Boris Johnson, el "mesías" británico que quiere ser primer ministro

Boris Johnson, el "mesías" británico que quiere ser primer ministro

Por la creciente polarización, Reino Unido vive momentos difíciles. Sin embargo, pronto sabrá el nombre de la persona que ocupará esta importante dignidad

Por: Francisco Henao
julio 19, 2019
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Boris Johnson, el
Foto: Twitter @BorisJohnson

“Era inteligente, pero tenía la capacidad de atención de un mosquito”, dijo un funcionario que trabajó con él. Es muy probable que Boris sea el próximo PM del Reino Unido y sucesor de Theresa May; es el archifavorito. Su contrincante, en la carrera por ser el jefe de Gobierno, Jeremy Hunt, no parece tener el fuelle suficiente para hacerle sombra. Johnson es una figura política bastante polémica, con enormes dosis de ironía, con palabras prontas a la invectiva, capaz de transmitir calor y de mover a sus oyentes a la acción. Es tan fuerte en sus ataques a las minorías que lo ubican cerca de las fronteras xenófobas. Es el tipo de hombre que despierta pasiones encontradas, de temperamento sanguíneo, incluso volcánico. En su interior luchan el doctor Jeckyll y el señor Hyde. Capaz de viajar al Palazzo Terranova en Perugia, Italia, el 28 de abril de 2018, invitado por el multimillonario de los medios, Evgeny Lebedev, propietario de Independent, a unas fiestas glamurosas donde compiten aberraciones y orgías sin ningún freno. Lo que confirma su fama de demasiado indisciplinado, descarriado y desenfocado. Pero también es un hombre cultivado, se entrega a la escritura, en donde es dado a lo tumultuoso y estrafalario. Siendo corresponsal de The Telegraph hace 25 años, se ganó un espacio en las letras, por inventar historias inexistentes donde afirmaba su euroescepticismo.

Nick Hopkins en The Guardian —jueves 18 de julio— escribe sobre la opinión que dejó entre los funcionarios de la cancillería británica, que trabajaron junto a él cuando fue ministro de Asuntos Exteriores. En su primera reunión de empalme con todo el personal del ministerio, en julio de 2016, en el salón principal de King Charles Street, le dijo a su audiencia que lo halagaba estar frente a un grupo de personas brillantes. Admitió que estaban mal pagados y se comprometió a acudir al Tesoro para que revisaran sus salarios. Los presentes aplaudieron, sin albergar grandes expectativas de cambios. Pero durante los casi dos años que estuvo en el cargo, todas las primeras impresiones se desvanecieron. El Foreign Office permaneció marginado, la moral se hundió aún más.

Cuando dejó el ministerio, “nadie estaba triste por verlo partir”, dijo un funcionario. Le cuestionaban su falta de competencia; aunque tenía buenas palabras y entusiasmo, insuficientes para manejar una política exterior seria. Le encanta complacer a la gente que lo escucha, no dice lo que se debe decir. Esta actitud lleva a la desconfianza. Cuentan los funcionarios que le tenían que presentar los temas de forma breve y el punto central era mal entendido y debían aclarar con detalle qué se le pedía que hiciera. Uno de ellos dijo a Hopkins: “sí, se le notaba inteligente, pero con la capacidad de atención de un mosquito”. Con unas palabras así, lo primero que surge es: ¿Podría ser un primer ministro eficaz? Los funcionarios creen que necesitaría un buen canciller, un magnífico secretario de Exteriores y un muy buen secretario de Interior. Lo ven como un hombre autoobsesionado, con un ego gigantesco.

Da la sensación de ser bravucón si nos atenemos a que está dispuesto a enfrentarse con el Consejo Europeo, que son 27 Estados, que bien pueden hacer valer sus derechos. No parpadea cuando dice que sacará al Reino Unido con acuerdo o sin acuerdo de la UE. Este miércoles (17 julio) nombró uno de sus lugartenientes, un euroescéptico de la línea dura para liderar el equipo Brexit que negociará la política de divorcio de la UE. Es un brexiteer radical, hardliner sin mezclas, Daniel Moylan, oponente implacable tanto del Acuerdo de Retirada de Theresa May como de la cuestión irlandesa.

Si es elegido el próximo 23 de julio —cuando se anunciará el nombre del nuevo PM— le espera una tarea heroica. El Brexit se ha convertido en una caldera del diablo donde el peligro, el desencanto, las divisiones, las intrigas y hasta las conspiraciones, hierven a altas temperaturas. ¿Cómo se las compondrá para no escuchar al guardián del gasto del Gobierno que advierte, salir sin un acuerdo corre el riesgo de hacer un agujero de 30.000 millones de libras esterlinas en la economía? Una de sus líneas de acción principal, cerrar el Parlamento, para no tener obstáculos y poder lanzarse a un Brexit duro, ha sido quebrantada este jueves 18 de julio. Diputados remainers —sí a Europa— votaron impedir que el próximo PM suspenda los comunes para bloquear un no deal. 315 votos a 274. Margot James, ministra digital: “No quiero arriesgarme a que el Parlamento se cierre para impulsar un Brexit no deal, que no creo que la gente haya votado”. Cerrarlo hubiera sido una indignación constitucional. Ahora también sería ilegal.

Un reino dividido no subsistirá, que es la moneda de intercambio que hay hoy en día en la Gran Bretaña. Algunos escritores británicos levantan su voz pidiendo cierta mesura y algo de cordura en ese maremagnum de despropósitos a que se ha visto reducida la formidable y grandiosa cultura británica, inglesa. Kent Follet, aclamado por una docena de bestsellers, a fines de junio comunicó que con varios colegas hará una gira por las principales capitales europeas para proclamar su europeísmo y para mostrar lo irracional de la conducta que ha levantado el Brexit. “Me avergüenza y me disgusta lo que está sucediendo en nuestro país en los últimos tres años”, dijo enojado Follet. Lee Child, otra leyenda británica, dijo enrabietado desde NY: “No creemos que el Brexit es una decisión sensata”. Hombre, la sensatez se ha extinguido. Quizás el mayor desafío que tendrá que resolver Boris Johnson, tan pronto arribe a su despacho, no es ni siquiera si hay o no hay Brexit, sino como mantener la unión en el Reino Unido, cómo avenir las discordancias, cómo reparar la ira que se instaló en los corazones de unos y otros. Quizás le podría servir, no exactamente ese, pero si algo parecido, el mantra que Reino Unido se inventó durante la II Guerra Mundial: “Mantén la calma, continúa hacia adelante” [Keep Calm and Carry On]; época que era un hervidero de angustias y terrores. Un mantra tiene la capacidad de domeñar los efluvios tóxicos del alma.

Ha menester Boris de todas las artes que su imaginación le brinde al alcance de la mano. Tiene todo el bagaje de la cultura británica encima. Pasea ese carácter inglés capaz de remontar todos los Waterloos que sean necesarios con tal de que prevalezca el orgullo de la nación. Si debe acudir a lo esotérico que lo haga. Ama a Shakespeare, lo ha trajinado con la misma paciencia que el panadero amasa en el obrador la harina del pan. Creo que Boris muchas veces habrá dialogado con el fantasma del padre de Hamlet, que aunque cizañero, le podría indicar un camino adecuado. Lo necesita porque otro de los problemas que se le pueden venir encima es el Asunto de Escocia. En un escrito del viernes (19 julio), el ex primer ministro Gordon Brown —escocés impóluto—, en un diario inglés, decía que el conservadurismo antieuropeo de Johnson se ve en Escocia como antiescocés. Habrá —dice Brown— “conflicto de frente” entre la línea dura de Johnson y el “nacionalismo extremo” del Partido Nacional Escocés; “no importa lo que diga ahora Johnson. Dos décadas de invectivas anti-escocesas crearán dificultades”. Es que Johnson es muy locuaz, se deja llevar por el sarcasmo. Su carácter sanguíneo lo aboca a lo abrupto. Ataca a los gays con procacidad. Maneja dosis altas de machismo. Ahora que está pidiendo los votos de los 160.000 conservadores que eligen al PM, dice que todo eso que le achacan, de insultos y burlas, es que lo han descontextualizado. Los escoces sienten desprecio por Boris. En un poema que autorizó para que fuera publicado en The Spectator dijo que los escoceses eran una “raza de bichos” que merecían ser exterminados. Escocia quiere estar en Europa. La primera ministra escocesa Nicola Sturgeon, dijo en Der Spiegel: “El 62 por ciento de Escocia votó para permanecer en la Unión Europea, y eso ha sido ignorado”. La señora Sturgeon da con la flecha en el blanco, la democracia está siendo ultrajada por los enfrentamientos insensatos de Brexiteers y Remainers. A Boris Johnson le faltó personalidad para rechazar todos los prejuicios que atenazaban el alma de Thatcher y abrazó el odio hacia lo extranjero. Porque la mayoría de los ingleses parecen odiar a los “extranjeros” que viven entre ellos.

Sí, que la sombra del padre de Hamlet le suministre alguna fórmula que lleve estabilidad a la ecuación. Que las partes logren armonizar puntos de vista, ya que de la misma manera que en Escocia, las brasas dormidas del conflicto irlandés se podrían reavivar. Es bueno darse por bien servido, con lo logrado en el acuerdo de paz de Semana Santa de 1998, que supo concretar el gobierno laborista, primero con Tony Blair y luego con Gordon Brown. El acuerdo de May tiene bien fijado el llamado backstop irlandés, que habla de la frontera irlandesa. Pero que Johnson (y también Jeremy Hunt) rechazan. Johnson no puede actuar de manera irresponsable, ni dejarse llevar por su maldito narcisismo. Tiene que pensar bien lo de Irlanda. Una salida a la brava puede provocar en Irlanda un aumento estimado de desempleo de 50.000 a 55.000. Y él simplemente allí, en el 10 de Downing Street, dedicado a mimar y a no contradecir a la caprichocita jovencita, Carrie Symonds, para que no se enfade y no estrelle contra las paredes las finas porcelanas Capodimonte y La Cartuja sevillana. Lo que dijo Petros Márkaris del pueblo griego se ajusta, muy mucho, al pueblo inglés: Los griegos no son víctimas, sino cómplices de esta crisis.

Cuanto más habla, tanto más aumenta la desconfianza. ¿Será debido a que está en plena campaña electoral a PM? Todo el mundo rogaría a que fuera así. Hasta ahora, todas sus palabras conducen a una guerra diplomática, encierran demasiadas falsedades. Es un maestro del embuste, de la tergiversación. La prensa británica, The Sun, habló el jueves (18 julio), de la reprimenda que Bruselas le hizo por su discurso erróneo. Hablaba en un coliseo de un barrio tory, atestado de furibundos brexiteers. El principal candidato de los Tory acusó a los eurócratas por leyes que obligaban a que el pescado ahumado debe ser empacado en una “almohada de hielo” para el transporte, empuñando un paquete sobre su cabeza en un truco preparado. Al mostrar la bolsa de pescado el auditorio rompió en risas jocosas y aplausos rabiosos. Dijo que la regulación, que afectaba a los productores que enviaban embarcaderos desde la Isla de Man a la Gran Bretaña continental, era un ejemplo de la "excesiva perturbación reguladora perjudicial" del bloque que el Reino Unido no tendrá después del Brexit. Este es el meollo del discurso de Boris: poner verde a la Unión Europea, halagar a sus oyentes y sentirse adorado por ellos. Los eurodiputados de inmediato rectificaron las palabras del señor Johnson, quienes señalaron que las leyes que establecen los requisitos de seguridad alimentaria se hicieron en Westminster, no en Bruselas.

Una portavoz de la Comisión Europea dijo: "El caso descrito por el Sr. Johnson está fuera del alcance de la legislación de la UE, y es puramente una competencia nacional del Reino Unido". El comisionado de salud Vytenis Andriukaitis calificó sus comentarios como "noticias falsas" y parece hacerle una recomendación: “Un pez se pudre de la cabeza hacia abajo. Como potencial PM futuro, debes mantener la cabeza fría. Así que, después de todo, Boris, esa almohada de hielo puede resultar no ser tan "sin sentido". Desde luego en Bruselas están prendidas las alarmas con el nombre de Boris Johnson. El eurodiputado de Lib Dem, Chris Davies, presidente del comité de pesca del Parlamento de la UE, agregó: "Faltan pocos días para que se convierta en primer ministro, se ha recordado a toda Europa que se trata de un hombre en cuyas palabras no se puede confiar".

Pero, entonces, ¿dónde está el gancho de Boris, porque muchos piensan que es un bufón y el anticipo del declive del Reino Unido? Lord David Owen, 81 años, ocupa escaño en la Cámara de los Lores, lo describe así: “Tiene una gran habilidad para entender lo que piensa de la política y de los políticos el ciudadano medio inglés -no creo que sea igual con los escoceses o galeses- Es contrario, por instinto, hacia el discurso de lo políticamente correcto, del que no deja de burlarse. Y al electorado le fascina. Se trata de un político británico con éxito por méritos propios. No lo subestimen”, dice Lord Owen en El País (5 julio). Es un personaje con muchos dobleces, no fácil de encasillar en un compartimento determinado.

“Fui el mayor de 4 hermanos y tuve que pelear por las sobras”, dijo en una fiesta a un grupo de amigos. Boris casi que es la misma imagen de su padre, Stanley Johnson, 78 años, quien también lleva esa cabellera rubia y revuelta, que lo ha hecho famoso. Stanley es firme de defensor de la permanencia de Reino Unido en la UE. Por lo que las disputas con su hijo no se han hecho esperar. El nuevo amor de Boris, Carrie Symonds, tiene 23 años menos que el exalcalde de Londres y lo llama “mi osito borrachín”, en la intimidad. Su hermano Jo de 47 años, es adversario del Brexit, partidario de una segunda consulta al pueblo británico, califica a Boris de “muy carismático e inspiración para los demás”. Leo, otro hermano, de 51 años, periodista, apolítico, optó, para tener tranquilidad dentro de su familia, por “no hablar de política”, “amo a Boris como hermano, así que prefiero no hablar de su profesión” contó a Telegraph. Su hermana, Rachel, 54, es presentadora de televisión, piensa que la política es un asunto para adultos, Leo la describe, “nacida anarquista y con un terrible deseo porque el mundo y las cosas sean más divertidos”. Marina Wheeler, ex mujer de Boris, con la que tuvo 4 hijos y de la que acaba de divorciarse, es abogada, tiene el título de Consejera de la Reina, que da mucho prestigio en Reino Unido, le perdonó todas las calaveradas a su marido, hasta que no resistió más, pero conservan una buena amistad y sigue siendo consejera de Boris, que la consulta para todo.

Como se ve, en su familia pululan las divisiones, llevadas de manera civilizada. Como es el caso de la mayoría del pueblo británico. Pero de Boris, su ex amante, Petronella Wyatt, dice que tiene ‘más remolinos que un jacuzzi’ y no se refiere a su loca melena sino a su "carácter retorcido y tirando a bipolar, tan proclive a la broma fácil como a la depresión más oscura", y opina, en el Mail on Sunday, que Boris aspira a ser primer ministro, "porque no le basta con el amor de su familia ni con el amor de los tories, sino que quiere ser adorado por todo el mundo". "No es un mentiroso, pero tiene una relación "elástica" con la verdad (...). Es un hombre que ama las bromas, pero no es un bromista. Es un gran actor y también un introvertido, que pasa del entusiasmo a la duda. Es un hombre de apariencia feliz, aunque su felicidad puede ser muy precaria".

En un mitin, la noche del 17 de julio —el último día de campaña—, Boris invocó a otro de sus ídolos, Winston Churchill, diciendo: “La hora más oscura llega antes del amanecer. ¡Podemos hacerlo! ¡Vamos a volver y vamos a ganar!” ¿Habrá un nuevo amanecer? Ha llegado el momento de la cabeza fría. Boris tendrá que escuchar muchas voces. La industria automovilística británica habla de pérdidas de 70 millones de libras esterlinas por día con un Brexit sin acuerdo, y el 14 por ciento de las exportaciones de bienes del Reino Unido, son del sector autos, de los cuales el 52,6% fabricados en Gran Bretaña se exportan a la UE. Y la UE exporta a Reino Unido, en bienes y servicios, 341.000 millones de libras esterlinas. Sin acuerdo se aplican de inmediato derechos de aduana y controles regulatorios.

Muchos hablan de que a Boris lo único que lo motiva es lograr el poder. Dormir un día sabiéndose primer ministro. Pero ese sueño le podría durar poco. Miembros de la Cámara de los Comunes expresan que podrían expulsar a Boris, si piensa que puede desconocer al Parlamento. Philip Hammond, actual canciller británico, en una entrevista a Le Monde (19 julio) fue explícito en decir que está preparado para votar por derrocar a un gobierno de Boris Johnson si el nuevo primer ministro probablemente busca un Brexit sin acuerdo. Es "absolutamente necesario" que el Reino Unido extienda su membresía en la UE más allá del 31 de octubre. Pero Johnson repite: Reino Unido el 31 octubre se irá, “hará o morirá”.

Más de una docena de ministros planean renunciar en el momento en que Boris Johnson se convierta en primer ministro. Las espadas están desenvainadas, cada cual se posiciona. Desde la UE, Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión, habla de hacer todo lo posible para llegar a un Brexit ordenado y recalca que “el Brexit no es el final de algo”. Es el comienzo de la futura relación. La reina Isabel II en su mensaje de Navidad de diciembre de 2018, televisado a todo el Reino, dijo: “Incluso ante las diferencias más profundas, tratarse con respeto y como ser humano, es siempre el primer paso hacia un mayor entendimiento”. Hablan, en petit comité, de que Su Majestad podría ir en persona, como Jefa de Estado que es, a hablar en la Comisión Europea y pedirle a Bruselas una ampliación de la fecha de vencimiento, 31 de octubre, que sella el divorcio. Algo que jamás ha ocurrido.

Esto de ser mesías por lo general tiene unos finales catastróficos y deja unas escabechinas innecesarias. Boris, ¿por qué no escuchar a la reina Isabel, que habla de encontrar “un terreno común” para el Brexit?

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