La variante P1 del coronavirus nació y arrasó con Manaos, la capital del estado amazónico de Brasil. Los anticuerpos adquiridos por el 70% de la población durante la primera ola de infecciones en abril del año pasado de nada sirvieron porque no actuaron contra la nueva versión del virus. A principios de este año se vieron escenas dantestas en los hospitales de la Amazonia, donde se agotó el oxígeno y los pacientes morían sin poder respirar, mientras sus familiares buscaban desesperadamente oxígeno en el mercado negro a precios absurdos. Luego, la variante se expandió por todo Brasil y el caos se repite. Más de 2000 muertos todos los días y los hospitales a punto de colapsar.
Una situación peor que la que tuvo China a finales del 2019 y que desencadenó la pandemia mundial cuando el gobierno chino ignoró las alertas tempranas de su personal de salud y permitió que la situación se le saliera de las manos. Lo anterior de modo que lo que fue una epidemia local, que se podía controlar dentro de sus fronteras, se convirtió en una pandemia mundial.
Algo peor pasa con el gobierno de Bolsonaro. Los lamentos por los casi 300.000 muertos que deja la pandemia le parecen "lloriqueos" y no hace absolutamente nada para detener el desastre. Mientras tanto el virus circula libremente entre los brasileños, evolucionando a su antojo para volverse más contagioso y cambiar tanto respecto a la versión original que las vacunas ya no serán efectivas.
Parece una visión apocalíptica, pero es una realidad que tocará muy pronto a Colombia, donde la curva de contagios y muertes está cayendo de forma acelerada haciendo pensar que la pandemia es cuestión del pasado. Hay que reconocer que se tomaron decisiones oportunas respecto al tránsito de personas desde la Amazonia.
Sea como sea, este virus ha demostrado que las decisiones estúpidas de los gobernantes se pagan con sangre de sus habitantes. El virus evoluciona, mientras los seres humanos sumidos en una fiebre de estupidez que nos dejó el consumismo involucionamos.
De nada servirán los esfuerzos de los científicos por lograr vacunas si muy pronto quedarán inservibles por las nuevas evoluciones del virus que aparecen en los países que no pueden vacunar a sus habitantes o que simplemente, como en Brasil, los dejan circular libremente porque a su presidente le parece que usar tapabocas es una costumbre de maricas comunistas.
