Soy cachaco pero no ejerzo
Opinión

Soy cachaco pero no ejerzo

No cambiaría a Bogotá; de aquí soy y aquí me quedo, pero eso no me impide decirlo: perdón Colombia, en lo que me corresponde, no volverá a suceder

Por:
junio 27, 2017
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Alguna vez oí decir que la mejor forma de comprender la relación de la capital con Colombia era el río Bogotá. Un cause tóxico repleto de toneladas de desechos, podredumbre y venenos que se exparsen —sin reparo— por gran parte de nuestra geografía. La ciudad que contamina a su periferia con prejuicios, preferencias y corrupción. Bogotá se desarrolla a pesar —y a costa— del país. El progreso es cachaco y peligroso. Medellín la excepción que confirma la regla.

Posiblemente el prejuicio más dañino de los cachacos es que las cosas “solo funcionan en Bogotá” y que las cosas “deben hacerse como se hacen en la capital”. He  sido testigo de programas, planes y líderes diseñados y estructurados en la capital que tratan desde la soberbia y la condescendencia de “guíar” y “ayudar” a ciudades, municipios y comunidades.

Cualquier trabajo serio y respetuoso fuera de Bogotá debe dejar atrás la arrogancia de “enseñar” a hacer las cosas y también abandonar la pretensiosa imposición de las formas de hacerlo; ese acompañamiento debe partir de una inmersión en los antecedentes, los conocimientos —en algunos casos ancestrales— y realidades de cualquier entorno, sin excepción. El bogotano no va a enseñar, va a aprender. No va a hablar, va a escuchar. El cachaco no sabe, pero podría saber, solo si se permite reconocer al otro como igual. Sin ínfulas.

 

 

Todo bogotano debe saber y admitir
que la gran mayoría de problemas y miserias de este país
iniciaron con decisiones que se tomaron en Bogotá

 

 

Un primer paso para el cambio de actitud del cachaco ante el país debería arrancar desde la responsabilidad histórica. Todo bogotano debe saber y admitir —sin falta— que la gran mayoría de problemas y miserias de este país iniciaron con decisiones que se tomaron en Bogotá: persiguiendo exclusivamente los intereses de la capital. La ciudad se iluminaba con las llamas de la periferia.

La última versión del temible centralismo (el gobierno para y desde Bogotá) es la discusión sobre la paz. Amplios sectores de la sociedad capitalina reclaman justicia y buscan obstaculizar los avances —innegables aún para ellos— que implica la entrega de armas y el desmantelamiento de una organización delictiva como lo son las Farc. A pesar de los lamentables hechos, recientes y pasados, es imposible desconocer que a Bogotá le ha correspondido menos horror y sufrimiento que al resto del país. Aquí las consecuencias de la guerra parecen rumores si se comparan con las atrocidades y pesadillas que millones de campesinos y habitantes de municipios han tenido que vivir. La comodidad miserable de ordenar —en este caso mantener— la guerra desde la distancia.

A pesar de todo y sin dudas, Bogotá está llena de cosas buenas que ofrecer y esa es su única y verdadera responsabilidad: hacerse un río de oportunidades que debe abrirse ante el país. La ciudad de todos. La ciudad a la que llegaron mis bisabuelos del campo persiguiendo otro mañana. Me siento orgulloso de ella. No cambiaría a Bogotá; de aquí soy y aquí me quedo, pero eso no me impide decirlo: perdón Colombia, en lo que me corresponde, no volverá a suceder.

@CamiloFidel

 

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