Bogotá, 2600 metros más cerca del precipicio

Bogotá, 2600 metros más cerca del precipicio

El tráfico en la capital es desastroso: sus habitantes pierden 272 horas al año en trancones y no parece haber una pronta solución. ¿Cambiará el panorama?

Por: Fabian A. Fonseca C.
marzo 06, 2019
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Bogotá, 2600 metros más cerca del precipicio
Foto: Flickr Moira Dunworth - CC BY-NC 2.0

A propósito del informe internacional que sitúa a la capital colombiana como una de las ciudades del mundo con mayores problemas de movilidad y tránsito.

Decía el sociólogo y urbanista estadounidense Richard Sennett, durante una bienal de pensamiento en Barcelona (España-2018), que celebraba muy gustosamente que las ciudades tuvieran complejidades y contradicciones, ya que estas contribuían a que socialmente los habitantes lograran unidad y tolerancia, más allá del problema o dificultad en común que padecieran en sus urbes. Creo que de una u otra forma la afirmación de Sennett es loable y hasta en cierta medida comprobable. Sin embargo, cuando hablamos de la ciudad de Bogotá, me atrevería afirmar que la tesis del autor es poco realista, viable y sensata, sobre todo si nos ponemos a enumerar la cantidad de problemáticas, contradicciones y fenómenos que la capital tiene en su ser, que se juntan con aquellas dañinas prácticas sociales y deficiencias en su sistema jurídico-legal que radicalizan e incuban sus vergüenzas, y siguen llevando al precipicio a la ciudad de los 2600 metros sobre el nivel del mar, además de imposibilitar, como bien lo mencionaba Sennet, lograr unidad y tolerancia entre sus ciudadanos.

Unas de esas vergüenzas, que creo que es la prueba o argumento para refutar la tesis central del autor, es el informe de la consultora Inrix Global Traffic Scorecard que hace unas semanas público que la capital colombiana se encuentra entre las cinco ciudades, específicamente en la posición tres, y primera en Latinoamérica, como una de las urbes del mundo con mayores problemas de movilidad y tránsito, solo superada por Moscú y Estambul, mostrando a la vez que un bogotano pierde alrededor de 272 horas al año en trancones y problemáticas asociadas a la movilidad. Este anterior dato, más otros como la falta de cultura ciudadana, la falta de respeto a las leyes, la deficiencia del sistema jurídico y la ineficiencia de un plan de ordenamiento territorial (POT) entre otros, hacen de Bogotá, la capital reina de la contaminación, los trancones, la intolerancia, el irrespeto, la segregación, y por ende de una urbe que más que soluciones, genera es problemas.

No se trata de ser pesimista o negativo, es ser más bien realista, realista de unas problemáticas que derivan de una falta de planificación urbanística y arquitectónica que Bogotá y sus gobiernos se negaron a realizar hace mucho tiempo, por ejemplo, cuando le cerraron la puerta al arquitecto francés Le Corbusier y sus magnífico plan piloto. Soy realista cuando veo que en Colombia se le da a cualquiera y por míseros 700.00 mil pesos el pase de conducción. Soy realista cuando veo que en menos de un mes se le da una licencia a cualquier pelagato. Soy realista cuando evidencio que nadie respeta o por lo menos conoce las señales de tránsito. Soy realista cuando vergonzosamente observo que la sociedad bogotana es intolerante, irrespetuosa y es la principal causante de su atraso, en comparación con otras ciudades del país. Soy realista y siento vergüenza de nuestra quejadera y amorales señalamientos a los otros. Soy realista de ese pésimo sistema legal que no sanciona drásticamente a aquellos infractores de las leyes en las vías, y soy finalmente realista de que Bogotá está cada vez más cerca del abismo o precipicio de la irracionalidad y la hecatombe.

Creo que nuestra ciudad tiene muchas cosas positivas, sin duda alguna, pero lamentablemente no se puede desconocer también que sus problemas son mayores. No se trata de decir que debe ser una ciudad perfecta, para nada, lo que se quiere decir, es que por lo menos debe tratar o procurar que tales problemas o dificultades mermen o disminuyan, he allí la importancia de políticas públicas a mediano y largo plazo, el incentivo y mejora al sistema público de transporte, el incentivo de medios alternativos como la bicicleta, el rigor del sistema legal y jurídico del respeto a las leyes de tránsito, mejoras en la malla vial, un gobierno local que busque un POT en comunicación con la ciudadanía, y no con los intereses de privados, y finalmente, y sobre todo con una ciudadanía consciente de su responsabilidad, una que no solo sepa manejar, sino que también sepa respetar el bien común. Así, solo así, lograremos evitar que Bogotá llegue al precipicio del atraso, la incultura y de aquello que decía la urbanista canadiense Jane Jacobs, como la muerte de la grandes ciudades.

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