Caballero sin dobleces

Caballero sin dobleces

Se nos fue Caballero, una voz que sonaba con fuerza en medio de tanta palabra asordinada por los compromisos, por la genuflexión, por el miedo y la complicidad

Por: Manuel Tiberio Bermúdez
septiembre 13, 2021
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Caballero sin dobleces
Foto: Twitter/@@ACaballeroH

Aplaudido por miles, malquerido por muchos, criticado, reverenciado, menospreciado, adulado, así vivió su vida uno de los mejores periodistas colombianos: Antonio Caballero.

De 76 años de edad, Caballero, era hijo de otro grande de las letras, Eduardo Caballero Calderón, y sobrino de Lucas Caballero Calderón, quien también ejerció el periodismo crítico, y hermano de Luis Caballero.

Hizo del periodismo independiente una ventana por la que aventaba sus diatribas contra todo lo que no cuadrara con su pensar y su sentir. Sus columnas eran esperadas con gran expectativa porque siempre en ellas arremetía contra los que ejercían el poder para arruinar y nunca para componer o crear, fustigaba sin tregua a los corruptos, y a los políticos que consideraba nefastos y dañinos y no se ahorraba para arremeter sin misericordia contra ellos.

Además de escribir columnas también era un caricaturista urticante y en sus dibujos manejaba con inigualable precisión la sátira, el llamado humor negro y la irreverencia que atraía a sus seguidores por centenas.

Criticado por Taurófilo hablaba y escribía sobre la fiesta brava con gran propiedad, pero su vasta cultura le permitía escribir sobre historia; sobre arte, poesía, literatura y otros temas más.

En 1984 publicó la novela Sin remedio, después Isabel en invierno, libro que no solarmente escribiera sino que también ilustró. Sus columnas fueron recogidas en obras como: 15 años de mal agüero; No es por aguar la fiesta; Patadas de ahogado y, sobre los toros, Toros, toreros y público (1992), Los siete pilares de un torero (2003) y Torero en el sillón.

Cuando uno lee a Caballero percibe su pasión por los sucesos políticos y por quienes son los protagonistas de la política. Sus textos dibujan sin disimulos el ser o seres objetos de su argumento y termina convirtiéndolos en una especie de caricatura demoledora del asunto tratado.

Muchos de los censores de su quehacer periodístico decían que era un pesimista que solo fijaba su ojo crítico en lo que no estaba bien, en lo que era caótico, en lo que estaba en desbarajuste, y lo magnificaba con su pluma; pero como él lo dijo alguna vez, era un realista que en sus escritos señalaba sin ambigüedades lo que veía y no podía hacerle concesiones a la mentira para decir que algo estaba funcionando bien si no no era verdad.

Se nos fue Antonio Caballero, una voz que sonaba con fuerza en medio de tanta palabra asordinada por los compromisos, por la genuflexión, por el miedo, por la complicidad. Se fue Caballero, el que escribía como quería y sobre lo que quería porque él, simplemente, obedecía a sus reglas…

 

A su memoria

A su memoria, comparto esta nota que es una muestra de su oficio sin compromisos, de su pluma sin dobleces….

Por Antonio Caballero / Noviembre 6 de 1995

Como cada vez que hay muerto grande en Colombia, amigos y enemigos coinciden: «¡Qué bueno era!».

Pero de esas necrologías corteses está hecha en buena parte la falsificación de nuestra historia, que nos impide comprenderla. Por eso ahora, ante el asesinato de Álvaro Gómez Hurtado, me permito discrepar de esa unanimidad hipócrita que llora su cadáver. Creo que hacerlo es, además, respetar la verdadera dimensión histórica del personaje, que antes de muerto grande fue un vivo grande: pero no ese cruce improbable de Montesquieu, Leonardo y la madre Teresa que pinta en estos días la prensa, sino uno de los políticos más nefastos y dañinos que se hayan visto en esta tierra de políticos dañinos y nefastos que es la nuestra.

Nefasto, por violento. Acaba de perecer víctima de la violencia, que condenamos todos. ¿Todos? No: él no. Durante toda su larguísima vida política —50 años— Álvaro Gómez Hurtado fue un tozudo predicador de la violencia como instrumento de la política. Empezó con sus arrebatos juveniles a favor de «la acción intrépida y el atentado personal» , persistió en su madurez con la incitación al aniquilamiento físico de las «repúblicas independientes» , se empecinaba todavía en su vejez con el embeleco de que había que «tumbar el régimen». Hace apenas un par de años se definió a sí mismo, sin arrepentimiento, como «un soldado de primera línea». Pues nunca pudo aprender nada del hecho de que esa violencia que predicaba y practicaba hubiera resultado siempre contraproducente para sus propios fines.

De la guerra contra los liberales, el incendio de sus periódicos y de las casas de sus jefes, no salió la victoria de sus ideas, sino el derrocamiento del gobierno de su padre. El bombardeo de la “repúblicas independientes” expandió rápidamente la guerrilla al país entero, en vez de eliminarla. Y el régimen no ha caído, sino que el mismo Álvaro Gómez Hurtado está muerto.

La violencia que propugnó no soluciona los problemas, sino que los agrava.

Violento desde el poder. Porque si bien se presentaba últimamente (ya lo había hecho antes: casi en cada oportunidad electoral) como un adversario del régimen, su biografía ilustra todo lo contrario. Salvo en los cuatro años de su exilio bajo la dictadura de Rojas, toda la larguísima carrera política de Álvaro Gómez Hurtado se desarrolla desde el poder. El de su padre primero, de quien fue la «eminencia gris». Y luego, derrotado muchas veces en sus aspiraciones presidenciales (bajo diversos nombres y diversas banderas: Álvaro Gómez Hurtado, el Salvador Nacional, bandera azul, bandera de cuadritos, bandera de arco iris), desde el poder de sus adversarios, a quienes, en vez de oponerse, prefirió siempre extorsionar para sacarles «cuotas».

«Cuotas para mantener su ficción de ser periodista independiente» (la Operación K para financiar su diario El Siglo, la concesión del Noticiero 24 Horas en la televisión del Estado) y cuotas burocráticas para sostener su farsa de ser un «parlamentario independiente», como lo decía todavía, sin sonrojo, en recientísima entrevista: ministros (en el gobierno actual todavía), directores de instituto, gobernadores, telegrafistas, barrenderos embajadores. El mismo fue embajador varias veces: de Ospina, de Barco en los Estados Unidos, de Gaviria en Francia (sin contar la “palomitas” en la ONU). y senador toda la vida, y jefe hereditario de medio Partido Conservador desde los 30 años, y designado a la presidencia y presidente de la Asamblea Constituyente.

La simple enumeración de los cargos públicos ocupados por Álvaro Gómez Hurtado coparía entera esta columna, y basta para demoler su desfachatada pretensión de haber sido «la oposición al régimen» . El régimen era é1. Y de su corrupción —evidente— carga él con buena parte de la responsabilidad.

Porque una «oposición» que consiste simplemente en extorsionar al poder para poder participar en él, no sólo no ayuda a depurar la podredumbre, sino que contribuye a aumentarla.

Cabrían más cosas. ¿Servidor público? El propio Gómez resumió su tarea como embajador en Francia diciendo que le había servido «para ir mucho a la ópera». ¿Patriota? Su desprecio por el país —desprecio racial, cultural, político, y hasta físico— se resume en una anécdota: invitado, en tiempos del «proceso de paz» de Betancur, a entrevistarse con la guerrilla en Casa Verde en la Uribe para discutir sobre la paz, se negó con desdén: «No está uno para ponerse a visitar lejanías». Porque Colombia le quedaba muy lejos.

Que lo lloren sus deudos. Pero que no vengan a llorar ahora, al amparo de su muerte violenta, a tratar de convencernos de que Álvaro Gómez Hurtado era un héroe.

 

 

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