciones y ciudadanos no son improvisados. Siguen un patrón psicológico claro que responde a una lógica de confrontación radical. Estos son los cinco ejes centrales:

 Deshumanización del otro

Adjetivos como “parásitos”, “vampiros del erario”, “sicarios morales” o “neonazis criollos” no se limitan a criticar ideas, sino que niegan la condición humana del otro. Así se justifica su exclusión y hostigamiento. El adversario es presentado como una plaga o amenaza biológica, no como un ser humano con derechos.

Moralización del conflicto

Términos como “cómplices del genocidio social”, “guardianes de privilegios” o “sociópatas del poder” convierten el debate en una lucha entre el bien y el mal. No hay críticos legítimos: solo traidores al pueblo. Esta moralización radical impide cualquier diálogo democrático.

Agresividad simbólica sostenida

La constante repetición de insultos tiene un propósito: erosionar la legitimidad del contradictor y mantener el conflicto encendido. Psicológicamente, esto fortalece la conexión emocional entre el líder y sus seguidores, al compartir un enemigo común.

Externalización de la culpa y paranoia política

Expresiones como “títeres del poder económico” o “mafiosos de la comunicación” proyectan toda responsabilidad hacia afuera. El líder no se equivoca: es perseguido. Esta visión paranoide transforma la crítica en conspiración y prepara el terreno para decisiones autoritarias.

 Justificación simbólica de la violencia

Al convertir a críticos, periodistas o empresarios en “esclavistas”, “corruptos degenerados” se crea un ambiente , donde la agresión contra ellos se vuelve comprensible o hasta justa. La violencia verbal actúa como antesala de la violencia real.

Este lenguaje no solo polariza: destruye el tejido democrático. El discurso estigmatizante de Petro no es solo retórico. Es una estrategia emocional, política y psicológica que siembra odio, legitima la exclusión y alimenta el fanatismo. En Colombia, donde ya hemos vivido las consecuencias del verbo que mata, no podemos darnos el lujo de ignorarlo.

Gremios, empresas y entidades civiles en la mira del poder dictatorial

La estigmatización de Gustavo Petro no se ha limitado a individuos. También ha apuntado de forma sistemática contra gremios, empresas, medios y entidades que no comulgan con su visión. Entre los gremios económicos y productivos que han sido objeto de ataques directos se encuentran la ANDI, Fenalco, la SAC, Camacol y ACEMI, todos señalados desde el poder por oponerse a las reformas estructurales o representar intereses “elitistas”.

En el sector privado, las empresas más atacadas han sido las EPS como Sanitas, Sura o Nueva EPS, los fondos privados de pensiones como Porvenir, Protección y Skandia, y los bancos en general, especialmente aquellos que critican la política económica del gobierno.

Los medios de comunicación y asociaciones periodísticas también han sido blanco recurrente. Petro ha deslegitimado públicamente a la FLIP, la SIP, el CPB, la AMI y a medios como Semana, RCN, El Tiempo, El Colombiano, Caracol Radio y Blu Radio, señalándolos como parte de una supuesta campaña de desinformación contra su gobierno.

Finalmente, también han sido atacadas diversas entidades institucionales y cívicas, entre ellas: tanques de pensamiento, el Consejo Gremial Nacional, la Registraduría Nacional y varias universidades públicas y privadas que han expresado posturas críticas. En su narrativa, cualquier institución que no se pliegue a su mandato se convierte automáticamente en enemiga del cambio.

De Galán a Uribe: la historia de siempre

Colombia ya conoce esta historia: primero estigmatizan, luego persiguen, y por último alguien dispara. Ya ocurrió con Galán, Jaramillo, Pardo Leal, Pizarro. Hoy fue Miguel Uribe. ¿Quién será mañana?

 ¿Y si pierde el poder?

Y si así actúa Petro desde el Palacio de Nariño, ¿qué podemos esperar de él cuando se vea políticamente derrotado en 2026? ¿Qué hará el líder que se ha nutrido del conflicto, cuando vea que el país no lo acompaña más? ¿Qué trincheras levantará si sus decretos son tumbados, si su consulta fracasa, si la ciudadanía decide cerrarle el paso a la reelección encubierta? ¿Cuándo el poder ya no esté en sus manos, ¿lo devolverá o lo incendiará?

¿Este es el camino que nos espera, la generación de la conmoción interior para seguir destruyendo?

No se puede descartar, además, una hipótesis aún más perturbadora: que desde gobiernos extranjeros aliados —como Cuba, Rusia, Venezuela, Irán y Nicaragua se aliente o respalde un proceso de desestabilización institucional para justificar una conmoción interior en Colombia. El caos no sería entonces un efecto colateral del desgobierno, sino una pieza premeditada del guión. La victimización del poder, los llamados a la calle, la persecución a la oposición y los discursos de enemigo interno convergen en un escenario alarmante: un país empujado al abismo por quienes deberían sostenerlo. ¿Ese es el camino que nos espera? ¿Una democracia deshecha para justificar su reemplazo por un régimen de fuerza?

Colombia aún está a tiempo de responder democráticamente y dentro de los conductos legales

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