Cuando la paz nos cuesta la vida

Cuando la paz nos cuesta la vida

Wilmar Asprilla y Ángel de Jesús Montoya, miembros del partido de las Farc, fueron asesinados recientemente. La lista de homicidios sistemáticos va creciendo

Por: Roque González La Rosa
enero 18, 2018
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Cuando la paz nos cuesta la vida

En Colombia el fantasma de la tragedia de la Unión Patriótica, el exterminio masivo de una agrupación política, vuelve a cabalgar. Un genocidio que avergüenza la historia contemporánea de los colombianos amenaza con volver a escena, ahora contra los militantes de las Farc.

El proceso de paz colombiano viene haciendo agua. Desde el gobierno el presidente Santos insta al país a celebrar, como el logro fundamental, el desarme de la guerrilla y finge olvidar que el acuerdo implicaba además reformas estructurales del modelo colombiano. Puede celebrar la platea que la guerrilla esté desarmada, pero la historia sabrá señalar la oportunidad que pierden los colombianos con un acuerdo de paz que traía a colación reformas para la modernización del campo, la representación de sus minorías y la democratización real del país.

Sin embargo, el actual escenario de un establishment estafando el acuerdo suscrito, una vez desarmada la guerrilla, tampoco era un horizonte que no se vislumbraba. En efecto, el análisis al interior de las Farc, en sus campamentos y cese al fuego, era que finalmente el acuerdo de paz debía lograr debía tener la mayor cantidad de garantías, candados jurídicos, respaldo legal internacional y a la vez, los mínimos indispensables para la reincorporación y participación política. Las Farc no se desmovilizaba, marchaba hacia las plazas y la participación.

Un conjunto de pilares fundamentales de los Acuerdos de La Habana han venido siendo desfigurados por la clase política y su fauna parlamentaria, el mecanismo de Justicia Especial para la Paz JEP, pactado y diseñado en La Habana para todos los actores del conflicto terminó castrado y consagrando la impunidad, en Colombia la guerra no sólo la hicieron guerrilla y militares, empresas como CocaCola, Postobon, Gremios empresariales, Gremios ganaderos literalmente se pusieron las botas y pueden anotarse bajas, fundamentalmente en las comunidades rurales de la Colombia profunda, y estos mineros y empresarios respetables, financistas y creadores de ejércitos paramilitares ya no aparecerán en la historia del terror contra esos pueblos.

Los Acuerdos de La Habana garantizan una representación parlamentaria automática para las Farc a fin de integrarlos al juego de la democracia, pero las delegaciones negociadoras de la guerrilla pactaron también la creación de nuevas curules para las zonas más golpeadas por el conflicto. Los territorios que vivieron la crudeza del paramilitarismo y la exclusión lograban tener representación en Circunscripciones de Paz, como en el caso anterior. Sin embargo, al pasar por el Congreso, por la trituradora de la mezquindad y la falta de visión histórica del parlamento rechazaron esta oportunidad de reparar la deuda histórica con esos territorios arrasados por el Plan Colombia y Álvaro Uribe.

Las Farc tiene claro el escenario y sabe que la apuesta de la derecha ha sido hacer trizas los acuerdos y que estos solo resistirán en tanto sean encarnados por la sociedad civil, metiéndole pueblo a lo pactado. En La Habana no se pactó el fin de la lucha de clases.

Sin embargo, hay un aspecto en el que no hay espacio a interpretaciones ni plazos, y era el relativo a garantizar la participación política de la exinsurgencia y esto, valga la obviedad, debe darse salvaguardando la vida de los excombatientes.

Esta semana han asesinado a dos excombatientes de las Farc; en un país donde se asesina un líder social cada 72 horas como dice la estadística esto no escandaliza, en los últimos dos años en pleno acuerdo de paz ya han asesinado a 57 exguerrilleros y sus familiares. Pero esta vez el impacto no ha podido silenciarse.

Wilmar Asprilla y Ángel de Jesús Montoya, coordinadores de la campaña de las Farc para la Cámara de Representantes en Peque (Antioquia), han sido asesinados en pleno ejercicio de campaña electoral, saliendo de un local partidario. Frente a esta situación el ministro de Defensa Luis Carlos Villegas ya no podrá decir ante los medios que la mayoría inmensa de los asesinatos de líderes sociales en Colombia responde a líos de faldas (sic) y no hacen parte de una práctica sistemática. El asesinato de más de 120 el año pasado para el ministro son asunto del trágico azar.

El Secretario General de Naciones Unidas Antonio Guterres aún no termina de desarmar sus maletas tras su presencia en Colombia y tiene ya una respuesta concreta a su visita. Durante sus intervenciones con Santos, en su entrevista con representantes de las Farc, en su visita a los espacios territoriales donde vive la extropa guerrillera Antonio Guterres ha insistido en las garantías de reincorporación de los excombatientes. Puede darse por respondido.

La Unión Patriótica, surgida de los acuerdos de paz con Belisario Betancourt, pagó con más de tres mil vidas de su militancia incursionar en la legalidad. Fueron asesinados sus dos candidatos presidenciales, dos senadores, 18 diputados, 40 alcaldes y concejales. Han transcurrido más de treinta años de este genocidio que mereció una condena al estado colombiano, pero la sombra tétrica de su recuerdo hoy se aproxima.
Naciones Unidas ha emitido un comunicado urgente a pocas horas de denunciados los hechos, diarios como El Espectador de rancia tradición de centro han llamado a que la sociedad colombiana cumpla el imperativo moral de respaldar a los reinsertados. No son las primeras muertes de excombatientes, pero son las primeras en el actual proceso electoral, las primeras victimas de algo que se veía venir, cuya previsión hacia parte de lo pactado y que rebela la incapacidad de un Estado que no da la talla para la paz.

Paradójico que las voces que llaman a mantener la calma provengan hoy de los militantes de la Farc. Ellos en sus pronunciamientos condenan naturalmente el asesinato de sus militantes y exigen reconocer la sistematicidad de estas ejecuciones. Las Farc se organizan para entrar en campaña presidencial, ensayan logos, propuesta y sus actos de campaña, con optimismo al que pocos le apostarían la guerrilla va a las elecciones en las que muy probablemente ya hayan quienes han elegido exterminarlos.

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