Cómo volver a imaginar la Tierra de Promisión

Cómo volver a imaginar la Tierra de Promisión

El Huila está nublado por la desesperanza y cuenta con una tenue luz que se vislumbra en una débil sociedad civil que tiene que enfrentarse de manera hostil a la indiferencia

Por: Juan Perez Trujillo
septiembre 11, 2019
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Cómo volver a imaginar la Tierra de Promisión
Foto: Alcaldía de Neiva

Soy un grávido río, y a la luz meridiana

ruedo bajo los ámbitos reflejando el paisaje;

y en el hondo murmullo de mi audaz oleaje

se oye la voz solemne de la selva lejana.

 

Estos son los versos con los que José Eustacio Rivera, el huilense más universal de la historia, daba inicio a la colección de sonetos: Tierra de Promisión. Dicho poema es una clara intención de aquella búsqueda identitaria en la que Rivera elegía al gran río Magdalena como la perfecta analogía para manifestar aquella íntima relación con el paisaje de su territorio en el que nació, jugó, creció y quizás imagino.

Para la RAE la palabra imaginar hace referencia a “inventar o crear algo” desde dicho significado y situándolo en el contexto histórico, cultural y político del Huila, sería preciso preguntarnos: ¿de qué forma imaginamos nuestro territorio?, ¿qué estamos haciendo para crear o preservar nuestra identidad cultural?, ¿cuál es nuestra visión de futuro común?

Dichas preguntas dada su complejidad no buscan ser respondidas en este artículo, pero si comprenden una guía para situar esta reflexión. Para empezar, hay que analizar el contexto histórico, el cual en el relato de la creación del departamento del Huila sirve para comprender parte de lo que ahora ocurre en muchos escenarios.

En el año (1905) creado desde el imaginario político de la asamblea Nacional Constituyente, nacía el departamento de Neiva, quien más tarde pasaría a denominarse Huila. En estos 114 años de creación, hemos sido testigos de diversos conflictos que han determinado las vidas de todas las generaciones, cabe destacar que como sucede en todo Colombia, ninguna de las personas que viven o hemos vivido en el Huila, hemos conocido dicho lugar sin las consecuencias del conflicto armado. Además de este factor, que ha sido determinante, a lo largo de la historia de este territorio ha existido una problemática relacionada con la ausencia de una identidad común, que pudiese permitir la construcción de un proyecto cultural, social y por consiguiente político, que trabajase en pro del Bien Común de su ciudadanía.

Para nadie es un secreto que en el Huila la herencia colonial ha determinado el imaginario sobre la política, la cual ha dejado de ser un conjunto de estrategias para deliberar sobre nuestras necesidades comunes, para pasar a ser una herramienta de concentración de poder, conveniencia individual, utilizada por una clase privilegiada que a través de la corrupción ha logrado sostener sus privilegios, mientras el resto de ciudadanía naufraga en la desigualdad.

Desde ese imaginario en el cual la política se relaciona con corrupción, la historia del Huila denegó a su propio pueblo la posibilidad de imaginar y construir un futuro de gobernanza, equidad, derechos sociales y justicia social. No obstante, es tal el grado de opresión que estos discursos omiten del optimismo, con el argumentar que es imposible el cambio, porque ¡esto siempre será así!, una clara negación de lo humano, dado que esta condición esta relacionada con el poder transformar para mejorar.

En este último aspecto, es preciso ahondar con una clara relación con lo que se respira en el Huila. Un territorio inmensamente nublado por una desesperanza claramente asistida, orquestada y con una tenue luz que se vislumbra en una débil sociedad civil que tiene que enfrentarse de manera hostil a la indiferencia y a reconocerse en minoría. Esto último es clave en el ejercicio de transformación social. Toda sociedad civil debe ser consciente de la cantidad de obstáculos para el cambio, pero nunca debe sentirse debilitada.

En todo territorio que toma el buen vivir como eje de su visión de futuro, comprende que dicho imaginario está totalmente relacionado con los procesos de cambio. En este sentido es necesario separarlo del ejercicio político tradicional, para gestionarlo desde la sociedad civil. De hecho en el caso del Huila, esto último sería el primer ejercicio de empoderamiento y por consiguiente de coherencia, dadas las exigencias de legitimidad y ética que debe tener todo tejido social.

Pensar que no hay alternativas es pensar también que no hay injusticias, dado que estas mismas coexisten con la realidad del cambio. Es posible que exista miedo, pero siempre hay que mantener la esperanza, la de crear un territorio de buen vivir, de paz con justicia social y ambiental, y que tenga la mayor expresión de amor de quienes le habitan, es decir; ser cuidada e imaginada.

 

Y después, remansado bajo plácidas frondas,

purifico mis aguas esperando una estrella

que vendrá de los cielos a bogar en mis ondas.

 ***

Jose Eustacio Rivera.

Tierra de Promisión. 1921.

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