De la quimérica noción del mundo y los milagros

De la quimérica noción del mundo y los milagros

¿No es una flagrante contradicción de la esencia de dios que, siendo perfecto, tenga que intervenir su obra para mejorarla?

Por: Rodrigo Andrés Ballesteros Hernandez
abril 24, 2019
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De la quimérica noción del mundo y los milagros
Giovanni Lanfranco

Antes que nada quisiera que el lector se tome un tiempo para pensar lo siguiente. Imaginemos a un viejo carpintero que, poniendo en marcha la maestría de su larga experiencia en el arte de trabajar la madera, decide producir una bella mesa. Este hombre, como es obvio, se valdrá de sus conocimientos para realizar la mejor de las obras. No obstante, una vez terminado su trabajo y bajo la mirada crítica de nuestros ojos se descubre que —¡oh, infortunio!— las patas no tienen todas la misma longitud y que, por tanto, la mesa tambalea. ¿Qué se dirá del viejo carpintero? ¿Acaso no juzgaremos su habilidad y maestría con arreglo al resultado final? ¿No se dirá del carpintero que es un hombre torpe e inepto? Pero que nadie sucumba ante el desaliento, pues, por fortuna, el hombre es perfectible. ¿Cómo procederá ahora nuestro no tan diestro ebanista? ¿Acaso no hará otra cosa que intervenir cuantas veces sean necesarias sobre el imperfecto para remediar su torpeza y enderezar así su reputación? En efecto, así será (Al menos eso pienso yo). Una vez hayamos tomado postura sobre la preguntas pasemos a lo siguiente.    

Por milagro se entiende una obra que suspende el orden de la naturaleza, esto es, el cúmulo universal de los fenómenos. La naturaleza, como se sabe,  está sometida a una serie de leyes que nosotros desentrañamos a través lenguaje matemático. Estas leyes no son más que la expresión necesaria del flujo en el que acaecen los acontecimientos, sean estos caóticos o no, que llamamos tiempo. Así pues, un milagro supone un alto en el discurrir de los eventos, es decir, la anulación circunstancial del tiempo y por ello mismo de las leyes que rigen a la naturaleza. Ahora bien, pensemos todos, ateos  y teístas (estos últimos no tendrán problema), que el universo realmente ha sido creado por dios y que a este último le son inherentes propiedades, atributos y accidentes como la infinitud, la suma perfección, la suma bondad, la omnisciencia, la omnisapiencia, etc (es decir, pensemos que dios es la sustancia de la que se pueden predicar todas las perfecciones pero que ella misma no es predicable de ninguna otra sustancia). Pues bien, es menester afirmar que un ser tal no puede menos que actuar acorde a la necesidad, de ahí que solo le sea dado hacer lo más perfecto. ¿O acaso se sostendrá que de dios emana imperfección alguna? Como afirmar ello repugna al entendimiento habremos de decir que la creación divina es perfecta y que las leyes de la naturaleza son igualmente perfectas, la irrupción divina en el orden de los acontecimientos supone entonces defecto porque implica socavar el contenido del concepto de dios. Pero veámoslo a la luz de la representación con que abrimos este artículo.

La perfectibilidad se predica de lo que es incompleto, aquello cuya naturaleza no ha llegado a la plenitud de las formas. Todas las obras de los hombres son perfectibles porque, aun tratándose de las más sublimes, excelsas y bellas, son susceptibles de ser perfeccionadas (o mejoradas), dios en cambio está condenado a la perfección y a la necesidad. En otras palabras, dios no puede, como el carpintero, mejorar o perfeccionar su obra. Un milagro es entonces la intervención de dios en la naturaleza para, como el carpintero, remediar su torpeza y falta de maestría. Pero ¿no es una flagrante contradicción de la esencia de dios que, siendo perfecto, tenga que intervenir su obra para mejorarla?, ¿no es el universo, en tanto creación divina, la mas perfecta de las obras? En efecto, parece que afirmar los milagros como algo realmente existente conlleva la suposición de la perfectibilidad de dios. Más se sigue de todo ello que dios también es en potencia y que solo a través de la reparación continua de su creación le sería posible llegar a la perfección, en otras palabras, dios no es, como cabría pensar, acto puro o entelequia, esto es, en dios no hay la plena actualización de sus posibilidades absolutas y por tanto no es completo (como diría Aristóteles dios es forma plenamente realizada).

Se tiene, como corolario de todo lo anterior, que la creencia en los milagros implica la negación de la existencia de dios o al menos una deformación implícita del concepto de dios. Quien cree en los milagros no hace otra cosa que disminuir la potencia divina y hasta a veces negarla. El milagro se manifiesta allí donde gobierna la incomprensión de las causas de los fenómenos, los enigmáticos designios de las cosas, la respuesta a lo aparentemente insólito y a lo que es contrario a nuestras preconcepciones del mundo, es, en fin, la quimérica interrupción de nuestras responsabilidades.   

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