¿Colombia la más educada de América Latina en 10 años?

¿Colombia la más educada de América Latina en 10 años?

Primero hay que preguntarse por las prácticas educativas que han permitido a las comunidades educarse a sí mismas

Por: John Jairo Cárdenas Herrera
octubre 22, 2015
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¿Colombia la más educada de América Latina en 10 años?

“En diez años Colombia debe ser la más educada de Latinoamérica”, tal fue el pronunciamiento del presidente Juanpa el año pasado y tal afirmación se ha convertido en brújula de la política pública del Ministerio de Educación, pero… ¿cómo se alcanza tal cosa? Pues, según la ministra Gina Parody, en representación del Gobierno Nacional, tal objetivo se logra a partir de tres líneas de acción: calidad, cobertura y excelencia docente (“‘En diez años, ser maestro será lo más taquillero,’” 2014).

¿Hacer de Colombia la más educada?, ¿qué significa esto? Para el gobierno de Santos, y esto no es un fenómeno exclusivo de esta administración, sino que es una percepción de los gobernantes colombianos desde el siglo XIX, la educación es un proceso de transmisión de conocimientos o de adquisición de competencias que tienen lugar en el marco de la escuela, pero… ¿es la escuela el mejor espacio para educarse? Mi hipótesis de trabajo –que es objeto de una investigación histórica de larga duración, que pretende estudiar y analizar las formas en las que la población se educaba en el marco del proceso de transición de colonia a república- es que no, no es la escuela, ni el único ni el mejor escenario en el que el proceso educativo tiene lugar.

Para desarrollar la hipótesis anterior es necesario acercarse a la vida cotidiana y preguntarse ¿cómo se educa la gente? O mejor ¿cómo es que la gente se ha educado a lo largo de nuestra historia? La respuesta a estas preguntas pasa por el acceso a registros que del pasado nos quedan y dan cuenta de la vida cotidiana, en este caso de las prácticas educativas que la gente seguía: diarios, correspondencia, informes de funcionarios, cuadros de costumbres, prensa, tradición oral, entre algunos de los más representativos.

Pero volvamos un momento a la política pública del Ministerio de Educación de la Colombia actual: para los tecnócratas de esta cartera la calidad, la cobertura y la excelencia docente son procesos que están escindidos y responden a lógicas diferentes, son como etapas lineales en la lucha por la calidad (que es un concepto trasplantado de las ciencias económicas al campo social, y al que valdría la pena hacerle un análisis genealógico para acceder al campo de emergencia en el que surge como meta-categoría de la política pública en educación); así, la primera etapa sería la infraestructura de la escuela, luego la cobertura de la población en edad escolar y finalmente la preocupación por la calidad, esta última asociada de forma directa con la excelencia docente. Este modelo, que podría parecer lógico e innovador, es el que se ha seguido, con relativo éxito, en la administración bogotana de los últimos 20 años, y que el Ministerio de Educación, de forma miope, pretende trasplantar a todo el país, desconociendo las particularidades regionales y el abismo que existe entre las condiciones socioeconómicas y culturales de Bogotá y la Colombia rural.

Ahora pasemos, de nuevo, a la investigación que propongo sobre las prácticas educativas en el proceso de transición de colonia a república, y es que si el anterior diagnóstico aplica para la Colombia de hoy, sí que lo hace para la Colombia decimonónica (cuando la gran mayoría de la población, más de la tercera parte, vivía en la ruralidad). Es decir, la forma en que la gente se educa en la ciudad no es la misma de la zona rural, aún más, dentro de la misma ciudad la escuela no es el mejor ni el único lugar donde el proceso educativo tiene lugar, pues al lado de la escuela, la familia, la calle, el taller, el parque, la tertulia, los cafés y otros espacios de sociabilidad fungen como los escenarios por antonomasia de la educación y son en medio de los cuales la población vive y se educa.

Educación como práctica y no como programa

A propósito, sea la oportunidad para definir lo que entiendo por educación. Entiendo la educación como el proceso mediante el cual una persona o grupo de personas acometen un conjunto de prácticas que les permiten aprehender unos saberes, fundamentales para la vida, que van desde el desarrollo de la inteligencia social y emocional (como comportarse en comunidad), pasando por el aprendizaje de un oficio, hasta el acceso a saberes ancestrales que dan cuenta de asuntos relacionados a la trascendencia e inmanencia de la vida humana. Así pues, convertir a Colombia en la más educada, no implica, necesariamente, responder a los estándares internacionales sopesados a través de exámenes comparativos que jerarquizan a las sociedades según los resultados de sus niños y jóvenes en estas pruebas. Ser la más educada sería, según nuestra definición de educación, convertirse en una sociedad que valore, sistematice, replique y haga perdurar en el tiempo las experiencias educativas significativas que tienen lugar en la vida cotidiana y que le garantizan al conglomerado social un conocimiento profundo de sus potencialidades, sus cosmovisiones, sus saberes y sus prácticas, que en última instancia responden a las preguntas: ¿Cómo hacer en el mundo?, ¿Cómo estar en el mundo?, ¿Cómo vivir en el mundo? Que son las preguntas a las que los aprendizajes realmente significativos deberían responder. Ser la más educada de Latinoamérica, debería pasar por el reconocimiento de las prácticas educativas que garantizan y viabilizan la existencia de una sociedad a través de la potenciación de los espacios de sociabilidad que ponen en circulación el aprendizaje para la vida.

Con base en lo anterior podemos afirmar que la educación no es un programa que se vale de políticas para poder ser materializado, sino que la educación es un conjunto de prácticas que garantizan la circulación de saberes fundamentales para la vida, razón por la cual es necesario indagar por las prácticas mismas para formular estrategias de consolidación de saberes probados por la experiencia en la vida cotidiana de las poblaciones, y este conjunto de saberes es, por supuesto, siempre contextual, histórica y espacialmente hablando.

Las prácticas educativas en el tránsito de colonia a la República

Como mencionábamos al comienzo la percepción de Santos sobre la educación es una herencia de las formas de gobierno colombiano que han tenido a la escuela como única respuesta al problema educativo. Llegado a esta altura del texto es importante aclarar que no considero a la escuela como un escenario irrelevante, más bien pienso que debe ser trascendido y potenciado a partir de las prácticas que las comunidades siguen para educarse, pues no siempre la innovación es invención sino aprovechamiento de los acumulados de los saberes contextuales.

Esta herencia de pensar en la escuela como única solución al problema educativo la podemos rastrear, para el caso de la historia de nuestro país, desde finales del periodo colonial, momento en el cual los conceptos ilustrados, basados en la razón, circulaban con holgura entre las elites de la Nueva Granada. Estos conceptos y prácticas ilustradas fueron potenciados por las reformas borbónicas de la segunda mitad del siglo XVIII; en este momento las necesidades económicas de la Corona fungieron como fundamento de muchas de las principales reformas que se hicieron en diversos ámbitos de la vida colonial: la organización política y territorial, el sistema fiscal, la actividad comercial y por supuesto la política educativa.

Para el caso de la América colonial, la educación criolla ha sido analizada por algunos autores desde una perspectiva tripartita, en donde el tipo de pensamiento asumido por los criollos americanos dependió del papel desempeñado por tres importantes sectores de la sociedad colonial: funcionarios de la Corona, miembros de la iglesia y los criollos. Todos ellos miembros de la elite neogranadina; en muy pocas ocasiones, por la dificultad de acceder a estos registros históricos, el foco se ha puesto sobre las prácticas a través de las cuales la población se educaba.

Entre las principales transformaciones culturales que se dieron en el contexto de las reformas borbónicas de la segunda mitad del siglo XVIII se destacaron: las reformas educativas; el desarrollo de las ciencias útiles en la Nueva Granada: botánica, química, matemáticas, biología; la apropiación de conceptos y prácticas ilustradas basados en los ideales de progreso, felicidad y naturaleza por parte de las élites criollas; proyectos ilustrados como la Expedición Botánica y las Sociedades Económicas; y la creación de Espacios de Sociabilidad como periódicos, tertulias y bibliotecas. Todos estos fenómenos configuran la genealogía de un conjunto de prácticas asociadas a la necesidad de poner a circular conocimientos pragmáticos que ayudaran, en ese momento, al mejor desenvolvimiento económico de la Nueva Granada en miras a unas mejores condiciones de la población (particularmente de la elite criolla, que era la que agenciaba, jalonaba todos estos procesos).

Decíamos atrás que el escuela-centrismo de la administración Santos es una herencia, o mejor, que tiene una trayectoria que data del siglo XIX, en este punto podemos ampliar tal afirmación a partir del análisis de los lenguajes educativos de la elite criolla colonial a finales del siglo XVIII, éstos tenían como una de sus principales consignas el “sacarle los secretos a la naturaleza”, lo que implicaba concentrarse en el estudio de la biología, la botánica, la química, la física y las matemáticas, lo que determinó la política pública virreinal en materia educativa, materializada en la reforma del Plan de estudios de 1774 redactada por el criollo ilustrado Francisco Moreno y Escandón y que pretendía responder a la necesidad de mejorar el desenvolvimiento económico de la economía neogranadina (de tipo colonial) a partir de una mejor explotación del territorio y recursos de la Nueva Granada, lo que no obstante obedecía a demandas de la metrópoli (Madrid).

Ya luego de la independencia y en la intención de acelerar el proceso de secularización que implicó la construcción del proyecto republicano y la necesidad de moldear a un nuevo sujeto político: el ciudadano, que reemplazaba al vasallo colonial, implicó también innovaciones en estos tipos de lenguajes. Esta transformación de los lenguajes educativos, fue un proceso que llegó a las regiones, a las provincias, a los cantones, a los pueblos, a las villas, a las comunidades, que es donde vivía la mayoría de la población. En las regiones, ya desde la segunda mitad del siglo XVIII, se habían hecho solicitudes a la Corona, por parte de las elites locales, para el establecimiento de escuelas, pues se consideraba que la ilustración de la población era fundamental para el mejoramiento de su desenvolvimiento económico. He accedido a documentos que muestran solicitudes hechas en este periodo por representantes de las élites regionales para establecer escuelas, con lo que se puede concluir que hay un aumento de la valoración social de la educación, representada por solicitudes hechas por miembros de las comunidades regionales encaminadas al fortalecimiento de la ilustración de la población, particularmente infantil, tanto para criollos como para la población indígena. Sin embargo, la demanda por escuelas dejaba de lado las prácticas educativas cotidianas que comprenden la forma concreta en que las poblaciones se educaban en espacios de sociabilidad que habían sido desarrollados por la sociedad neogranadina desde finales del siglo XVIII y que ya en el siglo XIX habían encontrado nuevas estrategias, a partir de la difusión del asociacionismo de la primera mitad del siglo XIX

El concepto colonial de ilustración, asociado a las ciencias útiles, dio paso al concepto republicano de instrucción, asociado a la moral como complemento necesario en la formación del ciudadano, esto lo podemos observar, por ejemplo, en el Prospecto de El labrador y el artesano (Lleras, 1838) y es que un proceso latente, en los primeros años de vida republicana, fue la creación de espacios de sociabilidad en los que se intentaba formar al nuevo ciudadano. Vicente Azuero, por ejemplo –La Indicación (1822)-, estableció una clara distinción entre las asociaciones útiles y las dañinas, las primeras eran las que estaban alineadas a los fines del Estado, mientras que las segundas lo estaban a la demagogia, es decir, Azuero hizo una simbiosis analítica entre sociedad civil y Estado; diferente a lo que Lorenzo María Lleras defendía en El Labrador y Artesano (1838) en donde manifestaba su idea de que el asociacionismo era la vía para alcanzar la instrucción del pueblo permitiéndole gobernarse a sí mismo.

En esta última concepción están las investigaciones de Gilberto Loaiza (2011) y (González, 2008) para Colombia y Argentina respectivamente, en las que se abordan los espacios de sociabilidad que se crearon en ambas naciones a lo largo del siglo XIX, prestando especial atención a las asociaciones cívicas, que fueron un vector de los partidos políticos en formación, que pretendían movilizar a los sectores populares con fines electorales. En lo que respecta a la historia de la educación se debe señalar que fueron muchas las asociaciones que se fundaron en la Nueva Granada, o bien para promover la aplicación de la política pública en educación: Sociedad de Instrucción Recíproca (1831) y Sociedad de Educación Primaria (1834); o bien para vigilarla: Sociedad Didascálica de Bolívar (1828); o bien para debatirla: Institución Social y Literaria de Bogotá (1829) y Sociedad Filológica (1831). De hecho en 1828, luego del atentado contra Bolívar, se prohibieron las sociedades secretas, particularmente las relacionadas con la masonería (Zambrano, Fabio, 1990) y sólo se permitió la fundación de sociedades con fines caritativos o educativos, lo que aumentó aún más el número de esta clase de asociaciones. Pero, ¿cómo operaban estas asociaciones? ¿cuáles eran sus prácticas?. Esa es una de las principales preguntas que quisiera responder y que ayudaría a dotar a investigadores y a políticos, como la ministra Parody, de una visión más clara de lo que significa la educación como práctica y no como programa.

La lenta secularización de la sociedad, como resultado de la implementación del proyecto republicano, hizo que los lenguajes educativos de la elite se orientaran hacia la formación de ciudadanos, pero las respuestas a estos lenguajes, producidas desde las regiones fueron variopintas y merecen ser estudiadas. Para comprobar la existencia de esta multiplicidad de lenguajes, generados en el ámbito provincial, nos encontramos con un informe, que da cuenta de esta diversidad, en donde se presentan los modelos educativos que habían adoptado las comunidades de la Provincia de Bogotá en 1832. La constatación de la existencia de estos lenguajes educativos –y sus prácticas educativas asociadas-, su caracterización y el establecimiento del rol que fungieron en el proceso de transición de colonia a república es en últimas la intención de la propuesta que quisiera desarrollar en los próximos cuatro años, en el marco de mi Doctorado en Ciencias Humanas y Sociales del Centro de Estudios Sociales de la Universidad Nacional de Colombia, por supuesto, no esperaré a terminar para señalar las limitaciones de la política pública al asumir la educación como un programa, como un conjunto de políticas encaminadas a la potenciación del dispositivo normalizador de la sociedad: la escuela, desconociendo las históricas, cotidianas y consuetudinarias prácticas educativas a partir de la cuales nuestras comunidades se han educado a sí mismas en el marco del aprendizaje para la vida.

Así que ministra: si queremos que Colombia sea la más educada, deberíamos partir por preguntarnos ¿Cuáles son las prácticas educativas significativas que han permitido que las comunidades -sin ayuda estatal o mediación de la escuela- se eduquen a sí mismas en el desarrollo de aprendizajes para la vida? Pero claro, este tipo de indagación requeriría de un esfuerzo investigativo que no puede ser terciarizado, contratando a organizaciones dedicadas a la explotación económica de la educación como una mercancía, en su disfraz de consultoría, sino que debería ser el resultado de una política estatal de larga duración que cree, en el seno del ministerio, equipos interdisciplinares e intersectoriales que se den a la tarea de diseñar proyectos de investigación que no sean simples diagnósticos sino procesos de sistematización de experiencias significativas en educación y que luego se encarguen de diseñar estrategias para garantizar su replicabilidad y perdurabilidad en el tiempo y en el espacio, sólo así, creo yo, sería posible hacer de Colombia la más educada.

 

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