Bashar al Asad, el oftalmólogo que llegó de carambola a gobernar Siria

Bashar al Asad, el oftalmólogo que llegó de carambola a gobernar Siria

Es un extraño personaje que se pasea olímpico en Europa que reaccionó al ataque de los tres aliados con una frase: "Seguimos firmes"

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abril 05, 2017
Bashar al Asad, el oftalmólogo que llegó de carambola a gobernar Siria

Si Siria fuera ese país sin nombre que el gran Abderrahman Munif describe en su novela Al Este del Mediterráneo, Asad sería su monstruo: "A orillas del Mediterráneo oriental no nacen más que monstruos y perros... Tú, en cambio, esperas los caballos y los sables. Pues espera, que esa ribera del Mediterráneo seguirá arrojando cada día decenas de perros, centenares, y aunque un día llegaran a contarse por millares, siempre serían perros que aúllan en los calabozos o se mueren en los estercoleros. Porque ellos así lo quieren". Ellos, los dictadores que se han erigido en un reino de torturas y miedo, así lo quieren. Lo sabía muy bien Munif y por eso su novela es descriptiva y profética a la vez. Sirve para entender cómo era la Siria de los Asad antes de 2011. Y sirve para entender cómo es ahora...

"No puedes ser un dictador sin tener el control. Si eres un dictador, tienes el control total... Yo tengo mi autoridad por la Constitución siria". Bashar Asad se defendía -en una entrevista concedida hace unos años- de los que pensaban que era un presidente débil. Previamente, un diplomático europeo había dicho que Siria se había convertido "en una dictadura sin dictador". Asad reaccionó subrayando que tenía el control total del país, afirmando que no era lógico acusarle de dictador y decir al mismo tiempo que no tenía autoridad total.

A Asad no le gustaba que cuestionaran que no era él quien tomaba las decisiones en el país. Desde que, en marzo de 2011 estalló en Siria una revolución que pronto mostró el rostro cruel de la guerra, Asad lo ha demostrado por la fuerza. Hace años se ironizaba con que Bashar estaría maldiciendo a su hermano Basil, por morir en un accidente de tráfico en 1994 y dejarle con la responsabilidad de ser la cabeza visible que tenía que dominar con mano de hierro un régimen heredado de su padre, Hafez Asad, uno de los dirigentes más duros del mundo árabe. Hoy, el oftalmólogo que iba para segundón, el que fuera dibujado como 'reformista' y joven dirigente de la nueva generación de líderes árabes, ha demostrado ser tan sanguinario como su padre.

De Damasco a Londres    

Bashar Asad nació el 11 de septiembre de 1965 y siempre pudo seguir sus intereses. Estudió en la escuela Hurriya de Damasco y a los 14 años se unió al Movimiento Juvenil del Partido Baaz. Se graduó en Oftalmología en la Universidad de Damasco y pretendía ejercer en este campo. Así, entre 1988 y 1992, estudió su especialidad en el hospital militar de Tishrin, antes de viajar a Londres para profundizar en sus estudios.

La muerte de su hermano Basil acabó con su espíritu libre. Basil era el heredero al trono, hasta que murió en un accidente de coche en 1994. Tuvo que volver de Londres y acaparar el protagonismo en el hueco que su hermano había dejado vacío. Su vida cambió al compás de las marchas militares. Inmediatamente ingresó en la academia de Homs para alcanzar el grado de Coronel en enero de 1999. Su padre le investía así de unos honores militares que hasta entonces no tenía. Hafez sabía lo que se hacía. Tenía que darse prisa.

El 10 de junio de 2000, cuando murió su padre, Bashar estaba ya catapultado en el camino a la presidencia. Se eliminaron los últimos obstáculos, como la enmienda que cambió la constitución para permitir que, a sus 34 años, se convirtiera en jefe del Estado pese a su juventud. El joven presidente fue promocionado a mariscal de campo y nombrado comandante de las Fuerzas Armadas y secretario general del omnipotente Partido Baaz. Un referéndum en julio de 2000 lo confirmó como presidente, con el 97% de los votos. Las promesas olvidadas Bashar Asad era entonces una joven promesa para muchos sirios. En contraste con su padre, que no gustaba de grandes eventos, a Bashar se le veía yendo al teatro, la ópera, disfrutando de la música o saliendo a cenar con su elegante esposa Asma, suní de origen sirio criada en el Reino Unido. Su imagen moderna -a la que ayudó la belleza de Asma y su estilo comparable al de la reina Rania de Jordania- pronto se vio desenfocada por la inacción.

En su discurso inaugural había prometido un amplio rango de reformas, modernizar la economía, luchar contra la corrupción y lanzar una experiencia democrática a la siria. Incluso se liberaron unos cientos de presos políticos y se permitieron los primeros periódicos independientes en más de tres décadas. Le visitó el Papa Juan Pablo II, le visitaron jefes de Estado y de Gobierno... Nicolas Sarkozy llegó a decir que si no hablaban con Bashar "no habría paz en Oriente Próximo". Los intelectuales críticos comenzaron a poder hablar en público y a expresar su criticismo en lo que se vio como la Primavera de Damasco.

Pero hacia principios de 2001, su hermano pequeño, Maher, dio un golpe en la mesa y restauró la marcialidad. Los que creyeron en aquella apertura volvieron a ser hostigados, los presos volvieron a las cárceles, la libertad de prensa fue puesta en el redil de nuevo y nada cambió de lo prometido. Las leyes de Emergencia no fueron levantadas. Las principales agencias de seguridad y de Inteligencia sirias continuaron llenando los calabozos a voluntad y manteniendo incomunicados durante largos periodos a los detenidos. La liberalización económica benefició aún más a las élites de las que se servía el régimen...

Pero Bashar Asad seguía ganando los referendos: en 2007, repitió aquel 97% de los sufragios, extendiendo su poder para otros siete años. Mientras, perfeccionaba el sistema heredado de su padre, cultivando un círculo íntimo de acólitos temerosos de que su lealtad no fuera cuestionada y construyendo un entramado económico familiar que apuntalaba el régimen. Éste se fundamentaba en la secta alauí, una escisión del islam chií que es considerada herejía por los suníes. Asad se rodeó -como su padre- de una inteligencia militar leal a su secta, asegurándose así los apoyos.

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La Revolución de los Cedros

El presidente de EEUU, George W. Bush, incluyó a Siria como parte del Eje del Mal, una lista de Estados gamberros, junto a Irán y Corea del Norte. "Cuando nuestros intereses han coincidido, los americanos han sido buenos con nosotros. Cuando nuestros intereses han sido diferentes, han querido que nos amoldáramos a ellos, lo que rechazamos", dijo Asad en una ocasión.

Pero realmente su caída en desgracia no fue evidente hasta 2005, cuando el ex primer ministro libanés Rafik Hariri fue asesinado en un atentado con bomba en Beirut. Según la investigación llevada a cabo por el tribunal de la ONU para investigar quién mató a Hariri, la Inteligencia siria estaba detrás del asesinato. Asad tuvo que retirar a su Ejército y su Inteligencia del Líbano después de 30 años de ocupación. Un movimiento social y pacífico consiguió algo que parecía imposible. Era la Revolución de los Cedros. Fue la primera vez que Asad tuvo que aprender la lección de que el pueblo, con su voz, era capaz de cambiar las decisiones de sus autoritarios dirigentes. Aunque cuando le llegó el turno en casa, se comportara como si no lo supiera.

Sobrevivir a la primavera

Cuando las protestas estallaron masivamente en Daraa, en marzo de 2011, Maher envió a la IV División Acorazada. Fue como una profecía que nadie supo leer: el principio de una guerra civil, una sangría in crescendo y en la que ya han perdido la vida más de 366.000 personas. Contra todo pronóstico, Asad ha superado a sus homólogos en Túnez, Egipto o Libia, derrocados por sus propias primaveras. "Fui hecho en Siria, tengo que vivir en Siria y morir en Siria", afirmó en noviembre de 2012 en una entrevista en Russia Today. "A Bashar Asad debemos juzgarlo o matarlo", decía aquel verano a esta periodista Saleh Abdala, un abogado de Azaz metido a miliciano.

En el verano de 2013, tras un ataque con armas químicas en Ghouta (afueras de Damasco), se dio incluso por hecho una intervención de Estados Unidos, pero Obama nunca dio el paso. Todos le creían ya un cadáver andante. Si el verano pasado, Asad se dirigía desesperado a sus tropas, que perdían terreno, la intervención de Rusia le ha dado oxígeno a un hombre que ha olvidado ya su antiguo oficio. Los árabes, con su ácido humor, ironizan sobre cómo Bashar Asad es el oftalmólogo que más ojos ha cerrado de la historia de la humanidad.

*Tomado del diario El Mundo de España

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