¿Cuál sociedad del conocimiento?

¿Cuál sociedad del conocimiento?

"Podemos seguir echándonos mentiras, como aquellas que se anuncian en la radio sobre los avances tecnológicos, pero que solo hacen referencia al fetiche del celular"

Por: César Arturo Castillo
abril 07, 2020
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¿Cuál sociedad del conocimiento?
Foto: Pixabay

Cuando echaron a Daniel Coronell de Semana, la noticia a nadie sorprendió, ya que en este país los que tienen el poder político, económico o simbólico, tarde o temprano, consiguen imponer su voluntad, sin ensuciarse las manos o dar la cara. Así sucede porque saben cómo aprovecharse de las personas espejo; es decir, de aquellos individuos cobardes que para conseguir su bienestar personal solo aprendieron a obedecer y a reproducir o retuitear las ideas de los demás.

Una de esas brillantes ideas que los sujetos espejo viene repitiendo, sin hacer un análisis serio, plantea que ya estamos en “la sociedad del conocimiento”, gracias al desarrollo de las tecnologías de la información. Pero cuando el señor subpresidente nos comunicó que entrabamos en cuarentena y debíamos apelar al teletrabajo, miles de personas se quedaron perplejas porque sus condiciones de vida distan mucho de lo que piensan los gobernantes y sus portavoces de los medios masivos de comunicación. Ante esas palabras, los desempleados, los que viven del rebusque y los campesinos sin duda que hicieron ¡plóp!, como Condorito, porque buena parte de ellos no tienen acceso a internet, como tampoco disponen del tiempo ni de los conocimientos o habilidades necesarias para manejarlo. Ese es el problema con el embeleco de “la sociedad del conocimiento” en Colombia, donde la mayoría de las personas viven en la miseria, en la pobreza y con unos niveles de analfabetismo tan altos que hasta la teoría oficial sobre el emprendimiento se quedó en simple propaganda. También es cierto que hay un pequeño sector de la población que sí tiene formación académica, pero aunque se hable mucho de los artículitos que se publican en las revistas internacionales, tendríamos que preguntarnos: ¿qué tanto conocimiento nuevo realmente generan?, ¿cuál es su calidad?, ¿cómo contribuyen a la solución de los problemas de sus comunidades?

Sin observar lo que sucede en los suburbios o en las provincias, podemos seguir echándonos mentiras, como aquellas que se anuncian en la radio sobre los avances tecnológicos, pero que solo hacen referencia al fetiche del celular. Son muchos los que le cantan a la modernidad, diciendo que vamos progresando porque algunos cuentan con teléfonos de última generación y pueden hacer mil cosas con ellos, pero la verdad sea dicha, este país no produce avances importantes, ni en ese tipo de tecnología, ya que simplemente somos importadores-consumidores de juguetes. Si examinamos con franqueza lo que hacen nuestros amigos o allegados con los teléfonos inteligentes, nos daremos cuenta que la mayoría en lugar de utilizarlos para propiciar la inteligencia, se sirven de ellos para difundir chistes tontos, pornografía, falsas informaciones y bochinches.

Ahora bien, para que el lector no crea que estos argumentos solo son generalidades abstractas y sin sustento, quiero comentarles que, como mi campo de acción ha sido la educación universitaria, me siento solidario con Coronell porque los personajes espejo también me mandaron a la cuarentena del desempleo hace tres años, debido a que me atreví a pensar en voz alta. Cuando Duque me invitó a hacer teletrabajo, no pude más que reírme, de esta tragicomedia, pues nadie estuvo esperándome en un internet que no pude seguir pagando porque primero debo ayudar a los ciudadanos que se robaron Electricaribe. Así que ya no navego por el ciberespacio, solo gateo contando las baldosas de mi casa.

Yo reconozco el gran aporte del internet, pero no creo en los encantadores de serpientes que se dedican a transcribirnos de otros países frases pomposas como esta: “Los desarrollos científico-técnicos, la expansión del big data, la inteligencia artificial y la convergencia tecnológica en las plataformas de los sistemas de información y comunicación serán decisivos en materia de educación virtual”. No creo en los embaucadores de la “sociedad del conocimiento” porque, como ya he señalado, en Colombia las cosas son distintas y la prueba está en las enormes dificultades por las que hoy, en las ciudades, están pasando los profesores analfabetos informáticos y sus estudiantes.

Con el culto a la tecnología, los metadatos, la virtualidad o la teledocencia pronto llegaremos a la invención de máquinas capaces de modelar peones con una simple conexión intravenosa al internet, como vemos en algunas películas futuristas y pienso que ese sería el fin de la humanidad. Creo que nuestra misión es recordar que en los orígenes de la educación la idea no era simplemente dar “formación para el trabajo”, sino lograr que las nuevas generaciones, mediante el contacto visual, táctil, afectivo y dialógico entre los individuos se puedan integrar al desarrollo integral de la comunidad. Y recuerden que en toda comunidad, aparte de haber necesidades materiales que perfectamente pueden satisfacer los sujetos espejo, también hay necesidades espirituales, como son el deseo de cambio o la rebeldía, que solo han podido ofrecernos a lo largo de la historia los que tienen el valor de cuestionar y de pensar distinto.

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