De las conversaciones entre marchantes y Estado

De las conversaciones entre marchantes y Estado

No importa quién las haya propuesto, lo importante es llegar a una conclusión

Por: John Jairo León Muñoz
diciembre 06, 2019
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De las conversaciones entre marchantes y Estado
Foto: Twitter @IvanDuque

“Con el correr de la conversación he advertido que el diálogo es un género literario, una forma indirecta de escribir... El deber de todas las cosas es ser una felicidad; si no son una felicidad son inútiles o perjudiciales. A esta altura de mi vida siento estos diálogos como una felicidad... Las polémicas son inútiles, estar de antemano de un lado o del otro es un error, sobre todo si se oye la conversación como una polémica, si se la ve como un juego en el cual alguien gana y alguien pierde. El diálogo tiene que ser una investigación y poco importa que la verdad salga de boca de uno o de boca de otro. Yo he tratado de pensar, al conversar, que es indiferente que yo tenga razón o que tenga razón usted; lo importante es llegar a una conclusión, y de qué lado de la mesa llega eso, o de qué boca, o de qué rostro, o desde qué nombre, es lo de menos” (Borges en diálogo - Conversaciones de Jorge Luis Borges con Osvaldo Ferrari).

¿Qué significa conversar? Para Borges una forma indirecta de escribir. Es decir, conversar es tener la posibilidad de inquietar al otro, de escucharle, de dejarse seducir por la palabra hablada; es ser una gran oreja que escucha. Así pasa con un buen cuento o una buena novela, nos hace preguntarnos, en caso de leer a Julio Verne, si la vida es una Ficción, o si leemos a Gabo, si es cierto que puede existir una sociedad a la que se le olvide cómo se nombran las cosas. Para Borges conversar es transmitir un mensaje de una manera precisa, es seleccionar varias ideas e hilarlas con un objetivo, es construir una buena frase; es encontrar un punto de vista al que no esperábamos que apareciese. También, podemos decir que conversar es una forma de leer, y si uno lee genera una charla con uno mismo y con variados personajes que habitan en la buena literatura o que habitan en uno, también lo hace con la trama y con el espacio y con la música y con los finales y los inicios; además tendrá historias para contar a los otros e historias que le ayuden a entender la existencia, a veces tan gris, a veces tan mágica.

Conversar, a veces, puede ser el instante para la risa, el café; es el encuentro con los amigos, con esos seres que entrañamos y que hace mucho no veíamos o con aquellos que vemos siempre. Es el momento de la conquista, del reclamo, de la declaración, de la verdad. Conversar con el que piensa distinto a mí, con el enemigo, y trazar líneas que marquen espacios para que habite cada uno. Después, no necesitamos ser amigos, pero no jodernos la existencia y, eso, nos vuelve humanos, humaniza el problema, que podemos habitar con el distinto a mí y solucionar los conflictos con el poder la palabra. Su belleza. La belleza de la palabra. Somos seres sociales que necesitamos interactuar. Hay conversaciones que nos persiguen para siempre, cambia un rumbo y nos acompañan esas voces por años y son esa conciencia que aparece cuando estamos a punto de tomar decisiones trascendentales. Hay conversaciones que se aplazan, llega el instante donde hay que tenerlas, no hay de otra.

Sí, conversar es una forma indirecta de escribir, es necesario, entonces, que se den unas condiciones mínimas para que ocurra el dialogo: alguien capaz de escuchar, de mirar a los ojos, de ser inquieto y preguntarse sobre el ocio; alguien capaz de indagar y de resolver cuestionamiento y de encontrar muchas dudas y disfrutarlas y, además, que busque resolverlas. En ese sentido, conversa uno mientras lee y lo hace con la historia; se conversa mientras se escribe o mientras se habla con los otros o con uno mismo como en un flujo de conciencia o un monólogo interior. Se conversa cuando es posible dejarse contagiar por los puntos de vista del otro u de la otra.

Por lo tanto, conversar es estar más cerca de uno y si uno está más cerca de uno, puede dudar más y allí donde hay duda debe habitar el conocimiento; si uno esta más cerca de uno allí habita ese: nadie tiene la razón.

Desde las marchas que empezaron desde el 21 de noviembre en este gobierno, los marchantes intentan abrir posibilidades de diálogos, mostrar mundos desde la magia del conocimiento y por eso el que marcha lanza preguntas, genera desafíos, canta arengas, escribe frases que evidencian inconformismo, muestra otros caminos que permitan hallar la forma de mirar el mundo y lo que estamos haciendo con él o lo que podemos hacer con él. Desde las marchas se invita a conversar y a cuestionar diversos temas de interés como la paz que es a su vez hablar de guerra. El desafío será sentarse a dialogar con el otro que piensa distinto a mí y juntos logremos puntos para trabajar sobre injusticias, sobre medio ambiente, sobre corrupción, sobre educación, pensión, salario mínimo, sobre qué significa decirle al otro incendiario o pirómano, sobre la violencia del lenguaje, sobre la escritura, la filosofía, la música, la investigación, el poder, la economía, la mentira, que son temáticas en las que se ven envueltas nuestra permanencia como especie y que se han aplazado por décadas. Y no encontrar caminos para conversar, se entra en la incomunicación, que es a su vez la guerra. Es siempre el pueblo y sus rabias y las injusticias sobre él, responsable de generar dudas sobre aquello que se creía certero.

Y como decía Borges, no importa quién haya propuesto esta nueva conversación que se abre entre marchantes y estado, lo importante es llegar a una conclusión, y de qué lado de la mesa llega eso, o de qué boca, o de qué rostro, o desde qué nombre, es lo de menos.

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