¡Déjate y cállate!: de las violaciones en silencio
Opinión

¡Déjate y cállate!: de las violaciones en silencio

Me dio muchísima rabia conocer el caso de Claudia Morales, pero lo que más me indigna, lo que no he podido superar, es que tiene razón en callarse

Por:
enero 22, 2018
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Les confieso que sentí una rabia descomunal mientras leía la columna que publicó Claudia Morales hace unos días contando cómo la violaron y por qué ha preferido guardar silencio. Confieso que no la he superado. Me dio muchísima rabia conocer el caso, pero tal vez lo que más me indigna, lo que no he podido superar, es tener que admitir que Claudia tiene razón al callarse.

Pero la arruinaría no solo porque se trata de un personaje muy poderoso, sino por la sociedad que tenemos. Si ella saliera a enfrentarlo, a ÉL no le pasaría nada, porque no hay pruebas forenses que documenten lo que pasó y es probable que el caso no avanzara ni un ápice. Pero eso sí, al otro día tendríamos una marcha de solidaridad con ÉL, el 90 % de las marchantes serían mujeres, y se venderían en las calles las camisetas con declaraciones de amor hacia ÉL.

El riesgo que corre Claudia al denunciar (al igual que todas las mujeres que padecen situaciones similares) no es solo que la maten, que es la suerte que corren muchas. El riesgo más común es que se emplearían a fondo en desacreditarla, regar rumores, fabricar historias tan detalladas que parecerían sacadas de la mismísima Biblia, y los medios de comunicación se encargarían de replicarlas hasta la saciedad, porque ya a nadie la importa la verdad, la ética, o la presunción de inocencia, sino ser el primero en contar el chisme. Al final del día, la víctima terminaría siendo ÉL, y ella, una coqueta oportunista.

Gracias al cielo que me ha protegido tantas veces, no he sido víctima de una violación, y aún más, he tenido la bendición de tener jefes inteligentes, empoderadores y exigentes, que me han brindado un ambiente seguro en igualdad de oportunidades. Pero si he sido víctima de acoso sexual por parte de conocidos y excolegas. Lo que he hecho, como todas, es tratar de no dar papaya y aprender a identificar el peligro. Pasa todo el tiempo, y no tiene nada que ver con ser bonita o fea, vestirse de una manera u otra. El acoso y la violencia sexual son una cuestión de poder: el poder de someter y usar a otra persona contra su voluntad y salirse con la suya sin más, porque eso los hace sentirse superiores, importantes.

La realidad es que la violencia sexual en Colombia es el pan de cada día, está en los chistes, en las novelas, en los noticieros, en la cultura de todos los días. Es una violencia tan normalizada, que muchas mujeres ni siquiera se dan cuenta de que son víctimas de acoso, y muchísimas incluso lo celebran o lo justifican. Con una frecuencia repugnante, los debates giran en torno a lo que hacen ellas para provocarlo, como si las víctimas fueran las responsables de su propia desgracia.

 

La violencia sexual está tan normalizada,
que muchas mujeres ni se dan cuenta de que son víctimas de acoso,
y muchísimas incluso lo celebran o lo justifican

 

 

Al Congreso nunca le ha importado tomar medidas para legislar en serio, entre otras, porque hay congresistas importantes sobre quienes pesan acusaciones muy serias. En la rama judicial, tan machista como es, tampoco se ve mucho activismo. Vamos a ver quién se atreve a indagar sobre ese tema entre los candidatos presidenciales.

Es por eso que la violencia sexual es un crimen en el que la justicia tiene pocos resultados, incluso, en los casos más graves como los de violencia sexual a gran escala en el marco del conflicto armado. Tuve el honor de acompañar a algunas de las víctimas de violencia sexual de las Farc. Los casos eran escalofriantes y el daño es irreparable. Cuando les pregunte a algunas de ellas si estarían dispuestas a exponer sus casos bien en un juicio, o en una declaración formal a puerta cerrada, la reacción fue terrible. Algunas se pusieron a llorar. Me costó años poder ganarme su confianza, encontrarlas y reunirme con ellas, pero aun así, me hicieron saber que lo que les proponía era impensable. Sentían, con razón, que el mismo Estado que las abandonó, tampoco iba a protegerlas si se atrevían a denunciar.

Ignoro si hoy sienten diferente, si quieren hablar o si tienen esperanza en la Jurisdicción Especial para la Paz, pero me puedo imaginar lo que sintieron al ver a los criminales responsables por estas atrocidades salir en medios, con todo el despliegue, a negarlo todo con actitud desafiante. Si la paz no sirve para eso, para sentar un precedente en materia de violencia sexual a una escala tan amplia, ¿qué esperanza tienen las mujeres que padecen esa misma violencia de forma permanente en su hogar o en su trabajo?

 

 

 

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