Cuando Alguien dice No Más

Cuando Alguien dice No Más

Por: Laura Bonilla Pinilla
septiembre 17, 2013
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Cuando Alguien dice No Más

Hace un tiempo con la corporación Nuevo Arcoíris hicimos un informe sobre los riesgos para la restitución de tierras en los Montes de María. Era la primera vez que viajaba a este lugar privilegiado que comparten los departamentos de Sucre y Bolívar. Cada vez que volvía a Bogotá, arrastraba conmigo la confusión de sentimientos entre lo extasiada que me sentía con la belleza de la región, y la rabia de la indignación que producía cada hallazgo y cada historia que era contada. Muchos años de violencia, mucho dolor, mucha barbarie. Sobretodo mucha impotencia. Me enamoré caminando los montes de maría y el golfo de morrosquillo. Orgullosamente mi hija tiene hoy en sus venas un poquito de esa sangre alegre y tranquila, y sus ojos me recuerdan la inmensidad de ese mar.

En ese entonces encontramos que las compras masivas de tierras en el Carmen de Bolívar no tenían el patrón que creíamos que se iba a hallar. No era la historia del gran despojo seguido de la gran compra de la multinacional enorme y fácilmente identificable contra la cuál enfilar baterías. Era mucho más complejo y sofisticado. No era cuestión de datos. El despojo en el Carmen es un tejido finísimo de todos los conflictos que nos aquejan, un acumulado de violencias que dejó a un municipio completo sin gente, en honor del desarrollo de unos pocos patriotas que no sólo justifican lo que sucedió, sino que – en medio de sus reuniones sociales y con sus amigos – se vanaglorian del bien que hicieron llevando esa idea de desarrollo, ese modelo económico, esa empresa, ese ‘negocito’ tan rentable, en fin. Esa maquinaria llena de fiduciarias y de sofisticados mercados de tierras tapó por completo la tragedia del Carmen de Bolívar. No fue solamente cuestión de nombres.
Lo que sucede es que en muchos casos los colombianos sólo queremos escuchar un nombre, un culpable que sea tan malvado, que sólo nos quede la opción de ser los buenos de la historia. No es fácil aceptar que lo que arrasó con los montes de maría en el fondo fue la sustitución de una economía pequeña y campesina, por otra. Porque cada vez que en este país hay cambios en la economía del campo, lo hacemos por encima de los campesinos. Y por supuesto que ese cambio lo hicieron hombres violentos que masacraron poblaciones enteras como la de Macayepo en el año 2000. Por supuesto que esos empresarios, prohombres del desarrollo regional, del centro, de la periferia, de las élites regionales y de las élites nacionales, se beneficiaron del despojo. Y lo hicieron de tal manera que al finalizar la oleada de barbarie siguen siendo ellos quienes toman decisiones sobre la vida de las personas que sobrevivieron de alguna forma a la violencia. Hasta que alguien dice no más.
Eso me lo hizo entender Ricardo Esquivia cuando lo conocí hace algunos años en Sincelejo. En ese momento estaba más preocupada por obtener los resultados deseados en mi investigación, que por lo que realmente le pasaba a la gente. Tenía más ganas de tener razón que de entender lo que estaba sucediendo. Este hombre de 67 años es un hombre que ha tenido que vivir decisiones difíciles en la vida. Entre ellas afrontar ser una persona no violenta en un país violento, volver a su región, vivir como piensa, y sobretodo decir no más. Creo que eso le ha causado grandes problemas en su vida, porque en un país en el que la violencia está en cada decisión cotidiana, la no violencia se vuelve la enemiga en cualquier orilla ideológica en que se ubique. Y cuando esto sucede, los ataques no se hacen esperar. Ricardo y su familia han vivido muchos desplazamientos en más de veinte años. Muchas veces lo han intentado acusar y amenazar. Es una representación de que la paz no sólo es una decisión difícil, sino una profesión de alto riesgo. Me hubiera gustado tener en ese momento la certeza que tengo ahora de que de nada sirve lo que hacemos si perdemos el horizonte más importante: las personas son primero.

Y precisamente en esa región de los Montes de María, especialmente en Macayepo, la gente aprendió a decir no más, y a soñar con el retorno. Han pasado una promesa tras otra, y nada se ha hecho aún por superar la situación de extrema pobreza en la que quedaron sumidas las personas después de la cruenta violencia de principios del siglo XXI. Ricardo Esquivia y la organización Sembrando Paz han hecho marchas, protestas, han desarrollado proyectos productivos, han intentado recuperar la memoria de la tierra que tanto se ha olvidado. Nuevamente son objeto de ataques y amenazas. Otra vez. Por cuarta vez en veinte años.

A Ricardo, que es un pastor menonita, pacifista en cada decisión que toma, que a sus casi setenta años sigue intentando vivir de forma diferente y más justa con su entorno, lo quieren volver a acusar de pertenecer a las FARC. El problema es que por más absurdo que esto suene para las personas que lo conocemos, sabemos muy bien que una acusación de estas en Colombia es una antesala del peligro, y una clara amenaza. Ricardo Esquivia no ha pertenecido, no pertenece y no es funcional a las FARC. Todo lo contrario. El trabajo que adelantan en los montes de maría es funcional a la gente y a los campesinos que no piden otra cosa que se cumpla la ley que les restituye sus tierras y les otorga derechos. Pero por supuesto, los que no quieren que se cumpla la ley son otros. Muchas veces, y tristemente los encargados de aplicarla.

Quiero decir, sin miedo a equivocarme, que es vergonzoso que la fuerza pública pretenda difundir falsos rumores sobre la pertenencia a la guerrilla de los líderes que adelantan procesos de restitución de tierras. Y es una vergüenza porque esos rumores en el pasado provocaron masacres, asesinatos y todo tipo de barbaries. Y es aún más vergonzoso que el gobierno nacional guarde silencio. No me extrañaría que estos miembros de la fuerza pública que con tanta licencia aseguran mentiras, sean amigos de esos otros personajes que efectivamente son enemigos de la restitución. No tienen ni siquiera que ser un ejército. Basta con ser un grupo de amigos con poder, que no quieran la restitución, para sentarse a observar cómo esto pasa en sus municipios y departamentos. Qué vergüenza ser el gobernador de Bolívar, o el gobernador de Sucre. Su silencio dice mucho.

El hecho es que la gente se fue del Carmen de Bolívar a principios de este siglo. Y hoy reclaman volver, y reclaman también todos sus derechos perdidos. Lo están haciendo de forma pacífica, lo están haciendo bien, buscando el acompañamiento del estado para garantizar su reparación. Incluso ante el sinnúmero de promesas incumplidas, estas personas siguen reclamando sus derechos de la forma en que conocen. Pero ya hay generaciones enteras que olvidaron como vivir sin la violencia, como un vicio que está ahí, latente después de tantas desmovilizaciones, que espera a que vuelva el círculo de los hombres que se arman y desarman sin recordar nunca la dureza y la injusticia de cada fase del conflicto que ha vivido esta región. Por eso molestan los derechos humanos y sus defensores, y por eso molestan personas como Ricardo Esquivia. Les molestan a aquellos que están esperando que vuelva la espiral de los desplazamientos y los asesinatos para sacar provecho de ello.

Ojalá hubiera más personas molestas. Ojalá solamente nos tomáramos el atrevimiento de ser ‘molestos’ por unos días o por unas horas. Ahora, intento hacer lo propio. Quiero ratificar públicamente, con el ánimo de molestar, que es urgente y necesario una acción a favor de las personas que dijeron no más en Macayepo. Que esto es una cosa de todos los días y de no olvidar. Y también quiero dar gracias por las personas que durante tantos años, no lo han olvidado.

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