Corridas de toros, breve crónica del horror

Corridas de toros, breve crónica del horror

"Cómo puede ser visto como arte el acto de matar lentamente a un pobre animal indefenso, mientras las personas agolpadas en medio del aguardiente celebran"

Por: helder zambrano moreno
enero 23, 2018
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Corridas de toros, breve crónica del horror
Foto: Camilo Rozo

Este mes volvió la muerte a la Santa María de Bogotá. La temporada 2018 que irónicamente fue llamada “Libertad” dio su inicio en medio de muchas críticas y escasa asistencia, así como el gran despliegue policial que la alcaldía montó para la custodia del puñado de espectadores que este año decidieron llegar hasta la plaza de toros.

Entre las exageradas medidas que la administración distrital tomó se encuentra la movilización de más de dos mil policías en las inmediaciones del escenario taurino y el cierre total del anillo vial y peatonal alrededor de este, dejando el centro de la cuidad partido en dos por el cierre de varias estaciones de TransMilenio.

“Comenzó el arte en Bogotá”, escribía un usuario en Twitter, pero cómo puede ser visto como arte el acto de matar lentamente a un pobre animal indefenso, mientras las personas agolpadas en medio del aguardiente celebran con un “ole” cargado de agresividad y petulancia. Para mí, ese bárbaro comportamiento de las élites de este país reunidas en la plaza de toros debe considerarse simple y llanamente como complicidad ante el horror.

He escuchado argumentos de personas protaurinas como que los toros solo son criados por su bravura durante la corrida y que la abolición de esto significaría la pérdida de una especie de animales única, otros, en medio de pensamientos de corte religioso, dicen que el toreo es una lucha entre el bien y el mal; eso sí, con los papeles invertidos, ya que ellos ven al toro como la representación de la maldad en la tierra, cuando claramente es su verdugo de dos patas y traje de luces quien debe y tiene que llevar ese rótulo.

Claro, el hombre cría animales de todo tipo con el único fin de sacrificarlos para luego consumirlos. Ese es uno de los argumentos más escuchados en las discusiones que se sostienen alrededor de este tema; eso es verdad, pero lastimosamente la necesidad de alimentación supone estas prácticas que, aunque discutibles, son necesarias para el hombre. Pero es la tortura, exposición y trato que se le da al toro en el ruedo lo que es en todo sentido horripilante; el simple hecho de ver a un animal asustado ante el bullicio de la multitud, mareado por la pérdida de sangre, desconcertado a causa del ayuno al que ha sido sometido por días enteros y humillado hasta más no poder son razones suficientes para decir que esta práctica tiene que prohibirse en una sociedad que se dice inteligente y avanzada.

Breve crónica de una corrida

Una corrida de toros se divide en tres macabras partes o tercios. La primera es llamada tercio de varas. Aquí es cuando ingresan los toreros y banderilleros para realizar pases y también a observar el “comportamiento del toro”, mientras este es lastimado en muchas ocasiones con una lanza puntiaguda que lleva en las manos un personaje que monta un caballo (también objeto de maltrato). Aunque esta iniciación es vista por los aficionados como una práctica que mide lo bravo del animal, es en verdad el comienzo de la tortura; aquí el toro pierde sangre que lo comienza a desorientar haciendo más fácil el trabajo para los sujetos que entrarán más adelante a brindar a los asistentes una faena de dolor y muerte.

La segunda parte se denomina tercio de banderillas. En esta ingresan tres banderilleros, cada uno con dos lanzas de metal adornadas con colores llamativos para incrustárselas al animal en un punto particular de su lomo donde se cortan nervios y tendones que lo hacen más débil, y así el “valiente torero” puede lucirse ante el público.

El tridente del horror finaliza con el tercio de muerte, etapa en la que ingresa el verdugo con una filosa espada en una mano y una capa roja en la otra para disponerse a matar. A partir de este momento, al toro le quedan 15 minutos de vida, es decir, el nefasto personaje de reducido y luminoso traje tiene todavía todo ese tiempo para seguir torturando a un animal, ya exhausto y empapado en su propia sangre, para después finiquitar esa faena terrible con una puñalada profunda en medio de los hombros del toro hasta llegar a su corazón.

Cuando la “estocada final” no se logra, el animal muge con gritos ensordecedores evidenciando el dolor al que ha sido expuesto; entonces, el matador en medio de las rechiflas del público insatisfecho por su actuación, alista un pequeño cuchillo para perforar la espina dorsal del toro paralizándolo por completo. En esta acción el toro aparentemente ha muerto, pero en realidad le ha sido desconectado el cerebro de sus músculos por lo que no se moverá más, aunque todavía sigue vivo, soportando la agonía de la muerte que le llegará lenta y cruelmente mientras es arrastrado por el ruedo bajo el sonido de los aplausos.

El torero es alabado, es aplaudido y premiado con partes del toro, todo por haber brindado media hora de tortura, humillación y dolor a un animal obligado a morir para el regocijo de algunos.

¡Qué vivan los toros, pero vivos!

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