Cómo es ser amigo de un narco de 20 años

Cómo es ser amigo de un narco de 20 años

Al principio es deslumbrante estar rodeado de tanto lujo y dinero. Sin embargo, la cosa se torna oscura y hasta peligrosa después

Por: Carlos A.F.
enero 11, 2019
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Cómo es ser amigo de un narco de 20 años
Foto: Pixabay

Soy un estudiante universitario de 22 años, desde joven siempre he sido independiente económicamente. Vivo con mi familia de clase media en una ciudad de Colombia y hace un par de años por medio de unos primos que son de clase alta, pues mi tío es un empresario próspero de la región y vive en unos de los sitios más exclusivos de la ciudad, conocí a quien hasta hace unos meses era un gran amigo mío: Mario. Él es un pelado de 20 años, que cuando lo conocí en un cumpleaños de mis primos tenía tan solo 18 años.

Ese día mis primos decidieron hacer una fiesta con whisky y amigas. Llegué tipo diez de la noche a la fiesta, aunque ellos estaban desde las cinco de la tarde tomando. Ya estaban borrachos y metidos en la piscina. Querían seguir tomando, así que me pidieron el favor de traer más trago, ya que era el único sobrio del grupo. Mario me dijo "llévese mi carro y me dio quinientos mil pesos para comprar el trago". El vehículo era una camioneta de cuatrocientos millones blindada. Me causó mucha curiosidad saber quién era ese pelado con acento de pueblo y, como si me conociera hace muchos años, me hubiera soltado un vehículo de ese valor.

Después de ese día no lo volví a ver, hasta que después de unos meses mis primos me dijeron que habían asesinado al papa de Mario. Les pregunté el motivo y ellos me contaron que el papá era un narcotraficante de una región del país, al que habían ultimado en una ciudad fronteriza con más de 24 disparos. Con mis dotes de curiosidad investigué y encontré la noticia del asesinato. En el mismo diario se confirmaba que la víctima tenía antecedentes por tráfico de estupefacientes.

Transcurrieron unos ocho meses después del cumpleaños y no supe más de Mario hasta que un día me encontraba en una de las discotecas más reconocidas de la ciudad con unos amigos y se me acercó un hombre robusto con un carriel cruzado. Me cogió del hombro y me dijo: "amigo, lo llama Mario". Yo quedé desconcertado pues no sabía a quién se refería. Le dije "hermano, está equivocado". Él me dijo "no, parcero, es usted, acompáñeme". Cuando vi a Mario de una vez me acordé, le sonreí y le di un abrazo. Me invitó un par de cervezas, hablamos de todo y me dijo que se había ido de la ciudad. No le pregunté los motivos, pues ya sabía cuáles eran.

Ese día él estaba acompañado de cinco mujeres de la misma edad de nosotros y un escolta. Nos tomamos un par de cervezas y yo le invité una botella de aguardiente. Le pedí el número y quedamos en contacto. Creo que fue un error para mí pues desperdicié un año de mi vida. A los pocos días recibí una llamada de Mario invitándome a unas discoteca. De ahí en adelante salía con él tres o cuatro días a la semana. Íbamos a las mejores discotecas de la ciudad, con las mejores mujeres, que nunca faltaban, pues andábamos en dos camionetas blindadas y con dinero para gastar.

Siempre andaba él, dos escoltas, otro amigo de nosotros y yo. Las borracheras las terminábamos en una finca de lujo, cercana a la ciudad, con piscina, sauna, turco, camas, que solo tenía para las fiestas orgías interminables. Ese año no iba a estudiar casi, ya estando en los últimos años de mi carrera. Mi mamá estaba preocupada pues se daba cuenta cómo llegaba. No me importaba nada, pues tenía lo que cualquier hombre de mi edad quería: mujeres, alcohol, fiesta y carros de lujo. Solo era decirle a Mario y el fajo de billetes aparecía. Nunca nos contaba sobre los negocios ni sobre la muerte de su papá, solo cuando estaba borracho se le escapaban unas palabras, como la vez que me dijo que había coronado un viaje de 12.500 millones de pesos que le quedaban libres. Yo solo hacía cuentas que eso no lo gastaba ni en cinco años.

Las mujeres no nos hacían falta, pues era llegar a una discoteca e invitarles una botella de whisky o champaña y esperarlas cuando veían las camionetas, simplemente querían seguir la rumba. Así ellas nos presentaban más amigas y más. Como somos jóvenes, de 20 y 24 años, no pagábamos por sexo, simplemente pagamos las fiestas.

Una vez nos fuimos para Cartagena y alquilamos un hotel para nosotros, un hotel de 3 estrellas, de unas diez habitaciones. Duramos cinco días enfiestados, fue una locura. Ese fue un año de fiestas desenfrenadas. Sin embargo, al ver lo mal que me había ido en la universidad decidí ponerle un freno a las fiestas. Trataba de evadirlo cuando me llamaba para salir a enfiestarnos un martes o un miércoles porque sabía que íbamos a durar dos o tres días.

Además, más de una vez hubo problemas, estuve en tres tiroteos porque personas ajenas trataban de buscarnos problemas o se colaban en nuestras fiestas. Ahí fue cuando decidí parar y salir simplemente cada 15 días, lo que a Mario no le gustó. En la última fiesta que hicimos solo trataba de mandarme como si fuera un subalterno, así que decidí marcharme y dejar de hablar con él, pues se había convertido en un megalómano. Andaba con cinco escoltas en las discotecas de la ciudad y se creía Pablo Escobar. Simplemente corté la amistad, al igual que el otro amigo, pues estaba en problemas con la familia y con sus estudios, sin contar con que también se había convertido en un drogodependiente.

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