Bogotá, una ciudad ingobernable (I)

Bogotá, una ciudad ingobernable (I)

Reflexiones sobre la capital de cara a las elecciones de octubre, donde se elegirá alcalde

Por: Martin Eduardo Botero
septiembre 10, 2019
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Bogotá, una ciudad ingobernable (I)
Foto: Leonel Cordero / Las2orillas

Bogotá, la capital del país, es poder político y económico: un poder que todo lo abarca, que deslumbra, que seduce, que encorva la espalda. La ciudad capital es una sirena que incita a todo el mundo a la promiscuidad política y con ella una propensión a comportamientos ilícitos o socialmente inaceptables. ¡Este es el problema! Si fuera tan fácil hacer cirugía política, avanzaríamos más rápidamente en el cumplimiento de las promesas hechas en papel, que con frecuencia quedan incumplidas. Nos vemos obligados a constatar que el destino de los millones de pobres o de los millones de parados permanece inmutable en esta urbe, sea cual sea el alcalde. Bogotá es un fracaso democrático, en el que el funcionamiento de las instituciones queda totalmente al margen de las preocupaciones y del control de los ciudadanos: una distancia y una grandísima incomprensión de los ciudadanos frente a los poderes, unida a la manipulación de la democracia formal. Bogotá es una máquina de liberalizar, de desregular los servicios públicos, en perjuicio de las necesidades elementales de la población. Lo cierto es que, en la actualidad, estamos sufriendo esta situación ingobernable, yo le pediría al próximo alcalde mayor que asuma un papel realmente pionero. Durante mucho tiempo, hemos sabido adónde íbamos, ya no lo sabemos.  

El distrito capital de Bogotá, sin un liderazgo político fuerte y con procedimientos más torpes a causa del rápido crecimiento de la población urbana y de la densidad, se ha convertido en un terrible y sobrecargado monstruo burocrático-tecnocrático cada vez más alejado de las preocupaciones legítimas de la ciudadanía. Muy al contrario, a la necesidad de garantizar el buen gobierno, continúa vigente un sistema de gestión deslavazado absolutamente incapaz de dar respuestas de gobierno y de adaptarse al dinamismo, cuyas promesas de todo tipo se cumplen demasiado tarde, si es que llegan a cumplirse; un sistema ávido de trabas administrativas, inteligencia deficiente, precariedad tecnológica y limitada. Desafortunadamente, la ciudad se ha convertido también en un templo de corrupción y lo que es peor, en un sistema insostenible y un laberinto político que está hundiendo la economía. Esta espléndida ciudad pasa un momento difícil, política y financieramente, sigue reinando un sentimiento generalizado de incertidumbre y preocupación, todo ello unido a una mezcla de escepticismo y rabia entre la gente, acompañada de un claro desinterés de los electores, y a veces incluso con hostilidad hacia la política.

Bogotá es una metrópolis vibrante y cosmopolita de grandes paradojas, influida por la falta de una administración adecuadamente cualificada y organizada, lenta e ineficiente, a veces no equitativa y en algunos casos propensa a influencias e interferencias indebidas —con una presión política cada vez mayor—, sin metas vinculantes y sin un marco de políticas claro, lo cual genera una utilización ineficiente e ineficaz de unos recursos escasos y, por ende, el sistema formal no puede funcionar. La Bogotá moderna sigue siendo una ciudad enormemente insegura. Nadie puede negar que durante los últimos años se ha producido un aumento considerable de la delincuencia de los jóvenes, la delincuencia urbana y la delincuencia vinculada a la droga. La ciudad sufre también una brecha entre unos pocos ricos y demasiados pobres. Además, concentra en sus manos cada vez más poderes económicos y políticos financiados con fondos públicos que ya viven a expensas de los apurados contribuyentes, los cuales están realmente preocupados por la cantidad de dinero que han pagado en el pasado y la que tendrán que pagar en el futuro. Desdichadamente, las exigencias insaciables de algunos políticos corruptos y tantos otros ladrones de cuello blanco parece ser el último problema en la mente de no pocos ciudadanos llamados a las urnas para ejercer su gran derecho democrático de elegir un nuevo alcalde mayor. ¿Es que no preocupa a nadie esta situación? Lo que me parece más vergonzoso y desagradable a la vez, es el desastre político, que a menudo exacerba y perpetúa, y una burocracia disparatada que actúa de acuerdo con la ley y/o las políticas, las normas y los procedimientos establecidos.

Los partidos políticos deben tener presente su responsabilidad y también su obligación de ofrecer a los ciudadanos una gestión eficaz y no despilfarradora, hacer gala de suficiente sabiduría política y sentido común para afrontar con generosidad los graves problemas. Ellos solo podrán tener éxito si muestran tolerancia cero ante el fraude, el nepotismo y la corrupción, así como basarse en los valores de libertad, dignidad, tolerancia, democracia y derechos, y a la asunción autocrítica de errores. Por lo tanto, valoramos la transparencia y el trabajo a la luz pública, no a puerta cerrada. Las cosas no pueden continuar como antes después de las elecciones. Y nosotros hemos de apoyar este futuro decididamente.

No creo exagerar al hablar de crisis de confianza de un buen número de ciudadanos con la administración pública y la política, o por lo menos de malestar y de búsqueda de una nueva identidad común y un sentido de unidad nacional. Comparto, por descontado, la idea de que esta Capital debe en primer lugar y ante todo ser la de los ciudadanos. Debemos responder a las preocupaciones que son las de la vida cotidiana. Todos sabemos que para aceptar los considerables retos a los que Bogotá se enfrenta hoy, necesitaremos saber definir claramente, en común, un proyecto para la ciudad, es decir, proximidad frente a los ciudadanos, frente a todos los ciudadanos sin excepción, estén cerca o lejos de los centros de decisión; modernización económica y agenda social; asegurar un mínimo de supervivencia a los miles de miles de niños y de adultos totalmente desposeídos; el respeto de los usuarios, el futuro de los servicios públicos y de los monopolios estatales; ordenación del territorio y de cohesión social como los servicios energéticos, eléctricos y postales, etc.; el empleo, la sanidad, la seguridad alimentaria y la defensa de los productos regionales. Para el pueblo, estas exigencias están por encima del debate político. Creo que los bogotanos, que piden a gritos la seguridad, la ley y el orden, el progreso y una vida decente, merecen mucho más. Las naves de todos los candidatos a la alcaldía van muy cargadas y deseamos en concreto, con las respuestas de ellos, que lleguen a buen puerto, dentro de cuatro años.

 Las próximas elecciones a la alcaldía de Bogotá son para mí el pistoletazo de salida esperado por la Capital de todos los colombianos, porque Bogotá no cambia únicamente de tamaño, sino que también cambia de naturaleza. Hoy en día, la alcaldía de Bogotá tiene una obligación de resultado, y creo que los proyectos para mañana y para pasado mañana no deben ocultar la exigencia de hoy. En consecuencia, es necesaria una voluntad política más fuerte, hace falta una inmediata elevación del nivel político. “Esta reflexión va más allá de la definición de una deontología, supone llevar el debate a la arena pública con la participación ilustrada de los ciudadanos y de los encargados de la adopción de decisiones, por lo cual se presenta como una exigencia democrática” (Unesco, Consejo Ejecutivo 1997).

Sin embargo, sí veo que esto tiene sus dificultades prácticas. Bogotá es una ciudad extraordinaria, pero también extraordinariamente difícil de gobernar. El próximo alcalde de Bogotá tendrá que hacer milagros más grandes que el cruce del mar Rojo. Esta me parece una tarea totalmente irreal. Sin embargo, ¡buena suerte al vencedor!: le espera una tarea imposible. Parafraseando a Benito Mussolini, casi podríamos decir que gobernar a Bogotá no es difícil, es imposible. Deseo a todos los candidatos lo mejor en sus esfuerzos futuros para que los ciudadanos que viven en Bogotá (la gran cantidad de personas que viven entre los extremos y anhelan la dignidad social, la igualdad y un futuro de paz), y los niveles administrativos, que existen y que intervienen en la realidad política, humana, avancen hacia un futuro sostenible y rentable.

La necesidad de un actuar ético no es solamente una exigencia moral frente a los ciudadanos, sino que forma parte también del interés fundamental de Colombia, es una exigencia del mismo sistema democrático. No estoy convencido de que vayamos en esta dirección, ni siquiera con las más bellas palabras del mundo. El desafío histórico de la alcalde de Bogotá, porque desde mi punto de vista hay un desafío histórico, es ante todo y sobre todo abrir por fin la vía para la construcción de la Bogotá de todos los bogotanos, alcanzar un acuerdo sobre la agenda social, combatir el sentimiento de inseguridad de los ciudadanos, mejorar la calidad de vida y ahorrar recursos. He dicho lo que pienso de una Bogotá ingobernable. Amén.

***

La segunda parte de estas reflexiones será dedicada a la realidad de esta dura campaña electoral, porque la campaña durante este período será muy dramática. Lamentablemente, la campaña a la alcaldía de Bogotá está dominada, en parte, por el debate político áspero, la mala fe para distorsionar los puntos de vista del oponente, y hasta con la propaganda electoral que juega con promesas atractivas y una mediatización de la política viciada, por ejemplo, utilizando el escándalo para erosionar la credibilidad de los adversarios políticos, así como por los problemas nacionales y la jerga institucional, las manifestaciones de la crisis social y la paz. Sin embargo, mi temor es que el ruido de la campaña electoral y del período de contienda absorba demasiadas energías y atención tanto que pudiera pasar por alto las competencias o la experiencia de los candidatos para administrar una estructura tan engorrosa y complicada como Bogotá. Según las últimas encuestas de opinión, Claudia Nayibe López Hernández (exsenadora de Colombia por el partido Alianza Verde) es la candidata favorita en las próximas elecciones y puede llegar a convertirse en la primera mujer en llegar a la alcaldía de Bogotá. En realidad, el único ganador a la alcaldía de Bogotá será el presidente Uribe. Espero en la segunda parte despejar las dudas y explicarles el porqué de esta afirmación.

 

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