Crónica: Una vida sin barreras

Crónica: Una vida sin barreras

La historia de Jeison, un caleño de 33 años, permite entender el funcionamiento de Asodisvalle

Por: Santiago Gómez Schrader
marzo 10, 2017
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
Crónica: Una vida sin barreras

Al llegar a la llamada sucursal del cielo y ser recogido en el aeropuerto, el cual quiero aclarar, queda demasiado lejos de la ciudad, comencé a conversar con la familia de mi novia sobre Jeison Aristizabal. Mi novia, María Antonia Hincapié y su mamá, Rosa Liliana Restrepo, con una sonrisa de lado a lado de sus caras, me miraron sorprendidas de que no estuviese allá para ir al Pascual Guerrero a escribir una crónica de fútbol o ir a la gobernación del Valle a entrevistar a la ex-convicta Dilian Francisca Toro. Comenzaron a hablar de Jeison como si lo conociesen de toda la vida, pues al parecer ellas recogían mercados el 8 de diciembre todos los años para donar a la fundación de Jeison y poder entregarle a los niños de Aguablanca una vida más digna.

Llegamos a la casa de María Antonia (mi novia), e instantáneamente recibí una llamada de un número que había olvidado guardar, era Jeison. Al contestar, escuche una voz gruesa, difícil de entender, sin embargo hice mi mayor esfuerzo por no hacerlo repetir ninguna de sus instrucciones. Me indicó que Aguablanca era un barrio peligroso, que era mejor que no fuese de ninguna forma que llamase la atención de los habitantes cercanos, pues al parecer, existe presencia de bandas delincuentes y narcotraficantes en la zona.

Salí de la casa y comencé a mirar ciertos datos que causan desconcierto sobre el por qué hay tantos niños discapacitados en la zona. Tristemente, le informo a usted, el lector, que no se ha sabido con certeza la razón de por qué 1 de cada 10 niños de Aguablanca nace con discapacidades, mentales o físicas. Sin embargo Jeison hace lo posible por brindarles una vida mejor.

Quiero aclarar algo antes de presentarles la fundación y por sobre todas las cosas, a Jeison. De alguna forma, luego de leer tanta información y premios por los que ha luchado este hombre de 33 años, quien comenzó este sueño en el garaje de la casa de su mamá, María Emilia Aristizabal Montoya, llegué a pensar, que la fundación, se parecía a un hospital como la Santafé de Bogotá.

Comenzó a verse todo como un barrio de invasión parecido a Ciudad Bolívar o la Comuna Santo Domingo de Medellín. El taxista sabía la ruta exacta y cruzó por los recovecos más seguros por una sola razón “el señor viene muy bien vestido y dónde lo vean en la calle así, instantáneamente lo van a robar”. Tuve un poco de miedo, pero llegué con una impresión totalmente distinta de la descripción leída.

Era un barrio amigable, cada vez que la gente pasaba, saludaba, no importaba mi forma de vestir, claro, pienso que es porque estoy al frente de una fundación de discapacitados y que, sinceramente, la gente respeta a Jeison. Hay un parque de barrio al frente con una pista de patinaje cerrada, personas con sus chanclas y en pantalonetas con sus perros, y uno que otro fumador de marihuana sentado en unas banquitas del parque sin molestar a nadie. Escuché una voz más que valluna. “!Vé¡, vojos el amigo de Jeisom que viene pa hacer una crónica?”, le respondí que sí, a lo que me dejó pasar la primera reja. Al entrar se presentó con amabilidad, su nombre es Luz Mary Ríos, -soy la celadora de la fundación-, me dijo entre risas. Me explicó que Jeison ya venía, pues su casa es a tres cuadras al norte de la fundación, pero que podíamos conversar un rato.

No duramos ni 5 minutos conversando y me contó que su hija era “especial” y que Jeison la acogió como a una hija, pero resaltó que era costumbre de él, pues tiene una memoria impecable. Llegó una señora bajita, mona, con carácter joven, muy bien peinada y con un overol de jean. Luz Mary le abrió y nos presentó,-Doña Emilia, éste es Jantiago, el amigo de Jeisom que viene de la Sabana-, es la mamá de Jeison, ya la había visto en fotos y el día en que recibieron el premio al héroe del año 2016 en CNN.

Muy carismática me preguntó si quería algo de tomar. Accedí sin pensarlo, hacía un calor infernal de medio día y ya me había terminado un termito de agua con hielo que mi novia me empacó dentro de una “chuspa” con una merienda. Mientras traía la Coca-cola, y esperábamos en unas sillas Rimax al lado de unas escaleras y unos portones casi de clínica al lado de la única reja que había atravesado, llegaron dos camionetas Toyota polarizadas de las que se bajaron una familia que venía a la fundación. Al entrar, se sentaron muy cerca, también en sillas Rimax, todos muy felices menos una niña adolescente que había conectado un ventilador a la entrada de su iPhone para recibir aire por el calor.

Al volver la madre con la gaseosa, nos dijo a todos,-No je preocupem que Jeison ya vuelve-. Nos pasó a todos unos vasitos como de tinto. Al mío le puse un par de hielos que me quedaban en el termo. Luego de servirnos, nos preguntó si queríamos ir haciendo el recorrido, ya que cada espacio de ASODISVALLE tiene un recuerdo para ella que nos debe contar.

Comenzamos por pasar el primer portón. En la primera sala hay unas camillas donde trabajan médicos voluntarios y fisioterapeutas que cuidan de la salud de los niños discapacitados, ya sea por problemas de movilidad o con retraso mental. Lo interesante de esta sala es que aparte de las 6 camillas, doña Emilia recuerda cuando Jeison se salió del colegio para cuidar de otros niños “especiales” en el garaje de su casa. El número de niños fue incrementando a tal punto que la madre accedió en prestarle a Jeison la sala y el comedor de su casa. Nos cuenta que alcanzó a tener 150 niños en su hogar antes de que Jeison se ganara el concurso de Caracol Televisión de “Tengo una ilusión”.

Pasamos una puerta por donde a duras penas logra pasar una silla de ruedas a la vez y una persona de máximo 1,80m de altura. Llegamos a la zona llamada “terapia ocupacional” y a la derecha un garaje donde hay una van en la que doña Emilia nos cuenta que comenzó Jeison a transportar y a recoger a los niños de sus casas, pues no todas las familias alcanzaban a dejarlos en su casa. Los espacios, muy bien dotados de útiles para los niños, son amplios, sin embargo, y quiero aclarar, nada parecido a la Fundación Santa Fé de Bogotá.

Comenzamos a pasar por salones y empecé a sentirme nostálgico con unas ganas incontenibles de llorar como una mismísima magdalena. Me conmovía ver que estaban trabajando en un área gratuita de odontología, que los salones eran un pequeño preescolar para niños “especiales” y que las escaleras que había visto al inicio no eran nada comparado a las rampas que guiaban hasta tres pisos de un caserío convertido en fundación.

Cuando llegamos al segundo piso de la fundación no pude contener las lágrimas al escuchar la voz gruesa y difícil de entender que venía de nuestras espaldas al pasar por los cuartos de psicología para los niños, que decía de manera muy risueña y tierna “¡Hola! ¿Cómo están? ¿Cómo les ha ido?”. Al girarme y ver a un pequeño gigante de 1,60m de altura con una sonrisa más grande que la de la mamá de mi novia y de María Antonia, buscando abrazarnos a todos con unas manos poco motrices y con sus piernas en genu valgo, comencé a desmoronarme poco a poco hasta sentir el corazón en la mano y entregárselo en ese abrazo tan sincero que de pocas personas se siente.

Comenzó a acompañarnos en el recorrido y a preguntarme, en especial a mí, por mi familia, ya que el resto venían en el mismo grupo. De alguna manera recordó a mi papá de algún retiro espiritual al que había asistido, algo que me pareció impresionante. Solo me daban ganas de abrazarlo, mientras que él sonreía. Su madre nos contaba la lucha constante por mantener en píe la fundación a la cual me aclaró, también vienen 200 niños que son especiales, pero no tan especiales, a estudiar primaria y bachillerato, lo que hace la educación inclusiva entre todos.

Llegamos a una sala de espera, algo parecida a la de la Clínica Colombia de la carrera 68, donde uno de los acompañantes, el padre de la familia y su socio, comenzaron a agradecerle por su testimonio en el mismo retiro que había ido mi padre hace un tiempo y del cual volvió distinto después de escuchar el testimonio de Jeison. Entre todo ese agradecimiento, yo me encontraba parado cerca del círculo donde estaban todos sentados y casi como si estuviese en frente de Ronaldo el fenómeno convertido en un servidor del hombre, anonadado de la felicidad que un ser humano como éste le puede brindar a otros.

Sorpresivamente, éste padre llamado Alfredo y Ricardo su socio, le entregan un cheque firmado por 40 millones de pesos, donativo directo a la fundación, con la afirmación de -es solo una pequeña parte de lo que realmente mereces- y algo me dice que tienen toda la razón.

Finalizado el agradecimiento de la familia con Jeison, ellos se despiden y su madre trae unos libros sin editorial marcada llamados “Jeison, vida sin barreras”, libro que nos regaló a todos y que tuve la fortuna de hacer firmar por ambos. La familia se despide, tengo la fortuna de saber que me despido de ellos sabiendo que los hijos estudian en el colegio del cual me gradué, y ahora me quedo solo con Jeison y él me pide que me siente a su lado.

Apenas me siento, me pregunta -¿Qué te agobia?- y es como si Dios mismo me preguntara por qué me quejo tanto si tengo todo. Le respondí –Solo me da nostalgia saber que si hay motivos para vivir-. El comienza hablarme de cómo poniendo en manos de Dios todo se hace aún más sencillo, sin embargo el dice que Dios hace un 70% y que el otro 30% lo pone el libre albedrío y que esa libertad es la que tenemos para luchar por nuestros sueños.-Nunca dejes de soñar- me decía con su tono de voz grueso y difícil de entender.-La vida siempre pone obstáculos, pero siempre hay que luchar- me decía mientras sonreía de manera curiosa.

Nunca he sido bueno para expresar mi sensibilidad, pero el logró sacar lo mejor que hay en mí. Le pregunté por el encontrón con Armitage en el que el desconsiderado ese había dejado sin transporte a los niños a lo que me respondió que ya se había solucionado con paciencia y diplomacia, que hasta buen hombre es el alcalde de Santiago de Cali.

Antes de terminar le pedí una foto a la que felizmente accedió a tomarse. Me pidió que se la enviara y claramente fue lo primero que hice. Me despedí de él y sin decirle nada me dijo –Tranquilo que nos volvemos a ver-. Fue un mensaje que me llenó el alma. Me despedí de Luz Mary y de María Emilia, ambas también guerreras de la vida, madres que jamás se rindieron con sus hijos “especiales”. Ahora me llevo un libro en el que en la primera página habla de que a muchas madres les recomiendan abortar. Ahora pienso “¿Qué hubiese sido de mi sin conocer a Jeison?”. Y sonrío viendo caer la tarde en la sucursal del cielo al irme del lugar donde ahora siempre quiero volver.

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