Con Duque llegó el momento de la gran reconstrucción nacional

Con Duque llegó el momento de la gran reconstrucción nacional

El presidente merece nuestro apoyo, siendo deber de todos los habitantes hacer un esfuerzo para reeducarnos en principios y valores que trasciendan

Por: carlos alberto ramírez cardona
diciembre 12, 2018
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Con Duque llegó el momento de la gran reconstrucción nacional
Foto: Presidencia

Una de la más grandes crisis históricas por las que atraviesa nuestro país es la falta de credibilidad en nuestras instituciones democráticas e irrespeto y desdén por los más sagrados valores axiológicos. Sigo pensando que el tan cacareado y “fallido” proceso de paz y su falsa pedagogía de la impunidad, abierta y descarada, sirvió como formidable acicate para burlar, aún más y con total descaro y desparpajo, la autoridad y el Estado de derecho, creando una nueva conciencia en las gentes de que "el crimen sí paga”, que "entre mayores sean mis delitos, más bondadosamente y flexiblemente seré tratado”, “que el Estado es cobarde, falto de dignidad y autoridad”, “que debo enriquecerme de manera vertiginosa y sin escrúpulos de lo público”. Esta última premisa parece ser el diabólico paradigma de las instituciones y ramas del poder público, sin dignidad, que están llenas de filibusteros y corsarios sin moral, saqueadores del presupuesto nacional. Sin embargo, tampoco podemos dejar de lado a los medios y a la prensa, alcahuetes, hipócritas corrompidos, sin moral, que han producido un bajonazo del ideal, del alma nacional, de la concepción pura y altruista de Meta-Estado, sumiéndonos en la negación y desesperanza, desazón e incertidumbre.

Por otro lado, existe un cisma moral, una pandemia, de la que no escapa ningún ciudadano en cualquier rincón de la patria: nadie cree en sus gobernantes, ni en los entes públicos. Además, no se escapan ni las fuerzas armadas, el clero y la gran prensa, esta última sobre todo y en quien recae una mayor responsabilidad, por no haberse erigido como el faro, el norte, la luz en la oscuridad y la turbulencia para iluminar el camino de los colombianos.

Ahora bien, nuestro presidente libra una batalla desigual contra las viejas y odiosas prácticas de hacer política, sin estímulos, apelando solo al interés por la patria, las necesidades de las regiones y la conciencia de los legisladores, quienes a media máquina y adormilados no se observan muy convencidos. Los continuos escándalos de corrupción en todas las esferas de lo público son como letales cargas de profundidad que despedazan el acorazado nacional, ¡nadie cree en nada, ni en nadie!

Pero eso no es todo, a este estado de desazón, angustia y desesperanza se le suman los enemigos abiertos, pero más son los solapados que desinforman, crean caos, propenden y apoyan paros, ejecutando planes y protervas acciones a futuro. Mientras tanto, el presidente sigue tranquilo, decente, flemático, ordenado, ponderado y demócrata, gobierna con pulso sereno, sin desbordes, sin dejarse provocar, conciliando y construyendo, no destruyendo o polarizando, aún más los bandos en conflicto. Solo por ello, y por garantizar la paz y la concordia en momentos tan difíciles, merece nuestro apoyo, siendo el deber de todos los habitantes de nuestra gran nación hacer nuestro mejor esfuerzo y reeducarnos si es preciso en principios y valores que trasciendan el ámbito material y consumista.

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