De la impiedad o el gansterato

De la impiedad o el gansterato

La impiedad aquí no es sinónimo de pérdida de compasión, sino de ausencia de cualidades civiles, de valor y justicia, de coraje y solidaridad. ¿Somos gansters?

Por: DIEGO MARIO ZULUAGA OSORIO
agosto 23, 2021
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De la impiedad o el gansterato
Foto: Flicker

“Solo que tarde o temprano las ficciones se desvanecen, a medida que la rueda del molino de la historia va cumpliendo, sin prisa pero sin pausa, su inexorable función”: J. R. Herrera

La historia de Colombia ha demostrado no solo que el gansterato sino los impíos, tras largos años de “ensayo y error” —a decir verdad, más de errores que de ensayos— ha llevado a nuestra nación hacia una transmutación de no país. Es un hecho cierto que a lo largo de la espiral histórica humana han existido impíos, malandros y otra cantidad de acepciones para indicar a ese tipo de personas que hacen daño a la sociedad, o como en la actualidad, “vándalos y terroristas”, corruptos, políticos y no políticos.

Unos buscan el poder, otros los beneficios; unos dañan el patrimonio público y privado y otros, los reparan por medio de coimas; unos escalan posiciones mientras que otros luchan por llegar a través de la meritocracia. Los delfines aseguran sus curules mientras que las víctimas limosnean al Estado; unos buscan la salud mientras que otros se enriquecen con las enfermedades; unos denuncian y otros no investigan o acomodan los ilícitos para favorecer a los infractores; unos son tiranos y demagogos, otros recorren el camino para la dictadura mientras el pueblo va a su lado silencioso y triste.

Qué más iniquidad y gansterato se vislumbra de la situación social no solo de Colombia, sino de América Latina y de los países pobres esperando un salvador que se ampara en la no-política para seguir gobernando, introducidos en el ambiente político para seguir corrompiendo hacia una sociedad gansteril. Es decir, en donde los narcotraficantes, los grupos al margen de la ley, bandas criminales o los llamados de la primera fila, amparados en la impotencia e incapacidad del Estado para controlarlos y dominarlos, siguen mostrando su poder, doblegando la sociedad y sus gobiernos. Basta ver lo que ocurre en ciudades como Bogotá, Cali y hasta en Pereira: la seguridad está doblegada a unos pocos grupos que al parecer tienen más fuerza y que son financiados por los interesados en mantener desestabilizado a la nación, sin saberse cuáles son los intereses oscuros de ello.

Hablamos de los impíos no en términos del cristianismo, como “la pérdida o extravío de la compasión, sino más bien como pérdida del fundamento mismo de las virtudes civiles” (Herrera). Esto es la descomposición del ethos frente a los valores y virtudes que requieren la elocuencia del ser humano, como de quienes forman parte de una sociedad civilizada, pero esa civilidad la perdimos hace mucho tiempo, y a quién echarle la culpa: a los gobernantes que elegimos, a una pandemia que ganó la carrera frente a la vacuna o a la pérdida de los valores inculcados desde la familia, una familia resquebrajada como consecuencia de la pobreza absoluta, la violación constante de los derechos humanos, en conclusión una no-civilidad de la mano con la no-política. En conclusión, la impiedad es, entonces, sinónimo de ausencia de cualidades civiles, de valor y justicia, de coraje y solidaridad, de cobarde y traídores.

La cínica impiedad encapucha su rostro en nombre del gansterato, que se traduce en corrupción, violencia, hambre, inseguridad; además de ruina de las instituciones públicas y educativas, daños en los servicios públicos llevando como consecuencia asesinatos de líderes sociales y defensores de derechos humanos, represión estatal, pero peor aún, el exilio del capital, de mentes brillantes, quedando entonces los cínicos y los cobardes en un país de no-futuro.

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