Colombia, ¿país de estudiantes incomprendidos o desahuciados?

Colombia, ¿país de estudiantes incomprendidos o desahuciados?

Por: Víctor Bustamante
octubre 14, 2013
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Un nuevo tipo de alumno merodea por las aulas de los colegios, cuando digo merodea no es algo peyorativo porque cuando está en las aulas sueña con salir lo más pronto posible de ellas: es desinteresado en el estudio, para él no vale ningún tipo de política estatal, ninguna presencia de los maestros, menos ningún tipo de acompañamiento familiar. El humanismo que lucha por lograr personas decentes en colegiales como él, queda definido como un lastre. Se ha criado de una manera anodina, sujeto a sus caprichos; es el nuevo estudiante, aunque no lo es. No le interesan los deberes ni los derechos, perdón, si le interesan estos últimos, cuando le convienen y puede pasar con toda tranquilidad por encima del que sea. No se acomoda al masacrado ideal del estudio como utopía dictada por el antiguo precepto educativo; este pasa por sobre su mirada y ni se da cuenta. Pero sería injusto al decir que no le atañe nada, porque si le interesa algo: soñar con tener el último celular, pensar que la tecnología es su paraíso como artificio, y vivir conectado a sus auriculares es su redención. En síntesis, ya ha sido consumido por el consumismo y la apariencia de felicidad por acceder a la tecnología no como medio de aprender sino como la moda que en última instancia lo devora. Ya presiente dentro de su urgencia, a la cual le agregamos la desfachatez intelectual, que ningún futuro le espera sino poblar como los otros miles de muchachos que habitan y rodean ese cinturón agrio, y sin perspectivas, las ciudades, donde parecen invisibles al Estado. Ya que solo son noticia cuando forman sus combos o cuando hacen ruido con las barras bravas. Ese es el mundo heredado con sus iconos más cercanos. Ellos sospechan que la solución no es el estudio; este es muy demorado para sus urgencias económicas.
Este tipo de estudiante no es ningún estudiante, sino un ser que va a las aulas con su eterna pasividad, a pasar aburrido el horario de clases y continuar para lo que ha sido criado. Mejor decirlo de una vez, malcriado, desde las esferas fundamentales de la sociedad: a nada. Es decir, a establecer su presencia sin importarle el otro ni a respetar el concepto de inclusión. Muchas veces proviene de una familia normal, o posee problemas de otro tipo como la destrucción de su ámbito familiar; ambas situaciones le sirven como excusa. La sociedad le ha brindado su protección, con lo mínimo es cierto, leyes que lo preservan de sus impertinencias, un exiguo de educación gratuita y por supuesto sabe que ese manto de leyes le garantiza impunidad a muchos de sus actos. En el colegio se sociabiliza, está en contacto con jóvenes de su edad y puede iniciar el camino al aprendizaje, pero no, a él no le importa ni aprender ni socializarse sino ser él, tampoco la sociedad, la misma familia y el colegio le interesan. Pero es mejor tenerlo allí en las aulas a que esté en las calles donde cualquier desliz se le cobrará caro; esa es la experiencia a la cual se le tiene miedo: que desemboque en lo que ya se prevé: la delincuencia. Ahí también ocurre un fenómeno peculiar, y es la transición de la escuela como portadora del conocimiento y los valores a la que adquiere, con la presión social, y ya en los umbrales, el matiz de reformatorio.
Este alumno disuelto por los medios que lo sacian con un mundo feliz y anodino, pasa horas y horas sin hacer absolutamente nada, para él el progreso no existe por vías del estudio, a lo mejor sospecha que es una anestesia. Ahí reposa soñoliento en su silla durante la clase, porque ha perdido algo fundamental, los riesgos, la curiosidad y los retos; es más, no tiene preguntas de ninguna clase. Para él el estudio es algo que la misma sociedad le enseña desde diversas esferas como algo pasado de moda. Recordemos que este tipo de estudiantes solo tiene un norte: lo que sea novedad, así sea cualquier tontería que la cultura del entretenimiento le arroje para pertenecer a algo y que le estabilice su eterno presente. Su juicio de valor, si es que tiene, anda en la medida de sus pequeñas peculiaridades y caprichos de un mundo estrecho.
Su prototipo es aquel que entra al salón a aburrirse, a no realizar ninguna tarea, a buscar las clásicas disculpas del ausente, a mentir y a justificarse en todo momento. Este tipo de alumnos nunca fue previsto ni por Piaget, ni por ningún tipo de pedagogo clásico, o moderno. Aurelio o Savater nunca encontraron la fórmula de acercamiento a ellos, sino que idealizaron la juventud. Estos pedagogos idearon sus teorías con estudiantes de una manera ilusoria: solo aquellos que querían aprender. Pero no, la realidad dentro del aula de clase es distinta. Además a sus padres tampoco les interesa tenerlos cerca, porque también mienten cuando son citados, solo pretenden que este tipo de estudiante que no es estudiante sea alejado de su presencia y se vaya a cualquier colegio. Al fin y al cabo es para ellos, como hijo, una pesada y aburridora carga. Por eso desean que pase en cualquier institución educativa el mayor tiempo con tal de no tenerlo en su presencia. Es una nueva opción para la familia y para él, que el colegio y el sistema educativo le dé lo que nadie le brinda, y que tampoco al alumno le interesa, estudiar y socializarse con personas de su edad. Pero a veces asiste de una manera devota a las aulas o cuando asiste a pasar el tiempo, así no entregue nunca talleres y tareas porque esas instancias del aprendizaje nunca las ve en el Facebook ni en el chat y su espíritu prosigue divagando en las estratosferas, y en la necesidad de consumir para no sentirse fuera de la órbita de la publicidad que es su religión más a la mano. Ese mundo ilusorio, donde no existe la extrema pobreza de la realidad y de la desesperanza.
Cualquier análisis de su temperamento arroja personas normales sin ningún desequilibrio psíquico, pero de nada le valen las llamadas recomendaciones de los profesores porque se burla de ellos, menos le interesan las anotaciones en sus hojas de vida para saber su desarrollo, su nivel de aprendizaje y su mejora de la conciencia ante lo demás. Todo lo desmiente con la misma estolidez con que soluciona el mundo que le ofrece su redención, y él no acepta, porque se cree un incomprendido.
Este nuevo tipo de estudiante, que no es estudiante, está abrigado en su propio yo y ha desechado a la sociedad que lo rodea, es el egoísmo total, es la anomia total. Las reuniones con los psicólogos son sujeto de su desconfianza. Con una palabra desechan este tipo de ayuda cuando afirman que no están locos. Es decir, indirectamente, como siempre le echan la culpa a los demás, y lo grave es que muchos profesores aceptan esta disculpa y viven un continuo aplazamiento de esa socialización que nunca vendrá. Los demás tienen el error de su pensar anodino, de su encierro en sí mismos, del no querer estudiar ni saber nada en absoluto. O si saben algo, su nueva religión es el futbol.
Tampoco es un rebelde, porque no posee discurso para sostenerse, solo su palabrería vana. Cuando se le habla de tolerancia es intolerante. Esta clase de alumno tiene todas las garantías y se burla de ellas. Es más, está protegido por algo que sí ha aprendido cuando le conviene, el libre desarrollo de la personalidad. En esta se puede excusar porque si bien puede convivir con la muerte, acceder al mundo del sexo, al mundo de la violencia, al mundo de las drogas sin ninguna cortapisa, sus distractores principales, también pueden irse de las aulas, al fin y al cabo, lo escrito en la Constitución sobre el libre desarrollo de la personalidad también lo puede cobijar a él. En síntesis, este tipo de alumnos, no quieren estudiar y buscar otros caminos, y esa es su opción de vida garantizada ya que no se puede obligar al estudio desde ninguna óptica.
A ese tipo de estudiantes nos tenemos que enfrentar, no le interesan los caminos del conocimiento. Y cuando digo enfrentar, me refiero al nuevo tipo de alumno que se ha ido incubando con leyes tardías, lentas de entender y que no se cumplen. Este prototipo de estudiante piensa que la libertad es el magro horizonte que avizora en su caprichoso universo de pasividad. A él todas las leyes lo protegen y más en el colegio ideado con normas por especialistas que nunca han enseñado en un aula de clases. Los deberes y derechos no le interesan sino cuando puede sacar provecho de todo y de todos como siempre hace; si tiene familia malo sino no la tiene igual.
Este es el alumno de la masificación, del alto voltaje de los colegios. Aquel al que le dimos la mayoría de edad sin merecerla, aquel que con sus escasos quince años sobrepasa a los compañeros de aula, porque también en muchos casos ha repetido varios años de una manera cíclica y pasiva sin importarle ser un perdedor. Piensa que ha accedido al mundo de los adultos pero en los terrenos de la facilidad no de las responsabilidades.
Este estudiante que sabe lo que es la inclusión y la tolerancia, se mofa de los demás alumnos, y más si son excelentes estudiantes, aquí se presenta una fractura ética porque le molesta el triunfo del otro, la dedicación del otro. En el aula de clases no le importa ganar o perder solo vegetar; creo que a esa inercia lo moldeó el estado actual de cosas, al saber que de todas maneras pasará al otro grado. Miente a sus padres y maestros porque son lo más próximos al concepto de autoridad. Es el estudiante de la masificación per se. Cuántos análisis y regodeos tienen todos los municipios para exhibir, para decir que allí todo mundo estudia y no hay desescolarización. Pero ya sabemos el truco, hablan de cantidad no de calidad para que el analfabetismo educativo y cultural persista desde otro ángulo, y lo peor, sin remedio a la vista, a no ser alguna reglamentación improvisada.
Lo que no se dice es que los colegios se han convertido en reformatorios, que el maestro asume nuevas responsabilidades con este tipo de alumnos que no quieren aprender, que cuando, desertan es porque no les interesa el estudio y el respeto a los demás. Al bajarle sociedad su perfil de responsabilidades y darles todo en sus manos, lo desecha de la misma manera en que se le otorga algunos pasos para su desarrollo personal. Este es el tipo que estudiante que hemos creado. El que va a los salones a estorbar y a hacer la vida imposible a sus compañeros y a los profesores, el que tiene llena de anotaciones su hoja de vida y se desinteresa de ello. Ya sabe que nada le ocurrirá que la educación ha sido tomada por la burocracia con su infinitud de papeleo sin soluciones.
Esta es la masificación en el nuevo rol de los colegios, entre comillas, proteger a los adolescentes, cuando están permeados por la miseria, por el mundo de la mafia con su dinero fácil, y el de la necesidad de apariencia fijado por la estolidez de los medios masivos, sobre todo a los que más tienen acceso la tele y a Internet.
La actual definición de escuela no tiene nada que ofrecerle porque él no capta ni acepta los manuales de convivencia ni ningún tipo de código. Es el nuevo ser de espíritu primitivo y pobre que merodea en nuestras aulas. De tal manera aparece una pregunta: ¿A quién educamos cuando se educa sin educar? La respuesta es breve, el rol del colegio ha cambiado porque en la heterogeneidad la vulgaridad se impone.
A veces se dice que ellos son muy “vivos y astutos”, sí, pero para la mediocridad, para su eterna adolescencia de la nada no como pregunta sino con un horizonte magro del cual no salen, porque habitan las esferas de la estupidez certificada. A ellos, sí, a ellos le enseñamos a mentir porque los soportamos en el aula y no hay manual de convivencia que los cuestione, pero ahí seguirán dándoselas de personas incomprendidas sin discurso y nivelados por lo bajo como símbolos de la barbarie en un momento donde se pretende que la educación pertenezca al ámbito común de los ciudadanos.
¿Qué tipo de maestros necesitan estos estudiantes? Si les puede más la curiosidad de la calle o habitar el instante sin riesgo o pasar sin pena ni gloria frente a la pantalla del computador. Les hemos bajado la edad para votar, sobre todo para consumir, las responsabilidades. Hemos definido un nuevo tipo de libertad y ellos la han tomado, pero a la hora de los deberes y de la disciplina ya saben lo que habita el mundo de los mayores donde han llegado sin pena ni gloria, nunca después de un proceso de conocimiento y experiencia de vida.
¿Qué hacer para sacar del ostracismo a este tipo de estudiantes? ¿Soportarlos en el aula mientras interrumpen el proceso de otros estudiantes y sirven de mal ejemplo? ¿Buscar estrategias para su entretenimiento hasta que al final de año sean perdedores como se avizora desde ya?
Hay tantas clasificaciones sobre los estudiantes, a veces buenos y malos, disciplinados o indisciplinados, inteligencias múltiples, hiperactivos y un largo etcétera: todas obedecen a categorías arbitrarias, pero ahora aparece uno a quien no le interesa estudiar, ha desechado esa idea de insertarse en la sociedad. Seguir manteniéndolos así es mentirles a ellos y mentir a nosotros mismos, y enseñarles la cultura de la simulación.
No debería interesar solo las cifras, montones, masificación, si hay que mirar primero la peculiaridad de cada persona, con toda la carga emocional, que trae a cada institución proveniente de estos mundos marginales que son tan paralelos a otros, que no les interesa el proceso de superación vía estudio, sino que exige una redefinición de qué significa la escuela para ellos. Nunca se lo hemos preguntado, pero es la única tabla de salvación que poseen. Esta nueva clase de alumnos provenientes de las pantallas de los computadores, de los inicios de experiencias con las drogas, del sexo sin seducción, donde la muerte pierde su hálito sagrado, pasan la mayor parte del tiempo solitarios en casas vacías, sin darse cuenta de su estado, son repitentes, pasados de edad en los salones, mentirosos e irredentos cuando se les dice algo por minúsculo que sea, también han adquirido otras experiencias de vida en la calle que los hace perder toda curiosidad en los colegios y que les ha emparejado la edad a la de los adultos. Además son analfabetas en medio de un momento histórico donde tienen acceso a la cultura. ¿Serán adolescentes incomprendidos o desahuciados?

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