De travesía por el Bajo Cauca

De travesía por el Bajo Cauca

Siete días y más de mil kilómetros tomó esta correría. Tarazá, Cáceres, Caucasia, Nechí, Zaragoza y El Bagre fueron algunos de los puntos de visita

Por: Carmelo Antonio Rodríguez Payares
abril 11, 2019
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De travesía por el Bajo Cauca
Foto: Wikimedia - CC BY-SA 3.0

La invitación llegó de parte de un buen amigo que años atrás me había permitido ser parte de su equipo de gobierno, así que no le encontré mayores obstáculos para salir ese martes muy de madrugada, luego de un lunes festivo, con rumbo a los seis municipios que integran la región del Bajo Cauca antioqueño; aventura que de paso califiqué de inédita por cuanto todavía se desconocían los resultados de la Operación Aquiles, promovida desde comienzos de este 2019 por el alto gobierno y las Fuerzas Militares. Según habían dicho en declaraciones oficiales, la Séptima División del Ejército se vio en la obligación de movilizar un fuerte componente de uniformados para tratar de aplacar la violencia desatada en la zona que ya parecía ser parte del paisaje, y cuyos promotores eran definidos en dos palabras: “Bandas criminales. De modo que la situación no daba para tomarla como una simple salida al territorio, al fin y al cabo nadie sabe con certeza lo que allí ocurre, pero por tratarse de un recorrido a lo que hemos considerado como nuestros lugares de origen, pues allí nacimos, crecimos y donde están nuestras querencias, no hubo más remedio que iniciar el viaje sin mayores rodeos.

Entonces nos fuimos cuatro a la aventura: Maris, la hermana de mi amigo, una mujer menuda y férrea, que parece signada por el destino a poner orden y autoridad con en el guante de seda de su sonrisa; Harold, un soñador que se ha fijado como objetivo cambiar las costumbres atávicas de sus coterráneos que desde hace casi tres décadas le entregaron a personajes ajenos a esas tierras el poder de decidir por ellos; Charles Bronson, cuyo papel fue fundamental para establecer nuevas amistades en la región, y yo, seducido por muchas de las ideas que le escuché defender a mi amigo desde cuando compartimos responsabilidades públicas en nuestro pueblo natal El Bagre, con el compromiso de convertir en letras todo lo que viéramos y oyéramos en el transcurso de esa semana de correría.

Nuestro primer destino fue Tarazá, población que apenas salía de la crisis que le dejó el desplazamiento del jueves 17 de enero, cuando 48 familias de la vereda San Antonio del corregimiento El Doce, salieron a las volandas huyendo de los combates que algunas veces sostenían las fuerzas regulares con los que llevaban el brazalete del Eln; pero también cuando se enfrentaban las guerrillas con los paramilitares, o estos con los llamados Gaos residuales y un sinnúmero de siglas que no han hecho más que complicar la situación, al punto de que algunos habitantes suelen decir, no se sabe si en broma o en serio, que una banda es un par de tipos con celulares montados en una moto.

Pese a todo, fuimos recibidos con la calidez y el aprecio de quienes todavía conservan el valor de la amistad y la primera conclusión que sacamos, y que fue la misma que nos acompañó en todo el recorrido, es que a pesar de lo que digan desde el gobierno nacional y repetido hasta la saciedad por las autoridades regionales, la verdad es que solo cuando se fijen políticas claras sobre la minería, la erradicación de cultivos ilícitos, entre otros asuntos, la situación de zozobra que vive la zona persistirá y, no obstante la inocultable resignación que se nota en el rostro de sus moradores, todos ellos se mostraron dispuestos a trabajar dentro de la institucionalida

A las 2 y 15 de la tarde, cuando el sol calentaba como si fuera el primer día de la creación, nuestro GPS marcó entonces el rumbo hacia Cáceres, tiempo para recordar que antes de la llegada de los españoles a la zona, el territorio estaba habitado por indígenas nutabes y tahamíes y alguien dijo que este es uno de los más antiguos pueblos de Antioquia, ya que su fundación se remonta al año 1576 por el capitán don Gaspar de Rodas, quien le dio el nombre de San Martín de Cáceres. Allí las conversaciones tuvieron como eje central el propósito de construir una propuesta que tuviera un alcance regional, siempre y cuando sus voceros sellaran el compromiso de hacer una defensa de las naturales aspiraciones que tienen sus habitantes; esto es, contar con presupuestos reales para desarrollar las obras que por años han sido prometidas y nunca materializadas, así como valorar cada uno de los trabajos que han hecho de manera particular los municipios y sus dirigentes, pero que no han prosperado debido a que los mismos no han respondido al interés general.

Entre optimistas y escépticos, pero con los pies sobre la tierra, seguimos el rumbo hacia Caucasia, luego de haber dejado sembrada la semilla en el corregimiento de Jardín, nunca antes mejor escrito, y poco a poco recorrimos cada uno de los destinos que habían sido escogidos de manera previa, a sabiendas de que no podríamos sentirnos defraudados en el momento en que nos diéramos de frente a una muralla de oposición. La verdad hay que decirla y es que existe allí una fuerte necesidad de voltear una realidad que se nos ha querido imponer a los más de los 250 mil habitantes del Bajo Cauca, con el argumento de que allí no existen más que mineros criminales que hacen actividades ilícitas y despojan las riquezas naturales sin el cuidado al ambiente, cuando ha sido el mismo Estado, a través de los diferentes gobiernos, quienes los han empujado a esa actividad que ni siquiera se ha tomado el tiempo para diseñar un verdadero Código Minero que responda a las expectativas y más bien se ha quedado en la toma de decisiones al calor de los hechos violentos, al creer que con mayor presencia militar se puede liquidar la alta tasa de homicidios.

Durante el recorrido pudimos dar fe, como lo pueden hacer muchos de los usuarios de estas carreteras, que avanzan a buen ritmo los trabajos para modernizar ese eje vial a través de los distintos proyectos que se desprenden de las llamadas Autopistas de la Prosperidad, las de las 4G y sus tramos que cruzan por Antioquia, pero todavía se observan trechos, como el que comunica a Nechí, que todavía reclama su pavimentación.

En mi caso particular había dado por hecho que encontraríamos verdaderas postales en los paisajes de esta región, pues tanto sus amaneceres como atardeceres se convierten casi en la invitación obligatoria para dejarlos registrados, no solo en la memoria, sino en los modernos aparatos de fotografía, pero también para actualizar las nostalgias que despiertan muchos de los nombres de los poblados allí establecidos: Guarumo, Piamonte, La Ilusión, Palomar, Colorado, Las Conchas, Las Flores, Pato, entre otros.

Llegar a las tierras del Santo Cristo y de las más extraordinarias leyendas que no quieren olvidar sus gentes, recorrer sus calles, así como las de El Bagre, que va para sus 40 años de municipalidad cuando decidió separarse de Zaragoza de las Palmas y de la piña de Oro, es saber que todos compartimos unas costumbres, anhelos, historias y las mismas ganas de salir de esa especie de fatalismo al que nos ha llevado nuestra propia desidia para decir, finalmente, que de esos problemas saldremos por nuestros propios medios, haciéndonos presentes en todos y cada uno de los escenarios en donde se toman las decisiones políticas, con reclamos llenos de argumentos, pero sobre todo, con el peso que llevamos todos y es que hace más de 30 años que ningún ciudadano nacido en aquellas hermosas tierras ha vuelto a pisar con propiedad los salones de la Democracia instalada en la ciudad de Medellín.

Una vez cubiertos los más de mil kilómetros que nos separan de Tarazá, Cáceres, Caucasia, Nechí, Zaragoza y El Bagre, esto es, 503 de ida y los mismos que tuvimos que recorrer al regreso a la ciudad de Medellín, sumado a los siete días que demandó la correría por cuanto se hizo con una agenda abierta para escuchar a las comunidades, Harold expresó la satisfacción por realizar una tarea que apenas comienza y que habrá de concluir solo cuando de verdad sintamos que nos hemos ganado un espacio para hacer públicas las quejas de quienes día a día se ganan el pan con honestidad, no obstante lo hagan con el estigma de ser señalados como auspiciadores, cuando no cómplices de una violencia que nunca han promovido y menos apoyado.

La tarea es larga y difícil porque si fuera fácil ya muchos la hubieran emprendido.

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