Cuento: A quién le hacen faltan las bolas... de billar

Cuento: A quién le hacen faltan las bolas... de billar

Fredy y otros docentes argumentaron que el juego no conduce al vicio. Era el billar un esparcimiento de destreza que se ejecuta impulsando con tacos y bolas

Por: Silvio Avendaño
noviembre 08, 2022
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Cuento: A quién le hacen faltan las bolas... de billar

Al rector criticó la asignatura de historia que asumió Samuel, cuando la profesora de ciencia sociales se retiró por licencia de maternidad. En lugar de la tradición de descubrimiento, conquista, colonia, independencia, devenir de la república, los temas fueron esclavitud, servidumbre, ciudadanía, la tierra. El docente abandonó los campos de batalla, las hazañas, los héroes, el escudo, la bandera, el himno, el nacionalismo. La licencia de maternidad llegó a su fin pero para entonces al director del Liceo, le preocupaba que los docentes Fredy, Camilo, Samuel fueran al Café a jugar billar.

Los padres de familia interesados por la formación de sus hijos inquirieron: ¿Qué ejemplo podían dar los docentes que frecuentaban la fonda, jugaban billar y trataban las chicas?  Rumores, cuentos, chismes llevaron a la cuerda floja a los profesores. En reunión de padres la formación fue puesta en duda, dado que los profesores visitaban el billar, a las fufurufas.

Fredy con otros docentes, en un claustro, argumentaron que el juego no conduce al vicio. Era el billar un esparcimiento de destreza que se ejecuta impulsando con tacos, bolas de marfil, en mesa rectangular, verde tapete, barandas elásticas, con troneras o sin ellas. El docente de filosofía argumentó como el filosofó Hume, gracias el billar, cuestionó la causalidad como una "conexión necesaria" entre la causa y el efecto”, de tal modo que, conocida la causa, la razón puede deducir el efecto que se seguirá, y viceversa, conocido el efecto, la razón está en condiciones de remontarse a la causa que lo produce.

El rector recomendó un lugar decente para tomar café, pues se desacreditaba el Liceo con la presencia de profesores en la taberna. Era mejor ir al Club, recinto de la gente de bien. No obstante, Samuel, Fredy, Vicente y otros no atendieron las sugerencias. En torno a un pocillo de café, conversaban con el voceador de periódicos. Congeniaban con él, lo invitaban a un tinto, le preguntaban sobre robos, asaltos, enfrentamientos, accidentes de tránsito, el hombre que se había volado con una muchacha… El personaje dibujaba la trama de la vida, en un lenguaje coloquial.

Pero el director del Liceo no perdía de vista a los pedagogos ni dentro ni fuera de la institución. Los espiaba con la ayuda de los porteros y, en varias ocasiones, se le halló detrás de la puerta de las aulas escuchando las clases. La asignatura español y literatura, en manos de Vicente, cayó en sospecha porque si bien el contenido se centraba en sujeto, verbo y predicado, descripción, narración, retrato, figuras literarias, poesía, las lecturas no eran convenientes para los estudiantes.

El superior ante el quehacer de los docentes que desnaturalizaban los programas oficiales seguía con detenimiento no solo a las cátedras de literatura, filosofía sino también a los cursos de biología y química que cuestionaban la calidad del agua en la ciudad.  Las visitas al Café, el juego de billar, las relaciones no sanas estaban afectando la imagen del Liceo.

El catedrático de física, para solucionar el problema propuso la adquisición de una mesa de billar e instalarla en el establecimiento. Congregó tal idea a los docentes que reunieron los fondos y, el billar se instaló en la sala de profesores, junto con la cafetera. Entonces, el escándalo de los padres de familia quedó en el aire. Hubo asombro al darse cuenta de que el juego desaconsejado se encontraba en el colegio.

Al enterarse del billar visitaron la institución, acuciosos de la moral y de las buenas costumbres y, sin menor recato, la junta de padres de familia se encontró con los tacos, en el aroma del café y carambolas a tres bandas.

El rector, uno de los enemigos del juego le encontró beneficios. El billar le retrasó el envejecimiento, le ayudó a la concentración, caminó alrededor de la mesa, contribuyó al estiramiento del cuerpo, le agudizó el ojo, de tal modo, que siguió vigilante del contenido de las asignaturas y de la puntualidad de los maestros.

El sonido del timbre para entrar a clases era el momento de abandono del taco, pronto se dirigía a los corredores, adyacentes a los salones de clase, para vigilar la puntualidad. Después de esa inspección caminaba a la secretaría y redactaba memorando al incumplido e informes a la dirección de educación media en el ministerio.

A los profesores se les exigía puntualidad y se les censuraba ciertos temas y textos. La actividad académica se fiscalizaba con mayor destreza. Preocupados los docentes no sabían qué hacer.

Inconveniente era declararse en cese de actividades porque los estudiantes se levantarían y, el rector llamaría a la policía, como el mismo contaba que había hecho en otro Liceo, con la consecuencia de estudiantes heridos y educadores detenidos. Fue el profesor de química quien concibió la idea de ocultar las bolas de billar.

Y, en una semana cultural mientras las actividades deportivas, literarias y artística se desarrollaban, en una caja de bocadillos veleños, envueltas en una bayetilla roja, las esferas de marfil desaparecieron.

 ¿A quién le hacen falta las bolas?

Fue el mensaje que se leyó en cartelera una mañana. Al iniciar la jornada nadie le dio importancia a la pregunta, pero al mediodía el runrún se difundió no solo en el Liceo, pues alumnos del colegio que trabajaban en las emisoras, lanzaron la primicia. Desde entonces, la chacota… El personaje dejó de ir al club pues le preguntaban sobre el hecho.

No faltaba quién de manera maliciosa en la calle le preguntara al señor si le hacían falta las bolas… de billar. Llamó al departamento de seguridad para que investigara sobre el robo. Ante esto los maestros no estuvieron de acuerdo con el detectivismo en el Liceo.

Los docentes aclararon que los dueños del juego no se habían manifestado frente al hecho.

 Las bolas de billar un día volvieron a la mesa de juego. Pero ya el hombre se había desesperado porque no pudo con el cuento. Cuando culpó al docente de español y literatura lo atribuyó porque leía el relato En este pueblo no hay ladrones, del premio nobel. Y el año lectivo llegó a la clausura y vinieron las vacaciones. Al período siguiente, al iniciarse la actividad en el Liceo, el rector había sido trasladado a un colegio, junto al mar, cerca de la frontera sur.

Entonces, los catedráticos enviaron un telegrama:

 Profesores Liceo Nacional : Lamentamos la situación. Ahí va Miércoles esa.
 
 Al llegar el rector se encontró con que los profesores no lo aceptaban.

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