Colombia y su trastorno de prioridades

Colombia y su trastorno de prioridades

Le falla tremendamente el sentido común porque nunca se ha educado para meditar sobre la resaca sino a pensar en la próxima borrachera

Por: Fabian Camilo Doncel
diciembre 10, 2018
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Colombia y su trastorno de prioridades

Colombia despierta cada mañana con la esperanza de que las noticias malas del día pasado no sean más que el producto de un malestar digestivo o un consumo desmedido de licor. En un día normal, justo al levantarse, escucha que dos testigos clave de un reconocido caso de corrupción están muertos, coincidiendo en que ambos estaban vivos un poco antes de su fallecimiento, según indica la seria y detallada investigación de la Fiscalía. A Colombia no le interesa saber si tiene sentido lo que escucha, si es cierto o si es falso, porque siempre tiene mejores cosas que pensar. Colombia no ha terminado de ducharse cuando escucha a los vecinos decir que en su casa pagan los servicios públicos de un país de primer nivel, aunque vivan como marginales, pero a Colombia eso no le importa porque Colombia es un adolescente digno y despreocupado por esos pequeños problemas que nunca llegarán a su mesa.

Justo antes de salir de su casa, Colombia piensa si será mejor quedarse en su vivienda porque las noticias le acaban de informar que una multitud de desadaptados universitarios encapuchados amenazó con salir a detener el tráfico, a reventar la propiedad pública y lanzar arengas en la calle. Colombia se molesta, se indigna y se enfurece porque no se puede permitir que la gente haga lo que se le dé la gana, al menos no en la democracia más antigua del continente, y justo el día que debe que ir a pagar las cuotas del Icetex, que le han costado ya tres veces lo que le costaba la carrera universitaria que con tanto orgullo exhibe como una prueba concreta de lo que es un ciudadano trabajador y cumplidor de la ley. Colombia no se molesta en averiguar las razones por las que un grupo de personas sale a marchar porque dentro de sí misma ya juzgó a todos los marchantes locales desde su pedestal. Ya quisiera Colombia que fuéramos como Francia, donde los buenos ciudadanos salen a defender sus derechos y no el cardumen de pulgosos indeseados que piden todo gratis en su bien amada república.

Colombia considera que la corrupción es uno de los grandes dolores de la patria, pero le cuesta comprender la diferencia entre veinte millones de pesos y cincuenta millones de dólares, a fin de cuentas, Colombia es un individuo que se inclina más por la farándula y las emociones que por las matemáticas y los hechos. Colombia pide justicia según su conveniencia y sus filiaciones políticas e ideológicas porque sus posiciones están rígidamente delimitadas de tal forma que el castigo debe ir para todos y cada uno de sus opositores, puesto que tener una ideología diferente es —per se— una prueba irrefutable de su culpabilidad. Para Colombia su punto de vista es una verdad absoluta y los puntos de vista de los demás no son más que comentarios sueltos de un chirrinchero local. Colombia es una gran audiencia que mira el mundo a través de una pantalla y sigue la vida de las celebridades porque le cuesta vivir la propia vida con las prioridades trastornadas.

En un día normal, Colombia también se monta en TransMilenio, maldice al TransMilenio, se baja a empujones de TransMilenio, maldice por segunda vez al TransMilenio, odia la contaminación del TransMilenio, maldice nuevamente al TransMilenio, le parece altísimo el costo de TransMilenio con sus baldosas rotas y vuelve a rellenar de madres al TransMilenio, y así hasta que llega a su destino; y cuando viene el momento de votar elige al que le ofrece más TransMilenio y a quien le promete reducir la renta corporativa pensando con toda la ingenuidad del mundo que eso significa bajar los impuestos.

Colombia, en fin, admira lo limpias que son las calles en Europa, su cultura cosmopolita, la paciencia, benignidad y tolerancia de su gente, pero está empeñada en ser lo contrario. A Colombia le falla tremendamente el sentido común porque nunca se ha educado para meditar sobre la resaca sino a pensar en la próxima borrachera. Colombia despierta cada mañana con la esperanza de que las noticias malas del día pasado no sean más que el producto de un malestar digestivo o un consumo desmedido de licor y lo único que encuentra despierto a su lado es un guayabo nacional.

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