Bogotá, la ciudad que odia a las mujeres

Bogotá, la ciudad que odia a las mujeres

La desilusión que genera Claudia López fue el disparador de este estallido de rabia ante una ciudad que acostumbra a despreciar a sus mujeres

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abril 09, 2021
Bogotá, la ciudad que odia a las mujeres

Desde hace casi tres meses, fecha en la que por cosas del destino volví a vivir en Bogotá después de ocho años de exilio, he notado varios de los cambios que ha experimentado la ciudad que aman tanto mis paisanos que, casi siempre, terminan dejando que su visión crítica acerca de la realidad de la metrópolis colombiana sea carcomida por la miopía. Aunque esto que acá digo, por supuesto, no es ninguna novedad, ya que por lo general el bogotano promedio, al igual que el colombiano de su misma gama, ha sido infectado con el virus del chauvinismo que se lo transmitieron sus ancestros.

En lo que concierne al tema social, por desgracia, algo que ha llamado poderosamente mi atención ha sido el criminal irrespeto que ejercen miles de varones hacia las mujeres en esta ciudad que, hace un par de años, me sorprendió al haber elegido a una dama para que manejara sus riendas en el terreno político. Recuerdo con claridad que la noche que Claudia López resultó elegida como alcaldesa de la capital colombiana le dije a uno de mis mejores amigos, mientras tomábamos una cerveza en un bar de Buenos Aires, que me resultaba imposible creer que Bogotá la hubiera elegido a ella por encima de tres varones entre los que, por ejemplo, estaba el miserable maltratador de mujeres Hollman Morris.

Hace unas semanas, en pleno Unicentro, tuve una acalorada discusión con un tipo que se dedicó durante varios minutos a agredir verbalmente a una muchacha de limpieza que se atrevió a decirle que, por favor, esperara unos instantes para poder ingresar al baño. El hombre, que en repetidas ocasiones intentó humillar a la mujer diciéndole "bruta", no tuvo más reparo que irse cuando me escuchó hablarle fuerte, pues yo no iba a permitir que ese infeliz tratara mal a esa chica que había sido tan respetuosa con él. El viernes pasado, muy cerca de mi casa y otra vez frente a mí, un varón maltrató con sus palabras a una señora que conducía un vehículo, pues según él la mujer debía darle el paso en un cruce por el mero hecho de ser portador de un pene porque realmente era ella quien tenía la prioridad. "Bestia" y "Vieja tenía que ser", entre otros, fueron algunos de los insultos que lanzó por su boca un hombre que, seguramente, tiene una vida tan espantosa que no encuentra otra forma mejor de desahogarse que salir a la calle a maltratar mujeres.

Más allá de que casos como los anteriores son profundamente vergonzosos para una sociedad occidental en pleno siglo XXI, en realidad, si lo comparamos con otros son cuestiones "leves". Daniela, una muchacha que tengo como contacto en Facebook, hace un par de días fue acosada en el transporte público capitalino por un desgraciado que, tras tocarla, se masturbó frente a ella. A doña Marlen, una mujer de casi sesenta años de edad, la golpeó con vehemencia un hombre en Chapinero el fin de semana cuando ella le pidió que no se orinara en la entrada de su local de comidas rápidas. Patricia, una enfermera oriunda del Tolima, fue quemada con agua hervida por su compañero sentimental durante la madrugada del martes cuando él se enteró por boca de un vecino que la joven había llegado a su casa a las nueve de la noche y no a las ocho y media como ocurre todos los días. A todas estas mujeres maltratadas en esta ciudad terriblemente hostil con el género femenino, como era de esperarse, nadie les brindó ayuda después de haber pasado por esas situaciones horrendas.

La sociedad bogotana, a todas luces, ha normalizado el maltrato contra la mujer y, de una u otra forma, se dedica diariamente a legitimar todos los tipos de violencia que ejerce el hombre contra ellas. Y si no me creen lo que estoy diciendo, especialmente los hombres, los invito a que le pregunte a las damas que acompañan su existencia a ver si se sienten muy tranquilas que digamos al salir a las calles de una ciudad en la que, por desgracia, una muchacha no puede subirse a un taxi en paz por la noche sin pensar que, tal vez, el hombre que conduce la vaya a violar o asesinar.

 

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