Cuando todos se habían ido

Cuando todos se habían ido

El frío de dos grados Celsius, envuelto en el viento de los cerros, cubría la desértica Plaza de Bolívar

Por: Rafael Eduardo Calvo Escolar
septiembre 03, 2018
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
Cuando todos se habían ido
Foto: Las2orillas
Arriba, en el cielo, la constelación de Orión servía como faro para aumentar el tamaño de las cosas y las ratas salían de las alcantarillas como gatos blancos cruzando la plaza para subir y bajar las escaleras del Palacio de Justicia. La luz amarilla de los faroles era de un pálido triste y los símbolos de la obediencia dormían puertas adentro: no estaba abierto el altar ni el confesionario de la catedral, ni los grillos ni las celdas del museo, ni las leyes de los congresistas, ni la justicia del Estado. Sus representantes ausentes se perdían del in suceso por estar durmiendo la infamia y el engaño. Era de madrugada en la ciudad de Bogotá.

Cerca de la Séptima, debajo de la luz amarilla tenue de un farol, un grupo de indigentes fumaban bazuco en las escaleras del Capitolio, y allá, más abajo, detrás de la única luz encendida del segundo piso del Palacio Liévano se encontraba el alcalde. Cansado pero complacido escuchaba el silbido del aire que se colaba por las rendijas del ventanal. Por fin los contratistas del tren elevado se habían largado al aplazar por enésima vez su construcción.

—¡Qué hijueputas, si a mí ese tren no me gusta pa' ni mierda— se dijo en voz alta mientras se levantaba del escritorio yendo por su chompa de alpaca detrás de la puerta del baño. Tenía frío pero estaba feliz.

Apagó la luz del despacho y en tinieblas caminó de regreso a su sillón ergonómico. Cogió de su escritorio un puro Cohiba Behike que le acababa de regalar uno de los contratistas, y sentado tirado hacia atrás, subió las piernas en el escritorio. Sí, definitivamente estaba satisfecho de la jornada, “de la labor cumplida”, se dijo, sonreído.

—Todo bien con el cemento. Todo bien con la basura. Todo bien con el…—enumerando sonreído no completó la frase como si le avergonzara pronunciar eso que tanto ganancia le producía.

Desde su sillón comenzó a mirar la plaza por encima del barandal. Aún no amanecía y se percató que iban apareciendo ya las miles de paloma con su gorjeo insoportable. (Nadie sabe hasta hoy que les cuento, que esas palomas de la plaza son las mismas ratas que minutos antes merodeaban subiendo y bajando las escaleras del palacio de Justicia. Solo que a esa hora, cuando todos duermen, se transforman de ratas a palomas cambiando de aspecto para ocupar con su gorjeo inmundo la plaza para que ingenuos turistas las atiborren de comida). Observó la estatua de Bronce del libertador y notó asombrado como parte de la cara y los hombros había sido carcomida por las ratas. Solo quedaban en su rostro una mirada en la eternidad.

—¡Triple hijueputa, pero si acabo de arreglarlo!

Pensó, viendo asombrado como el libertador Simón Bolívar abría los labios como diciendo algo de reproche. El alcalde no lo logró escucharlo. Solo escuchaba el silbido del aire que ahora era más fuerte. Pensó entonces que eso de una estatua hablándole era solo producto de su cansancio. Una especie de alucinación.

Intranquilo se levantó de su asiento y como amo que observa sus propiedades recorrió nuevamente toda la plaza para luego centrar su mirada otra vez en la estatua de bronce del libertador. Fue allí, en ese momento, cuando supo que todas las cosas no iban también como suponía. Asombrado vio bajo la mierda gris de las palomas que le cubrían la cara el libertador Simón Bolívar que ahora la estatua se fue girando hacia él y soltando su espada movió su brazo derecho y con los dedos de la mano le hizo pistola como diciéndole. ¡Jódete!

No lo podía creer. Volvió a pensar otra vez que era una mala pasada producto del cansancio, o tal vez, pensó, un efecto de luz y de las sombras de la catedral. Se escondió entonces detrás de las cortinas del despacho y como chismosa que mira al vecino, recorrió la mirada sobre la plaza. Observó ahora cómo las cientos de palomas se convertían nuevamente en ratas entrando y saliendo por todos los lados del Capitolio. Estaba asustado. Cerró las cortinas del despacho y se dirigió a su silla ergonómica. Sí, definitivamente estaba cansado, pensó resignado.

—No vuelvo a trabajar hasta tarde— se recriminó.

Pensó en llamar al chofer para que lo llevara a su casa pero nuevamente se acordó de lo que tanto le divertía. Y fue allí que comenzó a entrarle un ataque de risa para terminar en carcajadas. De un momento a otro se había tranquilizado y decidió entonces quedarse allí, en su despacho, solo, pensando más bien, qué hacer con tanta plata del TransMilenio.

Cerró los ojos y se olvidó de Bolívar y su grosería. Con el habano en la boca comenzó pensar en los paraísos fiscales distribuyendo en cada uno de ellos el billete que acababa de recibir de los suecos de Volvo. La compra de los 1500 buses diésel había sido criticada por todo el mundo en la ciudad por lo altamente contaminante, pero a él no le importó. Valía la pena aguantarse a esos guaches.

—¡Que se jodan partida de hijueputas!— dijo gritando a todo pulmón.

Mientras allá afuera, por el oriente, detrás de los cerros, se asomaba el sol y las ratas se transvestían nuevamente en palomas.

Sigue a Las2orillas.co en Google News
-.
0
Nota Ciudadana
Don Jediondo: el personaje que avergüenza a Boyacá

Don Jediondo: el personaje que avergüenza a Boyacá

Nota Ciudadana
En el mes del agua: ¿por qué la escasez de este recurso será el próximo motivo de guerra en el mundo?

En el mes del agua: ¿por qué la escasez de este recurso será el próximo motivo de guerra en el mundo?

Los comentarios son realizados por los usuarios del portal y no representan la opinión ni el pensamiento de Las2Orillas.CO
Lo invitamos a leer y a debatir de forma respetuosa.
-
comments powered by Disqus
--Publicidad--