Censurar en el mundo de la libre opinión

Censurar en el mundo de la libre opinión

"Aunque las opiniones de los demás no nos gusten y no estemos de acuerdo con ellas es casi una obligación discutirlas por el mismo hecho"

Por: María Fernanda Ricaurte González
agosto 21, 2018
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Censurar en el mundo de la libre opinión
Foto: Dreamstime

Crecer en entornos en los cuales no se comparten nuestras ideas puede ser un arma de doble filo. Todo el mundo nos hace pensar que estamos en el lugar equivocado, pero aprendemos a defender nuestras ideas y principios. De vez en cuando nos topamos con alguien que cuestiona nuestras verdades y como es natural esas discusiones que se generan se vuelven enriquecedoras y terminan reafirmando nuestros dogmas. Pero también sucede que nos trastocan tanto, al punto de que anulamos lo que el otro nos está diciendo.

Alguna vez debatí virtualmente con alguien sobre cuestiones políticas. Mutuamente criticamos nuestros puntos de vista y nuestra forma de ver el mundo. Como en los últimos años he estado en un ambiente académico me acostumbré a los debates y a que me digan que estoy equivocada sin que eso afecte mi relación con la otra persona.

Caso contrario el de mi contrincante, quien sintiéndose víctima de "acoso político" creyó necesario citarme la Constitución Política de Colombia en el pedacito que dice: “Se garantiza a toda persona la libertad de expresar y difundir su pensamiento y opiniones, la de informar y recibir información veraz e imparcial(...)”. Punto seguido, amenazó con imponer una orden de restricción en mi contra.

Suena extremo, lo sé. Y aunque mi preocupación debió ser otra, la primera pregunta que se me vino a la cabeza fue ¿cómo es que tengo derecho a hablar y al mismo tiempo no lo tengo? Ese es el pan de cada día en una sociedad compuesta de personas que creen defender la libertad y poseer las verdades del mundo.

Otro ejemplo más reciente es el de la youtuber Kika Nieto. Resulta que a la niñata se le ocurrió subir un vídeo en el que dice: "la homosexualidad no está bien, pero lo tolero”. Luego en el canal de Las Igualadas se cuestionó la postura de Kika porque podría promover el odio y la violencia.

Acto seguido, Nieto interpuso una acción de tutela argumentando que el vídeo vulnera su derecho a la intimidad, la honra y el buen nombre. Por supuesto, el juez le negó la tutela y argumentó que todo tipo de comentarios están sujetos a la crítica y es necesario entender que esta es una manifestación pura de la libertad de expresión.

Más allá de que mi "detractor" o Kika Nieto hayan crecido en la burbuja de "tener la razón en todo", hay un gran problema de fondo y es que aunque vivamos en una sociedad democrática no vemos en la discrepancia una herramienta de enriquecimiento personal. Estos minifascistas extrapolan las posiciones de los demás y llegan a pensar que está bien callar al otro bajo el argumento de defender a su familia, honra, buen nombre, etc. Sin embargo, la razón de fondo es clara: "no estás diciendo lo que yo quiero que me digas, entonces tu opinión no es válida ni legítima".

Sin entrar en el discurso de la superación personal, me parece importante reafirmar que aunque las opiniones de los demás no nos gusten y no estemos de acuerdo con ellas es casi una obligación discutirlas por el mismo hecho. No hay que quedarnos en el escudo de "no estoy de acuerdo y punto", porque de ser así las luchas de siglos por la libertad de expresión habrían sido en vano. Debatir abiertamente es inclusión, democracia y si se quiere desarrollo.

Tampoco hay que irnos al otro extremo de respetar absolutamente todo lo que se diga. Si esto sucediera, el canal de Las Igualadas habría tenido que callar ante la idea de Kika Nieto. Es necesario reconocer que en las opiniones disfrazadas de inocencia hay machismos, racismos, exclusión, homofobia, xenofobia y la lista sigue. El hecho de que sea la opinión de un insignificante individuo entre millones no significa que esta no tenga influencia en las decisiones de personas de su círculo social. Y aunque el círculo esté compuesto de cinco, diez o quince personas no podemos imaginar el alcance que nuestras palabras pueden tener el día de mañana.

La consecuencia de tolerar y respetar todo es la naturalización de actitudes que afectan la cotidianidad de los demás. No podemos esperar que todos piensen igual que nosotros o que finalmente siempre nos den la razón. Sabiendo que los contextos en los cuales nos desenvolvemos son insuficientes para crear opiniones sin sesgos, lo que sí podemos esperar es que los demás enriquezcan nuestras ideas con las suyas. Esto limita el espacio de los totalitarismos y fascismos de los cuales aún no hemos logrado salir.

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