Breaking Bad: asfixiante pero adictiva

Breaking Bad: asfixiante pero adictiva

Una feroz crítica al sistema de salud norteamericano

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agosto 15, 2013
Breaking Bad: asfixiante pero adictiva

Alguna vez se albergaron tantas esperanzas sobre su carrera. Decían que era un químico brillante, hubo profesores que incluso se atrevieron a vaticinar una postulación al Nobel. Lamentablemente hay promesas que no cuajan. Ahora es un padre de familia apocado, un triste profesor de colegio que tiene que soportar cada mañana el frío desprecio de sus alumnos.

La tensión se le ve reflejada en el rostro. Se baja del auto, camina hasta la puerta, lo mejor es no decir nada, le han recomendado no trabajar tanto. Que contradicción. Ahora justo que ha conseguido una chamba extra en el lavadero de autos del rumano Bogdan. No puede excederse, el cáncer de pulmón es una cobra con la que no se juega. La casa está sola a esa hora del día. Se sienta en el mueble, respira, lo mejor es respirar cuando no encuentras salida. Lo mejor es hacer dinero como sea, grandes cantidades para asegurar la educación de sus dos hijos, la vejez de Skyler, “Un hombre provee” se repite una y otra vez “Un hombre provee”.

No importa si estás en Sudán o en Texas, si quieres hacer dinero rápido y abundante la única salida es infringir la ley. Él sabe de un exalumno suyo, un tal Jesse Pinkman quien se ha retirado del colegio para dedicarse de lleno a vender en la calle metanfetamina, la droga del momento. Se contacta y Pinkman como nosotros no lo puede creer ¿Qué es lo que está pensando este nerd? ¿Qué disputarle a la calle a los traficantes de siempre es tan simple como resolver una ecuación? Walter está decidido, cocinará para él la mejor metanfetamina que se ha fabricado en ese pinche Estado, no tiene nada que perder, los buitres ya se han posado sobre cada uno de sus hombros, en un mundo sin Dios da lo mismo morir en la cama al lado de una enfermera gorda que en la calle abaleado por el Cartel del Milenio.

Releo lo que acabo de escribir y me frustro. Nada de eso justifica la emoción que sentirás al empezar a ver esta serie asfixiante, claustrofóbica, adrenalítica… adictiva. Pronto llegará a tu casa un amigo con los ojos saltones, las venas brotadas, la respiración entrecortada a recomendar con la desesperación de un evangelista la visionada urgente de Breaking Bad. Es que no se puede hacer otra cosa más que señalarla con el índice y exclamar con asombro que es un milagro absoluto.

Ayer vi el esperado noveno capítulo de la quinta y última temporada. Se perfila la recta final y parece que sus protagonistas la van a recorrer con las cartas abiertas, sin tapujos. Se han caído todas las máscaras.

Para los que hasta ahora la van a descubrir quiero advertirles que la tensión nunca se va, nunca. Al contrario, va en aumento y no para. Hay capítulos donde los ves de pie, con cuatro dedos en la boca. Dan ganas de volverla a ver desde el principio y constatar cómo han cambiado los personajes. Poco queda de ese insignificante profesor de química por el que hacíamos fuerza en las dos primeras temporadas. Ahora Walter White es un hombre frío, calculador… se ha convertido en  el temible y enigmático Heisenberg, un fantasma que no pueden encontrar los investigadores de la DEA, encabezados por su cuñado Hank, quien por supuesto no tiene idea que el que cocina esa droga azul es Walt. El bueno del Walt, el nerdo del Walt.

A pesar de que es muy raro que veas convertido a tu profesor de química en un mafioso, Breaking Badposee un realismo demoledor. En esta serie matar tiene sus consecuencias no solo de tipo moral sino las elementales, las físicas. Lo más difícil de matar es muchas veces deshacerse del cuerpo. Entre el segundo y el tercer capítulo de la primera temporada verán el rollo en el que se meten profesor y alumno. Presenciarán una de las situaciones más incomodas y asquerosas que hayan visto en pantalla alguna. Un cuerpo convertido en fluidos es una mancha muy difícil de sacar de tu piso de madera. A partir de allí Breaking Bad ya se encontrará cabalgando por tus venas y cada noche estarán allí, frente a Netflix, tratando de sacar un poquito más de emoción y haciéndole fuerza ya no a un padre de familia a punto de morir sino a un criminal que está dispuesto a llevarse todo aquel que se le ponga por delante.

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Foto AMC

Los puristas, los pocos que quedan, los que todavía desconfían de las series porque están muy ocupados aburriéndose con Antonioni y Bresson, tendrán pocos argumentos a la hora de hablar mal de una historia contada en 60 capítulos. Ya lo habíamos experimentando con Mad Men, con las series te apropias del tiempo. Envejeces con los personajes, pasas años con ellos y ves cómo van cambiando. Inevitablemente se convierten en personas reales. Piensas en ellos, sufres con ellos y en algunos casos hasta podrías conversar con ellos. Todo es más real, más creíble. El escritor, o mejor los escritores no están sujetos a las limitaciones de tiempo. Esas ventajas, no siempre aprovechadas en la televisión, son las que Vice Gilligan ha utilizado para hacer de Breaking Bad uno de los mejores dramas realizados jamás para la pantalla cada vez menos chica.

La serie va contra todo tipo de convencionalismo. No solo desde el punto de vista ético sino también visual. Ha creado una estética propia que ha llevado a varios artistas a pintar los rostros atormentados de White y Pinkman. Breaking Bad ha creado una iconografía propia. Walt transformado en Heisenberg, con su figura elegante, alta y delgada evoca a un William Burroughs en uno de sus sueños de heroína matando mendigos debajo de los puentes de París. A Breaking Bad no se le ve; se le hace culto.

La sensación onírica que da ver la serie está reforzada además por la música. Ésta  ayuda a que sus capítulos  se vivan como una alucinación. No solo es blues o las mezclas electrónicas que hace ese nuevo genio de la banda sonora que es Dave Porter sino la música mexicana siempre latente en la serie. En la mitad de la segunda temporada hay un corrido interpretado por un grupo de Sinaloa dedicado a Heisenbeg y su metanfetamina. Con ese videoclip abren el capítulo. Es de no creer, tienes que pararte ante el computador y comprobar que sigues viendo la serie. La música de esta es para descargarla y escucharla todo el tiempo encerrado en un cuarto, viendo como el humo espeso se disuelve en el aire.

Bueno y están las actuaciones. Por ahí he leído que al parecer AMC, el canal que transmite la serie no le tenía mucha fe y que por eso no le apostaron a las grandes estrellas. Eso tiene que ser una mentira absoluta. El casting es de lo mejor que hemos visto. Bryan Cranston en su papel de mister White no solo es un tipo sufrido sino duro. Su voz gruesa, metálica asusta no solo al traficante más sanguinario sino a alguien más peligroso y feroz, su propia esposa. Aaron Paul se consagró siendo el entrañable Jesse Pinkman. Que me cuelguen los fanáticos de mister White pero sufrimos y lloramos es por nuestro torpe, tierno y sensible drogón preferido. Lo de Paul es intensidad pura, la mirada de este joven actor parece haberla entrenado la mismísima Stella Adler. Es injusto que su trabajo no tenga más relevancia, que los grandes directores que aún quedan no se disputen por trabajar con él.

La pareja Pinkman-White es de las mejores que se recuerden en la historia de la televisión. Es una relación entre padre e hijo. Significativo cuando en los capítulos finales de la cuarta temporada Walt le dice a su hijo, a punto de acostarse “Buenas noches Jesse”. El amor que siente Walt hacia su compañero es tan egoísta que no deja que nadie se acerque a amarlo. Todo el que se acerque a Jesse saldrá herido por culpa de su socio. A pesar de que se golpeen o se insulten, que juren que nunca más volverán a verse su amistad está blindada, nadie podrá dividirlos; ni siquiera ellos mismos.

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Anna Gun (Skyler) y Bryan Cranston (Mister White). Foto AMC

Ambos están acompañados por actores bastante competentes, por gente dura como Giancarlo Espósito, el frío Gustavo Fring que usa sus Pollos Hermanos como tapadera para su imperio de crímen, por gente dicharachera, eficiente y enérgica como Dean Norris en su papel de Hank o Anna Gun y su Skyler, indescifrable, ambiciosa y a la vez buena madre.

Es que en Breaking Bad como en la vida misma la línea que separa los comportamientos buenos de los malos es casi invisible. Están tan bien construidos los personajes que le hacemos fuerza a los bandos opuestos, queremos que le vaya bien a Hank en su investigación pero que por nada del mundo vayan a descubrir a nuestra pareja preferida.

Pero Breaking Bad  es sobre todo una feroz crítica al sistema de salud norteamericano. No importa si eres un héroe de la DEA o un destacado profesor de química, el sistema de salud te fallará. Si quieres que te atiendan como a una persona, que te den una luz de esperanza en medio del dolor  debes gastar miles de dólares. Tu trabajo mediocre no te dará para tanto, deberás torcerte, tendrás que convertirte en un temible traficante de metanfetamina para conseguir el sudoroso fajo de dólares con la que pagarás la operación con la  que te extirparán por fin el tumor maligno y poder seguir respirando sin que sientas el ahogo de dos manos estrujándote el esófago.

Envidio a todos ellos que no la hayan visto, tendrán unos días maravillosos donde seguramente no podrán bañarse con la luz del sol. Vivirán encerrados en sus cuartos, no contestarán el teléfono, no verán a nadie. Cuando vean el último capítulo de la cuarta temporada saldrán a la calle pálidos, con ojeras a buscar al amigo más cercano, lo agarrarán del cuello y le dirán que por favor la vean, que dejen todo lo que están haciendo, que no han visto nada parecido. Entenderán por fin porque los Testigos de Jehová salen a la calle a predicar la palabra del Señor. Cuando una pasión te embarga quieres evangelizar, que todo el mundo comprenda tu gozo, tu placer.

Somos devotos de Walter White.

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