Cuando el policlínico de Medellín era un hospital de guerra

Cuando el policlínico de Medellín era un hospital de guerra

El médico Juan M. Sierra quien como jefe de urgencias salvó miles de vidas quiere ahora como director colocar al hospital San Vicente de Paul en la vanguardia de la medicina especializada

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abril 19, 2015
Cuando el policlínico de Medellín era un hospital de guerra

Eran las cuatro de la mañana y llovía. En el piso de la entrada de urgencias los charcos de agua se mezclaban con la sangre. Afuera, los gritos de los policías heridos se confundían con el aullido de los perros.  Como cada madrugada, el médico Juan Manuel Sierra,  jefe de urgencias del Policlínico, intentaba hacer algo por los cientos heridos de bala, apuñalados, chamuscados o mutilados que dejaba la guerra que Pablo Escobar le había declarado a Colombia. Las urgencias  del Hospital San Vicente de Paul situada en el corazón de  Medellin, se había convertido en un hospital de guerra.  Como si estuviera enclavado en una trinchera, a finales de 1990 recibía decenas de heridos intentando salvar el último suspiro de vida de heridos agonizantes. Llegaban jóvenes inocentes, pandilleros, sicarios y también policías. El capo pagaba un millón de pesos a todo aquel que le matara a un uniformado.

Sierra no era un simple director. Se remangaba con su equipo de internos dispuestos a pasar hasta 24 horas en pie, intentando salvar vidas. Esa madrugada fue distinta. El doctor Sierra atendía a una mujer embarazada que estaba a punto de parir cuando aparecieron en las urgencias dos muchachos que arrastraban el cuerpo sangrante y pálido de Jason, un joven de 17 años que acababa de ser abaleado por una banda rival en plena comuna Noroccidental. Pensó en hacerlos  esperar como ocurría con los que iban llegando, pero los muchachos se le adelantaron con una nueve milímetros que le colocaron en el pecho. El mensaje había quedado claro.

Mientras  Jason agonizaba en una camilla, el doctor Sierra cambiaba gasas con las que intentaba contener el manantial de sangre que salía del boquete por el que una había atravesado  el estómago. Uno de los sicarios se le acercó al herido y mientras le sobaba la cabeza le decía “tranquilo parcero que de esta vas a salir si no te juro que mato a este hp”. Tomando una bocanada de aire y con el pulso firme, el médico Sierra lo intervino con la destreza de un cirujano a prueba de miedo. Una vez cerró las heridas y estabilizar al  paciente, los dos amigos se precipitaron para intentar sacarlo. La insistencia del doctor Sierra en advertirles los riesgos de un  paciente recién operado fue inútil.  Con prisa arrastraron a Jason hasta la salida  del hospital.  No pudieron dar más de un paso, un  motociclista los esperaba con una ráfaga de metralla. Tres cuerpos quedaron cubiertos por una sábana blanca.

Hospital San Vicente 2

Hospital universitario San Vicente de Paul fundado en 1911.

 

A principios de 1990 atendía a dos hombres que tenían como costumbre bajar el almuerzo con un cigarrillo de cannabis. El que era más viejo de los dos y que recibía el nombre de Mario, empezó a gritar. Se quejaba de que su compañero de cuarto le había robado una bolsa de marihuana. El doctor Sierra, al ver el escándalo que se armaba, les advirtió: se calman o se van. Mario, que entre sus logros estaba el haber matado al hombre más malo de Urrao, lo miró con los ojos inyectados en sangre y le dijo señalándole con el índice “ Este mono se creyó muy bravo o que” al médico le temblaron las rodillas pero se mantuvo firme: los dos, ante la grosería, tenían que largarse inmediatamente. Pocos minutos después estaba en su despacho cuando su secretaria le dijo que afuera estaba Mario esperándolo. Sierra pasó saliva y lo dejó seguir “Lo que ha de pasar que pase” pensó. Frente a él estaba el mismo tipo, sólo que ya no tenía la actitud amenazante sino un arrepentimiento que se le estampaba en la cara. “ Doctorcito por favor no me eche, mire que acá en este hospital me atienden muy bien, si usted me deja le prometo que me haré el mejor paciente”. El médico, fiel a su credo humanista, lo perdonó.

Diciembre de 1990 fue para Medellín el año en donde el miedo llegó a cotas insospechadas. La gente salía de sus casas sin saber si iban a regresar. Las bombas y las balas perdidas acababan con las vidas de miles de inocentes. El 16 de febrero de 1991 los aficionados al toreo salían de La Macarena cuando un carro bomba, ubicado debajo del puente de la Avenida San Juan, explotó y mató a 17 personas. Más de cincuenta heridos fueron trasladados como siempre a las urgencias del Policlínico del San Vicente de Paúl. Desde ese día, el olor de la carne chamuscada quedaría impregnado  en la piel y marcaría para siempre el olfato de Juan Manuel Sierra. La reacción inmediata del equipo de médicos evitó que la tragedia fuera mayor.

Trabajar en las urgencias del Policlínico en la Medellín de Pablo Escobar era una profesión de alto riesgo. Los malos recuerdos ahora los puede tolerar gracias a los 25 años que han pasado , a su buen humor y a la certeza de las vidas que salvó.  Pero ahí, entre los edificios neoclásicos que caracterizan las instalaciones del hospital San Vicente de Paúl, presenció escenas horrorosas, dantescas. Una noche, mientras estaba de turno, vio la sombra de dos hombres deslizándose por un pasillo. Pensó que era uno de esos fantasmas que suelen caminar desvelados por el hospital, pero al ver que bajo el brillo de la luz de la luna los espectros no desaparecían, Sierra comprobó que era gente de carne y hueso. Los siguió hasta que vio a un paciente sobresaltarse al ver a los dos hombres entrar en el cuarto y, desesperado, meter su cabeza en una mesa de noche mientras los dos hombres llenaban su cuerpo de balas.

Los mensajeros de la muerte podían llegar en cualquier momento. Una tarde cualquiera mientras valoraba a un preso que se recuperaba satisfactoriamente de un atentado, vio como una bola gris entraba por la ventana y se arrastraba lentamente debajo de la cama en donde estaba el herido. Por puro instinto Sierra se refugió detrás de una pared y escuchó la explosión. Preocupado por la vida del paciente, se asomó por un resquicio y vio que el hombre solo había recibido algunas esquirlas en su pie; la cama lo había salvado. Iba a salir de la habitación cuando notó que un muchacho de unos 16 años, el mismo que había arrojado la granada,  estaba frente a la cama apuntándole al herido. Antes de que pudiera disparar guardias del Inpec, apostados allí para proteger al preso, lo abalearon hasta matarlo. Sierra lo vio todo:  desde autos que entraban a toda velocidad rompiendo la reja de entrada del hospital para rescatar a algún capo o muchachos que paseaban por los pasillos del centro de salud fumando marihuana u orinando en cualquier esquina del lugar. En medio del horror, José Manuel Sierra logró hacer del hospital un refugio sin distingo de credo, ni raza, ni procedencia ni prontuario.

Hospital San Vicente de Paul

Centro de especializaciones del hospital inaugurado en el 2011.

 

Los tiempos del médico de las emergencias han quedado atrás pero su lucha por derrotar la muerte cada día continúa, ahora como director del ultra moderno Centro de Servicios Especializados de Rionegro. En unas imponentes instalaciones, pacientes de todas partes del país y de cualquier estrato, disponen de un servicio completamente tecnificado y sobre todo humano. Sierra, junto con un grupo de arquitectos, ayudó a diseñar la nueva clínica pensando en que es más fácil para un convaleciente recuperarse si el entorno es agradable. Desde allí se atiende a los quemados que buscan recuperar su piel o a todo aquel que necesite con urgencia un trasplante de órganos.

Cerca del sesenta por ciento de los órganos que se recaudan en el país, los pone el hospital San Vicente de Paul. Las campañas que han creado, a diferencia de la que ha impulsado el ministerio, ha ayudado a crear conciencia. El trasplante más complicado de realizar es el de intestino por la longitud del órgano y lo difícil que puede ser su asimilación. La valoración y la serie de exámenes exhaustivos a los que someten a los pacientes, han hecho que el éxito de los trasplantes llegue al 92 por ciento.

Como la mayoría de hospitales del país, la deuda que tienen las EPS con él amenaza con ahogarlo. Sin embargo y a pesar de los problemas, su política de mantener las puertas abiertas para todo aquel que necesite sus servicios permanece.

 

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