Dando vueltas al racismo (II)
Opinión

Dando vueltas al racismo (II)

Noticias de la otra orilla

Por:
diciembre 30, 2017
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Hablábamos en nuestra columna pasada de cómo las nuevas relaciones de poder, las nuevas élites de la comunicación y en general todo el complejo mundo globalizado le ha abierto las puertas a nuevos nacionalismos, a nuevas expresiones sectarias de la religión, la política, la economía la raza y la cultura, a partir de una lectura de Teum Van Dijk, en la que no dejaba de lado, claro, la reflexión de que esos cambios en la sociedad de hoy venían acompañados de nuevos discursos, de “nuevas formas de decir el mundo”.

Y estos discursos, según el teórico holandés, se gestan y se reproducen fundamentalmente en el seno de las élites.  Afirma que luego de analizar los discursos de la gente en la calle, de personas comunes y corrientes, en barrios pobres y en barrios ricos, llegó a la conclusión de que “gran parte de la producción y reproducción de los discursos racistas es una cosa de las élites, por la sencilla razón de que son éstas las que tienen el control sobre el discurso público. Son ellas las que hacen las leyes, las que escriben los periódicos, las que hacen la ciencia, las que hacen la justicia. El discurso dominante en una sociedad es el discurso de las élites y no de la gente común y corriente”. Y remata diciendo que la gente común casi no tiene voz en el discurso público, y si la tiene, es a través de organizaciones, partidos, sindicatos, gremios, de izquierda o de derecha; es decir, de élites que representan supuestamente la opinión de la gente.

 

Los líderes de los grupos sociales los que “preformulan el racismo”,
porque son ellos los primeros que señalan,
rotulan y clasifican a los otros

 

En el ejercicio del análisis del discurso que proponen esas élites este estudioso del lenguaje y de las relaciones sociales llega a la conclusión de que  son los líderes de estos grupos sociales los que “preformulan el racismo”, porque son ellos los primeros que señalan, rotulan y clasifican a los otros, a los que no son iguales, a los que llegan de otros lados, a los que tienen una piel distinta, a los que hablan una lengua extraña, a los que tienen costumbres diferentes, como los portadores de una rareza que invade, que ofende, que incomoda y que violenta. Y rápidamente este extrañamiento encuentra en el lenguaje institucional tipificaciones legales, religiosas, culturales y políticas que muy seguramente van a terminar en la calificación que las normas consideran como delincuenciales y fuera de la ley.

En tal situación, dice Van Dijk, la gente del común muchas veces no sabe de qué se trata, y son “los políticos, los policías, los jueces, los empresarios y los periodistas”; es decir, esas élites sectoriales de la sociedad las que empiezan a definir y a identificar qué tipo de personas son esos inmigrantes que están llegando, qué tan buenos o peligrosos pueden llegar a ser, qué medidas hay que tomar, qué tan cerca o distante podemos estar de ellos.

Todo se debe a un sensible miedo de que la cultura dominante de un país corra el riesgo de ser alterada, penetrada, desplazada. Por eso surgen las ideas providenciales de los muros que van a permitir que esos otros no puedan mezclarse con los que viven y navegan en la “corriente principal” de una cultura. Porque “todo nacionalismo tiene miedo cultural; porque gran parte del racismo de las élites es cultural, tiene que ver con la lengua, los hábitos, las costumbres. A esto se suman los problemas del mercado de trabajo”.

 

Los periodistas no necesariamente fundan el discurso racista,
sino que es un ejercicio en cooperación con las élites
que son usualmente sus fuentes

 

Cuando se refiere a los periodistas como determinantes de un lenguaje que reproduce y alimenta el discurso de esas élites racistas, Van Dijk dice claramente que “los periodistas no son diferentes de los otros miembros de las élites. En ese sentido, no son más o menos racistas que las otras élites”. Y aclara que los periodistas no necesariamente fundan el discurso racista, sino que es un ejercicio en cooperación con las élites que son usualmente sus fuentes y las que determinan los discursos y los relatos de la discriminación. Porque “los periodistas como grupo profesional y los medios como organizaciones siempre están en simbiosis con otras instituciones… Periodistas y políticos; periodistas y científicos sociales;  periodistas y policías; periodistas y jueces…Estas élites definen la forma cómo se llaman las cosas en el mundo de lo público”.

El otro punto importante al que se refiere este lúcido pensador contemporáneo es la coartada que usan los medios de comunicación para excusar la reproducción de ciertos discursos en contra de los otros. Suelen decir: “Eso es lo que la gente está diciendo”. Y habría que preguntarse dónde aprende a hablar la gente. ¿No es en los que dicen los medios? Tienen que aprenderlo de algún lado. “La mayor parte del racismo y de las palabras de la discriminación no se inventa en la calle, sino que vienen de las élites. El argumento de que la prensa solamente refleja lo que dice la gente es otro mito que simplemente no cuadra con los hechos ni la teoría. El racismo de los sectores populares se hace visible a través de los medios de comunicación que reproducen esos discursos de discriminación. No los ignora, sino que los enfatiza. Y así se construye el racismo”.

Publicada originalmente el 26 de agosto de 2017

 

 

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