Crónica: Navegando el río Magdalena

Crónica: Navegando el río Magdalena

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junio 01, 2015
Crónica: Navegando el río Magdalena

SÁBADO 14 DE MARZO: Barrancabermeja

Barranca, la de la tierra bermeja, la de los petroleros, los obreros, la USO, el sol de cobre, los rostros con rasgos Yariguies, las Ciénagas (los nativos dicen Ciénegas “porque es más rápido”), el calor, el río Magdalena, los pescadores, las dos ciudades –la de los pudientes y la de la plebe- separadas por un puente y debajo del puente el antiguo ferrocarril.

En Barrancabermeja vamos a la Ciénega San Lorenzo, la fuente de agua de la ciudad. Es uno de los lugares paradisiacos que tiene Colombia y que lo hace pensar a uno en que este país es enloquecedoramente hermoso. Y esa hermosura parece directamente proporcional a lo enloquecedoramente trágico. Y rico. Y contradictorio. A esa fuente de agua dulce que es la ciénaga, cuentan los lugareños, la han empezado a contaminar con un vertedero de basura que recibe los desechos de Barranca más los de Bucaramanga. Los lixiviados filtran la tierra y llegan a la ciénaga. Aún se puede nadar, teniendo cuidado de que las lanchas del club náutico no lo descabecen a uno.

A un lado de la ciénaga se baña el pueblo, los que no pertenecen a ningún club, y al otro los riquitos, que van en sus botes motorizados y pasan dejando olas y en el ambiente la sensación de que porque tienen money su aventura es mayor. Caspa. Van demasiado cómodos y la comodidad no deja ver, oír, sentir. La comodidad es un velo que engaña.

DOMINGO 15 DE MARZO: Rumbo a San Pablo

En el muelle una señora me vende por dos mil pesos un plato de arroz con coco, dos patacones, una tasita con suero, y dos vasos de limonada. Con pescado valdría 15 mil. La “Seño” sabe que no soy un turista más y me trata como un hijo de esta tierra. Debe ser porque tenía cara de haber mamado sol todo el día en la Ciénega.

Es inevitable en el puerto de Barranca no recordar el  “éxodo campesino” del Magdalena Medio en la época de la arremetida paramilitar de los años 90 que partió desde Antioquia y Córdoba para desangrar a los campesinos, pescadores  y a los territorios del Magdalena medio. De esta época apenas se están sanando las heridas. La lucha se ve a sí misma en el rostro de cada campesino y pescador que resistió semejante barbarie.

Tomamos la chalupa a las cinco de la tarde rumbo a San Pablo, sur de Bolívar. Navegar el Magdalena es corroborar lo que Fermina Daza plantea en El amor en los tiempos del cólera: que el río es Colombia, que Colombia es el río, el monte y el río, amor, muerte y el caudal de una memoria oculta, renacida. García Márquez supo relatar el río con sabor, con magia, con sentimiento caribe, con conocimiento profundo, con poesía.

Nos varamos en pleno río, atardece, nos orillamos mientras llega otra chalupa y “la calor” se va sintiendo menos mientras se esconde el sol color rojizo. Pasamos por Puerto Wilches, luego Cantagallo y al fin San Pablo. Antes de llegar una pasajera me cuenta que en el pueblo han quemado María Parranda, el estadero donde presuntamente se sientan a tomar Aguila los dueños de las vacunas. Arde el techo de palma y cruje la madera ardiente.

LUNES 16 DE MARZO: San Pablo, sur de Bolívar

El parque de San Pablo es un sitio emblemático, sus árboles son oasis para refugiarse del sol, dos canchas de micro futbol lo mantienen habitado, las bancas cansadas con los desempleados y pensionados y su mutismo atemporal.

Los jóvenes tienen el parque intervenido y a los árboles como refugios simbólicos de la memoria. Cada árbol tiene mensajes alusivos a la justicia social, a las víctimas, a la reconciliación y varios están pintados con mariposas de colores. Hacen eco de aquello planteado en el documento Apuntes para Colombia en el Planeta: “todo árbol tiene una historia que contar” (Gutierrez Giovanny; Buitrago Fredy: 2015).

Estamos en San Pablo para realizar un taller denominado “sanar narrando”. Los asistentes son diez personas entre pescadores, jóvenes, campesinos, madres y abuelas. Con ellos vamos a estar cuatro días caminando y conversando. Cantando y sonriendo, improvisando, jugando, pintando y narrando historias del río, de la vida a la ribera del río rodeado de ciénagas y naturaleza virgen. Historias que son música del Magdalena Grande. Testimonio oral (oralitura) de los nativos ribereños que enseña sobre el alma de su propio pueblo. Con autenticidad y por eso es como una verdad hecha acto de rebeldía.

Camino al puerto

La primera estación es el parque, donde se cometieron dos masacres que el pueblo no olvida.

La noche anterior nos encontramos campesinos que empezaban a llegar desde las nueve para recibir un ficho para reclamar la ayuda humanitaria. Madres con niños de brazos amaneciendo en el parque para esperar.

Hacen filas para prolongar el sobrevivencialismo y resistir a un nuevo éxodo causado por el hambre y el abandono estatal. En el parque pocos se atreven a hablar y eso es porque ante la magnitud del miedo y la tragedia, ninguna palabra es mejor que el silencio.  La tragedia de las víctimas se prolonga ante la lentitud burócrata y la parsimonia de un Estado precursor y rata.

Un viejo de Sucre, Don Pedro, me ve con el tambor alegre en el parque y me cuenta que él es decimero y que toca acordeón, guacharaca y vientos. Canta, cuenta y sonríe mientras entona canciones enamoradas, versos vallenatos. Tiene 70 años y sobrevive vendiendo chicles, confites y cigarrillos. Después de media hora de charlar y coger confianza conmigo me dice algo sobre la paz, sin yo preguntárselo: “Esto era peligroso, cualquiera que dijera una palabra mala, o alguna cosa contra ellos, lo desaparecían. La paz, yo digo que la paz la hay cuando se respeten las condiciones en las que uno viva. Usted tiene una vida buena, por lo menos no tiene martirio, no tiene duelo de nada, hay paz. Pero usted tiene un martirio y tiene un duelo, ahí vienen los problemas…”

En el puerto de los pescadores

Nos fuimos hasta el puerto. Allá conversamos con los pescadores, frente al Magdalena que se está comiendo al pueblo por efecto de las grandes embarcaciones que lo dragan y le extraen todo tipo de recursos. El oleaje que generan hace que el agua choque con más fuerza en los barrancos. Algo tiene que ver también la deforestación. El pescador artesanal ya es escaso, parece de otros tiempos. “El trasmallo acabó con todo”, dicen los pescadores, “ya lo que sacamos es poquito”.

El tal trasmallo es una red grande que se extiende a lado y lado del río para atrapar todo lo que se mueva debajo del agua. Es una forma de pesca facilista que legitimaron los paramilitares a partir de las vacunas que cobraban por la cantidad exagerada de pescados que se sacaba con esta técnica. No es propia de los nativos.

Y es que el Magdalena está siendo explotado de manera feroz desde que la violencia paramilitar “consolido” el territorio. Eso se ve desde Barranca, donde se construye el puerto multimodal (IMPALA) y grandes maquinas con nombres extranjeros sacan cantidades colosales de arena para que al río lo naveguen grandes embarcaciones con las cuales sacarán nuestras riquezas rumbo a Barranquilla, y de ahí, al extranjero. Es la expoliación de los recursos naturales vía Río Magdalena.

Puerto de oscuros brazos, de oscuros brazos abiertos

Desde niño tengo el palito para dar con los K, en términos de Kafka son los sin ley, los no aptos ni elegibles, los nadie, los feos, los perdidos, los sin títulos ni propiedad, los aventureros con quienes nadé hasta lo más lejano de la Ciénega San Silvestre y que me enseñaron a protegerme de las rayas venenosas. Y el mundo se le abre a uno como un peligro delicioso. La aventura que me hace escribir.

Esta vez fue un pescador en el puerto de “oscuros brazos, oscuros brazos abiertos” como dice una canción en el Magdalena. O mejor ex-pescador, con canoa pero como medio de transporte para ir a su trabajo en una vereda de Cantagallo: a raspar coca. Me cogió confianza y me lo dijo sin pena ni misterio. Se coge más de tres arrobas, si alguien es novato se coge una o menos, y aun así son más de veinte mil pesos chan con chan como decimos en Medellín. Lo hace tres días a la semana o más si es necesario. “¿puedo ir?”, le pregunto. – Claro mijo, puede aprender rápido. Por estos días fumigan. Se avecina una movilización cocalera hasta  Barrancabermeja.

¿Qué pasa cuando fumigan? El señor R me dice que van preparados con una especie de carpita que los cubre. Las hojas de coca quedan brillantes y se van a raspar a otro lado.

Cuando se está empezando a raspar le salen ampollas en las manos. Después se coge cayo y agilidad. La camisa de R tiene huequitos en el pecho como si hubiera sido mordida por ratones. Se sube en la lancha con un anciano que parece ser  su padre, tiene un ojo tuerto y rostro adusto, campesinos de río. Son sobrevivientes del daño ambiental. Todavía pescan pero lo mínimo, el mínimo vital con que el capitalismo nos quiere obligar a sobrevivir.

Se erradican los culivos ilícitos y se erradica la pobreza

Así lo expreso un personaje con quien dialogué en el hotel. La coca es una fuente económica para muchos campesinos empobrecidos.  El pescador artesanal fue desplazado por los que usan trasmallo. Me cuenta José Manuel, participante del taller Sanar Narrando, que un pescador artesanal como él se sacaba en el río 100 pescados diarios aproximadamente con lo que comía y obtenía algún recurso económico. Estaba prohibido entre los mismos pescadores sacar pescados chiquitos, solamente los de 10 libras para arriba. Esto como un instinto ecológico y económico manejado entre los pescadores ancestrales.

Con la llegada de los paramilitares en los años 90 el asunto se complicó. Coincidió su llegada con la pesca de trasmallos. Le llaman pesca quieta o pasiva. Dinero fácil y trabajo fácil. El “pescador” pone la red, y espera varias horas y recoge lo que la red atrapa. Ya no es la atarraya, el anzuelo, y mucho menos la pesca con la mano. El pescado no lo dejan reproducir, lo cogen joven: “nosotros 100 y ellos quinientos y quietos, sin esfuerzo”, cuenta Don Manuel.

Cuando los del trasmallo acabaron con el pescado en el río se fueron a acabar con el de las ciénagas. Y ahí se profundizó la crisis y el conflicto entre los pescadores tradicionales y los que adoptaron el trasmallo.

Guerra, coerción y capitalismo

Se sabe que el papel de los paramilitares en Colombia ha sido el de empresarios del terror. En el caso del pescado, Don Manuel que pescó durante catorce años cuenta la historia así:

“Acabaron con el pescado. Se bebían la plata y no alimentaban a sus familias sino que todo era beberse los trescientos cuatrocientos mil pesos que se hacían diarios. Después se quedaron sin nada. Ahorita el agua de la ciénega surte los cultivos de palma que van a terminar secándola porque la palma chupa mucha agua. Además la contaminamos nosotros mismos con los caños y desechos.”

En el puerto de los pescadores, sobre el duro Magdalena, al lado de sus barcas pequeñas, parecidas a animalitos de agua capaces de navegar largo rato, tocamos dos cumbias (La Ciénaguera y El Pescador) y los asistentes al taller cantan con sus ojos color agua dulce, sus ojos cansados, como interrogando el río, como remando en sus memorias, esperando, bogando, viendo cómo petróleo, monocultivo y ganado agotan la riqueza ancestral del Magdalena medio. Saben que su historia es una historia de resistencia. Fuerza pescadores de oscuros brazos abiertos, el río es y seguirá siendo su compañero impávido.

MARTES 17 DE MARZO: Madrugando con los pescadores

Dicen que San Pablo quedaba dos cuadras más adelante, donde ahora circula el río impetuoso, arrastrando palos y comiendo barranco. Se puede ver desde el muelle improvisado una pequeña isla donde reposan varios tipos de aves y dicen que ahí quedaba la última cuadra del pueblo.  Ahora es socavada en sus orillas por retroexcavadoras que sacan arena para que las embarcaciones grandes no naveguen cerca de las viviendas construidas a la orilla del río. Los pescadores continúan con su labor mientras el río sigue su curso hacia la mar.

Los sanpableños son conversadores y su voz tiene la sonoridad del río, es como si el Magdalena circulara en sus cuerpos y los dotara de una fluidez en el hablar, un sabor ribereño, un ritmo, un canto, un tono cumbión, el tono del amor bravío. En el puerto se conversa con gracia, viendo cómo se arreglan los pescados para la venta: cachamas, bocachicos, bagres y doncellas se sacan todavía del río y son vendidos a precios justos (a seis mil la libra) para que el pueblo se siga alimentando con sus propias riquezas. También se saca arena del río con pala en mano, y en las partes más profundas lo hacen grandes máquinas. Observar el río es un ejercicio equivalente a mirar la historia de la misma humanidad, de uno mismo, del tiempo, hilo que conduce el tiempo, lo inmemorial.

Los peces recién pescados no tiene el olor nauseabundo que tiene en las ciudades del interior. Me dice un pescador que “lo que llega a la ciudad lleva más de seis días congelado, se descongela cuando llega a las ciudades y se vuelve a congelar, lo que se comen ya no sabe a nada”.     Los pescadores artesanales son parte del río, son descendientes de sus aguas, muchos tienen pactos con el Mohan y otros espíritus que  hora)﷽﷽﷽﷽lancheros)s)    TIENE CLASE DE GUITARRA

A aparecen  en las noches de pezca.

Al puerto pesquero llegan  mujeres, campesinos, obreros y lancheros a comprar el pescado fresco desde que lo comienzan a descargar tipo seis o seis y media de la mañana. Uno de ellos se pone a conversar. Parece que por su voz hablara el mismo río. “San Pablo se lo ha comido el río pero no por la maldición de ningún cura al pueblo dizque por ser liberal y rebelde, sino más bien por la maldición que le acarrea la muerte de tantos liberales a manos de los chulavitas en los años cincuenta. Los paraban en el borde del río, en la parte que este ya se comió, y los mataban a cañonazos. Yo he viajado por el país, y cuando fui a Taraza, Antioquia me decían: ¡uy hermano, cuidado que eso es zona roja! No le copié a eso mijo porque lo mismo dicen de San Pablo y aquí no hay peligro de nada. Eso es puro cuento militar, se inventan eso para meter miedo y estigmatizar los pueblos”.

San Pablo no es como lo pintan los que hablan mal de él

Así responde nuestro amigo de 57 años de edad a la pregunta de por qué tanto estigma a este territorio. Ha pasado gran parte de su vida en San Pablo, tiene rostro de loro, piel trigueña y provoca escucharlo hablar toda la tarde porque se apasiona como juglar en piquería vallenata. Así narra la historia:

“La Violencia de los años cincuenta sucedió en gran parte del país y el estigma se quedó en San Pablo. El término zona roja es de los militares y no de los civiles, uno va a tales zonas y no le pasa nada. La insurgencia llega en los años setenta y uno se pone a ver y la guerrilla está en todo el país. La tal maldición del pueblo como tierra de rebeldes no proviene del cura que lo bautizó con el nombre de un apóstol guerrero como San Pablo, sino de la matazón de los conservadores y su policía chulavita a los liberales. Mi abuelo era liberal y se logró salvar de esa barbarie”.

Los muros tienen la palabra

El taller “Sanar narrando” fluye como un río en calma, los mayores participan, aprenden, cuentan historias, improvisan una que otra canción y en ningún momento se sienten intimidados con las cámaras ni con las grabadoras de voz. “Primera vez que vienen a mostrar la gente. Los noticieros llegan y hacen tomas rápidas del pueblo, generalmente cuando pasa algo malo. La música que habla de San Pablo son canciones que hablan de paracos y guerrilla, esta vez es diferente, estamos mostrando el verdadero rostro de los sanpableños”, dice un joven que asiste los cuatro días al taller.

Ya en la tarde, en un ejercicio de construir un mensaje para ser plasmado en un muro del parque, una chica  propone esta frase para el mural: “San Pablo es zona roja porque estamos llenos de Amor”.

El mural se hizo al ritmo de tambores, cantos y sonrisas afectuosas. Resultó ser un mensaje que llega al inconsciente de los pobladores, porque el arte sabe llegar a esas reconditeces. Hablan en el mural otras voces, otra gestualidad, otra lectura de la vida cotidiana: la de los que asumimos la acción de sanar narrando. Sanar creando.

Las tales zonas rojas son una estratagema de los militares para mantener la zozobra en las zonas que creen consolidadas y aseguradas para expoliar y atropellar impunemente.  La mayoría de gente no acepta esa mirada militar del territorio, uno ve que más bien sonríen, y como en el poema de Jaime Jaramillo Escobar parecen decir: sé cantar, sé reír, sé olvidar. Claro que ese olvidar cuesta y para que esté acompañado del perdón falta que haya justicia.  Que no haya más despojo de tierras ni destrucción de ciénagas ni monopolio del río.

El ejercicio del mural nos permitió pensar en mensajes de amor al territorio, encontrar la sonrisa en las grietas de la guerra. También hizo que los mayores se juntaran con los jóvenes a reflexionar sobre la comunicación como un asunto político y poético, como un tejer comunidad desde la palabra. La palabra que da vida, renueva y persiste como canal de acción cotidiana y de vínculo amoroso con el otro. Un mural ánima la gente porque le da la sensación de que su sentimiento y su pensamiento se puede plasmar en la piedra, y la piedra habla, es mineral que destila colores.

 Cae la noche: retrato de San Pablo

En este pueblo se bebe cerveza “como macho asoleado”. Dicen las cifras que es el segundo pueblo de Colombia en bogar la cebada marca Águila. También pululan las iglesias cristianas, multinacionales de la fe que se aprovechan de los destrozos de la guerra para cautivar nuevos fieles, almas temerosas y por eso sumisas, nuevas ovejas que obedecen a un pastor y se refugian en la idea del culto como única tabla de salvación. Y para ponerle más color a este retrato, está el vallenato a todo taco en los estaderos.

Dicen que la gente bebe con plata de la coca. Y de la minería. Hay motos piratas por todo lado, como en gran parte de los pueblos ribereños y costeños. En pleno parque se estaciona un carro lleno de patillas o sandías al módico precio de 600 pesos la libra, a veces baja hasta 300 pesos. Una cosecha que refresca. Un niño amanece cuidando el montón de patillas gigantes que quedan al final de la jornada.

El niño que cuida las patillas se nos pega en el camino y su presencia es testimonio de la soledad de los que no tienen hogar. Compartimos con él el alimento, sonríe como un duende, cuenta la historia de cómo quedo solo cuando su madre, por soltarlo de un cable de electricidad, muere ella misma  electrocutada.

El calor empieza a menguar mientras avanza la tarde, en el parque hay dos canchas de futbol en las que juegan hasta pasadas las diez de la noche. San Pablo parece sacudirse de las tragedias viviendo la paz en la cotidianidad, sintiendo sin tiempo el fluir de un río que lo arrastra todo, y creería uno, lo sana todo. Basta escucharlo con atención, como el Siddhartha de Herman Hesse.

MIÉRCOLES 18 DE MARZO: Viaje al San Pablo Agrario

El Magdalena irriga un extenso territorio apto para sembrar yuca, arroz, cacao, plátano, maíz y más adentro en la serranía de San Lucas coca y más coca. Muchas veces los terrenos se inundan con aguas de las ciénagas y la tierra se fertiliza. Visitamos a Manuel del Cristo Ávila, también conocido como el tío y nos llevó a conocer el extenso territorio de su patrón,  en el que acababa de recoger una cosecha grande de maíz. También cuida un cultivo de peces, gallinas ponedoras, pollos, ganado y algunos cerdos.

El tío debe tener unos 59 años. Es nativo de Sucre y se vino a San Pablo porque le dijeron que la tierra era buena para sembrar. Trabaja 9 horas al día y se gana 18 mil pesos; un labriego al estilo feudal. Se le nota que lo hace con amor y es como la canción El arado de Víctor Jara: “la piel se me pone negra, el sudor me hace surcos, yo hago surcos a la tierra sin parar”.

Caminamos la tierra un buen rato y El tío nos cuenta lo que está pasando con la palma aceitera porque después de sembrada seca la tierra y no se puede recuperar: “las raíces se encuentran y lo vuelven todo árido y la tierra se resquebraja. No le pega ni el pasto, es como un desierto. Esos cultivos se tragan mucha agua”. La parcela que cuida El tío  alberga los cultivos tradicionales de los campesinos, los cultivos de pan coger, los que garantizan la soberanía alimentaria y no necesitan tanto químico.

Don Manuel tiene cayos en las manos y en los pies, también riega las flores, pencas y da de beber y comer a los pollitos, tiene un ayudante joven y su rostro parece el de un animalito de monte, tal vez una zarigüeya. Es bello y dadivoso como los campesinos de la Colombia profunda.  Enciende tabaco para devanar las horas, ahuyentar mosquitos y meditar al ritmo de la tierra y de sus ciclos. Sabe que se aproxima la lluvia y planea sembrar arroz. Quiere tener siempre alimento. Nos enseña las plantas de iraca, las semillas del cacao, comparte unos mangos gigantes que refrescan su casa y él mismo parece un árbol de hombre.

A Don Manuel le gusta sembrar y por eso le crecen tanto sus cultivos. Su sabiduría es la de los campesinos de pura cepa. Para vivir bien no necesitan de lujos ni dinero, sólo de la tierra. Parece que pudiera vivir muchos años y seguir sembrando silenciosamente.

Nos despedimos del Tío y algo de su sencillez se le queda impregnado a uno.

Rumbo a la cabecera municipal de San Pablo se ven las grandes plantaciones de Palma y una planta industrial para la extracción del aceite vegetal. Hiede a agroquímico, aceite quemado; el monocultivo es un crimen de lesa naturaleza, igual que la ganadería extensiva. Algo que indigna después de ver todo lo que se puede cosechar en el pedazo que labra El Tío.

Y con ustedes Don Lucho Florez y la historia hecha canto

Justo el último día del taller aparece el palabrero mayor de San Pablo, un moreno de 78 años que canta y encanta con su sabor. Al fondo suena la Chicharra, acompañándolo y anunciando que se aproxima la semana santa. “Estuve al lado de Rafael Orozco, de Emilio Oviedo, gran cantante…” Y es que Don Lucho tiene el palito para la música y para la composición.  Compone Vallenatos, Cumbias, Chandé, Tambora y le gusta interpretar la ranchera. Tiene un grupo con las “veteranas de San Pablo” y ha ganado festivales en Cartagena y rodado por el Caribe cantando y bailando con su grupo. Su voz conserva una fuerza innata, un timbre entre ribereño y costeño.

Con su arte enamoro a la mujer con la que aún comparte la vida y la música que para él es la misma vaina. Se llama Teresita y le ha compuesto varias canciones y una en especial que lleva su nombre en diminutivo:

“La señora mía como que nos encontramos en la cama, hicimos el amor, yo arriba  de ella cante una canción y ella dijo “yo también canto, también sé cantar” nos pusimos a cantar y tan así fue cantando que llegamos a once hijos, de esos once hijos hay diez, ella también canta, pertenece al grupo de las veteranas  de San Pablo”. Este es el dulce vallenato llamado Teresita:

Oye teresita cuéntame lo que te pasa / por qué te entristeces cuando yo te vengo a ver / porque si tienes desconfianza teresa / ay dímelo pa’ no volver / Cuando el hombre sufre / es muy conocido / quiere estar tranquilo / pues claro que es embuste / si es que te imaginas que soy de mal corazón / eso no lo pienses mientras que no haya motivos / Teresa / ay dame una prueba de amor / para que veas que no te olvido / ay dame una prueba de amor / para que veas que no te olvido… / ay ombe.

Los compañeros del taller le piden otra llamada Río Magdalena, una cumbia:

Cerca del Río Magdalena tengo mi casita hermosa / me acompaña mi morena, contemplada y cariñosa / tráeme la mochila Tere que me voy pa’ la cumbiamba / tráeme el ron y los tabacos que me voy pa’ la cumbiamba / y es que me voy / pa’ la cumbiamba / y es que me voy / pa’ la cumbiamba / cuando llego yo a la orilla ya no se ven ni las ramas / solo quedan los recuerdos donde era cantar las ranas / (bis) / y es que me voy / pa’ la cumbiamba / y es que me voy / pa’ la cumbiamba / yo le digo allí al alcalde que se acuerde de nosotros / que se acuerde de nosotros yo le digo a Emilio Aurito / yo le digo allí a la gente que se acuerde de nosotros / ya no se ve la tronquera pa’ llegar a San Pablito / y es que me voy / pa-la-cumbiamba.

Lucho Flores no para de vacilar y hacer reír a la gente: “Nací en Río Viejo, Bolívar, siendo lancero en el ejército hice una hija en Caquetá porque fui muy jopión.  Yo llego aquí desde el 48,  nazco en el 37, estaba de once años. Me toco la Violencia, cuando eso vivíamos en Barranca y mataron a Jorge Eliecer Gaitán. Había un monumento de él en el parque Bolívar, al frente del parque Santander, y le pusieron un camión de la empresa y lo tumbaron, la  chulavita. Cuando eso se peleaba la política liberal y conservadora, cachiporros y bonifacios. El Bonifacio era el godo, el que es el conservatismo y el liberal era el cachiporro”. -
¿y  San Pablo era más cachiporro o bonifacio? Y lucho responde: -“Más pingua”. Risas.

Viajar por el Magdalena es ver, oír y sentir el por qué lo del Magdalena Grande. Un solo territorio bañado por una serpiente de agua. Y ciénagas. Todo exuberancia y riqueza hasta llegar al Atlántico y perderse en esa dimensión oceánica. El Magdalena son peces saltando mientras suenan tambores de cumbia, como me lo anunció un sueño antes de partir de Barrancabermeja.

El jueves por el río, rumbo a Barrancabermeja, respirando lluvia y río. Y una sensación de ser agua. Sed de agua. Y de montaña y más ríos, y el aire de los andes.

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