Caracas no es como la pintan, a pesar de la crisis

Caracas no es como la pintan, a pesar de la crisis

Contra toda recomendación, este joven se aventuró a visitar la capital de Venezuela, allí tanteó el clima político y social que se vive. Algunas impresiones

Por: Inti Mesias Barrera
abril 01, 2019
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Caracas no es como la pintan, a pesar de la crisis
Foto: Flickr David~ - CC BY 2.0

A finales de la semana pasada visitamos la ciudad de Caracas (Venezuela) donde pudimos conocer de primera mano alguna de las realidades que vive el hermano país. Aquí un breve resumen de ese recorrido:

Llegamos al aeropuerto de Maiquetía a eso de las 10:00 a.m. y buscamos un transporte que nos lleve hacia la ciudad de Caracas. En un taxi informal recorrimos durante aproximadamente 40 minutos autopistas que parecen del "primer mundo" con pavimentos que datan de hace 40 años, pero que parecen nuevos a pesar del poco mantenimiento. Túneles, autopistas de 3 niveles y 4 carriles son la norma en todo el recorrido.

Una vez instalados en el hotel sobre el Paseo los Ilustres, salimos a caminar Caracas. La primera visita fue al metro. Este medio de transporte pesado y subterráneo data de 1977 y es el eje del sistema de transporte público que incluye metrocable, metrobús (tipo TransMilenio) y tren de cercanías. Lo que resalta de su recorrido es que a pesar del evidente deterioro, opera por varias líneas que permiten cubrir gran parte de la ciudad y con enorme capacidad de carga. Además, al ser subterráneo se aprovechan de mejor manera los espacios públicos y contribuye a una ciudad más compacta y eficiente energéticamente.

De regreso por El Bulevar confirmamos que en el comercio se encuentran casi todos los productos, pero a precios inalcanzables para un habitante del común. Un Guayoyo (Café pequeño, tinto, expreso) cuesta entre 3000 y 4000 pesos colombianos en un país donde el salario mínimo, sumadas todas las adendas, llega a ser equivalente a $25.000. “Todo lo traen de afuera, y lo poco que se hacía aquí se acabó” nos dice el mesero. Otra caraqueña nos muestra su celular y dice: “es que mire este kilo de pollo, el Estado lo entrega a $1.100 y termina en Mercado Libre a $11.000. La corrupción nos está matando”.

Al día siguiente visitamos el campus de la Universidad Central de Venezuela (UCV), declarado patrimonio por la Unesco en el año 2000. La universidad es pública y su infraestructura física y docente dan cuenta de una institución de las más altas calidades. Hoy sufre un evidente deterioro, tanto en su planta docente como en su mobiliario. “Hemos sido críticos de lo que está pasando, por eso la asfixia presupuestal” afirma un docente. Visitar la UCV recuerda la importancia de la universidad como centro de pensamiento autónomo, donde el debate de ideas sea la norma, y su plena financiación la garantía de que será el análisis científico el que prime sobre las posiciones o intereses de un gobernante.

Los planes cambiaron con el apagón generalizado que vivió el país durante más de 48 horas. Las actividades cotidianas se vuelven complejas al no tener acceso a internet, agua o incluso la imposibilidad de adquirir productos, ya que la mayoría de las transacciones se hacen de manera electrónica o en dólares. En este escenario la solidaridad es la norma. Sin el “me pagas luego chamo” las cosas serían aún más complejas. Se ve gente recogiendo leña en la calle, otros tantos haciendo fila en los manantiales que descienden de las montañas y otros más jugando dominó en las aceras. Durante la espera y como resultado de los disparos que resuenan, la gente habla sobre lo peligrosa que está la ciudad y cómo la crisis ha llevado a la gente a ver como resuelve el sustento diario. “Aquí todo el mundo está armado y la gente busca como solucionar el hambre”, comenta alguien en medio de la algarabía. Atacar la inseguridad implica contrarrestar las causas estructurales de la misma, ligadas a desempleo y pobreza, al tiempo que se garantiza el monopolio sobre las armas por parte del Estado.

Sin importar si el apagón se debió a negligencia estatal o sabotajes, la ausencia del equipo profesional y de la producción de los insumos necesarios para la puesta a punto del sistema eléctrico impiden resolver el problema con prontitud y eficiencia. Sin soberanía energética e industria nacional capaz de suplir la demanda de materiales, cualquier país está condenado a los vaivenes de la política global.

Cuando regresó la luz pudimos constatar que en la televisión y la radio se atiza la polarización y el culto al personalismo. Propaganda de bando y bando que convence a los convencidos y que no permite acercar posiciones. Mientras los medios de comunicación inundan con propaganda a favor y en contra de Nicolás Maduro, a la gente en las calles lo que le interesa es que se resuelvan sus problemas, que ellos resumen en incremento del costo de vida e inseguridad.

Regresamos al país gratamente sorprendidos con la fuerte solidaridad que ronda las calles de Caracas. Si el individualismo, que a veces impera en las grandes urbes y que las hace más frías y hostiles fuera la norma, la crisis sería aún mayor. Que ésta realidad que padece el pueblo venezolano sirva para no cometer los mismos errores y entender la mejor manera de construir naciones más justas, desarrolladas y equitativas.

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